‘Un nuevo mundo’: tu jefe está tan jodido como tú

Fotograma de 'Un nuevo mundo'.

En Un nuevo mundo, el cineasta francés Stéphane Brizé nos propone un reto: empatizar con nuestros jefes. Ellos también sufren cuando tienen que despedirnos, defiende Brizé, siguiendo los dictámenes que le llegan del mercado. También están atrapados en este sistema, argumenta el director. Solo tienen mucho más dinero que nosotros, pero el dinero no da la felicidad, ¿no?

El punto de partida puede sonar un poco ingenuo (o peor, cínico), pero Brizé se ha ganado el derecho a explorar esta perspectiva después de haber retratado los demonios del mercado laboral desde la posición del obrero en dos películas que conforman con esta una especie de trilogía del trabajo: En guerra y La ley del mercado. Todas ellas protagonizadas por Vincent Lindon, cuyo imponente y robusto físico le da a estos relatos una capa más de complejidad: son las historias de una bestia acorralada y aplastada por el mercado, las lógicas neoliberales y el capitalismo salvaje. Nosotros somos esa bestia.

Philippe Lemesle es ese “buen patrón”, que en Un nuevo mundo se ve atrapado en una posición de poder impotente: como director de una planta de fabricación de componentes para electrodomésticos, el grupo estadounidense al que pertenece la empresa le exige que despida a un 10% del personal para abaratar costes, a pesar de estar dando beneficios. Mientras tanto, su mujer le ha pedido el divorcio porque lleva años descuidando a su familia.

En la primera escena vemos a Philippe y su mujer, Anne (Sandrine Kiberlain), reunidos con dos abogados para formalizar la separación de bienes. La abogada de Anne detalla el patrimonio de más de un millón de euros de Philippe: lo primero que sabemos de él es que es un hombre acomodado y adinerado, lo que puede condicionar nuestra percepción de la historia. Brizé lo sabe y lo hace a propósito: nos invita a superar y desprendernos de discursos partidistas y dialécticas de clase para enfrentarnos a lo que considera el verdadero enemigo.

Me parecía importante hablar de los problemas de otros que no fueran los más frágiles del sistema, para sacar la problemática del simple enfrentamiento de clase social", dijo a Europa Press el director. "Los obreros son los primeros que sufren estas decisiones tremendas, pero también es importante conocer que los que las trasladan (y aquí remarco que las trasladan y no las toman) tampoco se sienten tan cómodos. Si seguimos pensando que esto va de ricos y pobres no vamos a replantear el sistema, que impacta a mucha gente a diferentes niveles”.

Philippe es como una versión realista de los protagonistas de Matrix y Están vivos, películas con las que las Wachowski y Carpenter ya atacaban al mismo sistema que critica Brizé hace muchos años y desde la ciencia ficción: son individuos integrados en ese sistema que de repente le ven las grietas y necesitan rebelarse contra él.

El cineasta francés huye con determinación de lo obvio: no le hace falta subrayar ni caricaturizar a las hienas que trabajan por encima de Philippe, cuidando con palabrerío vacío y cínico que los accionistas sigan haciéndose más ricos a costa de unos trabajadores cada vez menos numerosos y más explotados. De hecho Marie Drucker interpreta con cierta calidez el papel de una ejecutiva que podría caer demasiado fácil en terreno maniqueo. Pero esa no es la intención de Brizé, consciente en todo momento de que cualquiera podría llegar a ser esa ejecutiva, sobre todo el héroe de esta historia. En el esfuerzo de no convertirse en ella, en las decisiones que uno toma para no ser, como dice Philippe, “un hombre miserable”, está lo que Brizé considera una hazaña casi épica.

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Un nuevo mundo es una tragedia que ocurre en despachos grises, en los que se debate con argumentos vacuos para defender decisiones injustificables. La cámara en mano recuerda a las series The Office y Succession, de las cuales esta película podría ser un spin-off, pero aquí el recurso cercano al falso documental no busca la comedia sino que imprime urgencia y desesperación en estas reuniones aburridas en las que se está decidiendo el destino de los trabajadores. Brizé nos obliga a mirar con pasmo y horror a la indiferencia de estos ejecutivos que hablan de “valor colectivo” sin atreverse o siquiera interesarse por desafiar las órdenes dadas.

El director vuelve a formar un reparto que mezcla actores profesionales con amateurs, lo que resulta un impresionante acierto en algunos casos. Una de las escenas más potentes es en la que el protagonista tiene una videoconferencia con el presidente del grupo, el hombre detrás de la cortina, un estadounidense interpretado de forma imprevisible y desconcertante por un empresario real, el consultor de marcas Jerry Hickey.

El título Un nuevo mundo hace referencia al mantra anticapitalista “otro mundo es posible”. Esa es la conclusión de Stéphane Brizé, como muestra en un final a la vez luminoso y demoledor. Siempre volviendo a la familia, primer y último plano de la película, el director defiende que quizá no haya más salvación que saltar del tren en vez de intentar pararlo. Quizá no podamos derrotar ni arreglar un sistema capaz de devorarse a sí mismo bajo las lógicas mercantiles de rentabilidad y abaratamiento de costes. En medio de un mundo en decadencia, la pregunta que nos plantea este poderoso y cautivador drama es: ¿cómo podemos mantener la humanidad y la dignidad en la jungla capitalista? La respuesta, eso sí, es bastante más fácil para un hombre con dinero.

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