'Alcarràs', la obra maestra de Carla Simón que podría salvar el cine de autor en España
No es por poner presión sobre los hombros de Carla Simón, pero llega a los cines la película que podría salvar el cine de autor español.
Alcarràs se estrena con el honor de haber hecho historia ganando el Oso de Oro en Berlín, un galardón que no había recibido un cineasta español en casi 40 años, y nunca hasta ahora una mujer de nuestro país. Una película que muchos definen como un milagro, y estoy de acuerdo: es una desviación en nuestra industria, una película independiente con un presupuesto holgado que demuestra que el buen cine se podrá hacer con cuatro duros (y mucho talento), pero el cine magistral, el que gana premios internacionales y traspasa fronteras, necesita dinero y apoyos institucionales para existir. Las películas españolas no llegarán lejos si solo se invierten grandes presupuestos en productos formulaicos y de cadena de montaje.
Ahora solo falta que el público responda; en su liga, eso sí, que no es la de Spider-Man: No Way Home. Como ya lo hizo con Verano 1993, por cierto, el debut de Simón que recaudó más de un millón de euros en 2017. Ambas películas tienen cosas en común, como por ejemplo la obsesión de la cineasta por la mirada de la niñez y la luz estival. “Las dinámicas familiares que se crean en verano me parecen muy interesantes”, cuenta la directora en una videollamada. “Como los niños no van al cole, de repente hay más tiempo para pasarlo juntos, en familia. Y más conflictos”.
El conflicto en Alcarràs llega cuando una familia que se dedica a cultivar melocotones en un pequeño pueblo de Lleida se ve obligada a abandonar el campo porque el dueño legítimo quiere instalar placas solares. Un cambio de paradigma que resulta en crisis existencial para los Solé, que tienen por delante el último verano de cosecha de su vidas haciendo lo único que saben. Algunos le ven el lado bueno, otros, como el patriarca Quimet, meten la cabeza en la tierra, casi literalmente.
El punto de vista exclusivamente infantil de Verano 1993 se expande aquí, y ya no solo vemos la historia desde los ojos de los niños (aunque sí está muy presente su inocencia y su incomprensión del asunto, con la que Simón sabe jugar muy bien), sino que se nos muestra el problema con las miradas de todos ellos. El abuelo agotado y deprimido que ve cómo, quizá por su culpa, su estirpe lo va a perder todo. La madre firme y resignada que aguanta (hasta cierto punto) y apoya al padre furioso y en estado de negación. Los hijos adolescentes que solo quieren tener un rato de disfrute bien merecido tras arrimar el hombro en el negocio familiar.
Las comparaciones con Simón son de altura. Desde el neorrealismo italiano de Fellini a las grandes imágenes paisajísticas de John Ford, pasando por supuesto por el Mario Camus de Los santos inocentes. Es un naturalismo que está definiendo a la generación de directoras noveles a la que también pertenecen Celia Rico Clavellino, Belén Funes o Pilar Palomero, pero Alcarràs es la cima de esta corriente por su mezcla de belleza visual, emoción narrativa y peso temático.
Porque en esta película se cuentan muchas cosas. Por un lado es un canto de cisne de una forma de vivir y trabajar que se está extinguiendo, pero sin llegar a idealizar la tradición ni sacar conclusiones fáciles (hay una conversación muy interesante alrededor de cómo tratan y cuánto pagan estos agricultores a sus trabajadores inmigrantes). También habla de la España que olvida, de la sostenibilidad y del vaciado rural, y mira de frente y sin paternalismos a la clase obrera.
“Nos salió más política de lo que esperábamos”, admite la directora, que firma el guion junto a Arnau Vilaró. “Yo trabajo mucho en lo micro, en las relaciones entre personajes, en los gestos. Nunca tuvimos la intención de subrayarlo, y al montar la película y ver cómo iba tomando forma nos dimos cuenta de que la dimensión política había tomado un espacio muy, muy grande. Me sorprendió pero me encantó, porque confirma mi teoría de que para hablar de lo político hay que partir desde lo muy, muy íntimo y personal”.
Pero por encima de todo es una película sobre las cosas que heredamos, ya sea la tierra, los relatos, las canciones, las costumbres o las virtudes y defectos. Tan real y envolvente es Alcarràs que sorprende saber que el reparto, compuesto por actores no profesionales, no es una familia en realidad. Y ahí entra ese presupuesto, más ostentoso de lo habitual en el cine de autor de nuestro país: Simón y la productora María Zamora pudieron invertir tiempo y dinero tanto en un proceso de casting callejero muy largo como en un trabajo de ensayo en el que estos actores sin experiencia pudieron formar los vínculos necesarios para interpretar a los Solé.
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Ellos son el centro de este universo y alrededor de ellos gira todo. Al preguntar a Simón por la importancia de la luz que baña la película, explica que la directora de fotografía Daniela Cajías trabajó con luz natural incluso en interiores, reflejándola a través de espejos. “Le da una textura especial, pero también ayuda mucho a los actores. Porque de repente no hay focos en medio, sino que la escena está iluminada desde la ventana con un espejo que ellos no ven”.
Todo en Alcarràs está diseñado para que precisamente parezca que no hay un diseño. Viendo la película, uno puede cometer fácilmente el error de pensar que ha sido fácil de hacer. “A mí me pasa”, ríe Simón. “Cuando empezó a tomar forma en la sala de edición, pensé: ’Si parece fácil, con lo que nos costó’. A veces me pregunto si está bien o no, porque la gente no se entera del trabajo que hay detrás, y en realidad sí hay mucho. Para que las cosas estén vivas dentro del cuadro, uno tiene que acompañarlo de muchas maneras, para que la espontaneidad aparezca y ocurran los errores afortunados”.
Alcarrás empieza con unos niños jugando dentro de un coche desguazado como si estuvieran en una nave espacial, lo que transporta al espectador automáticamente a esa nave espacial imaginada. Ahí radica el poder del cine de Carla Simón: es capaz de introducirnos en sus personajes, nos hace ver la vida a través de sus ojos. Puede que el mundo se derrumbe alrededor de los Solé (ese último plano inolvidable), pero ellos siempre tendrán un lugar en nuestra memoria.