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Narcopisos, desahucios y deterioro de los barrios: "Hay temas que no están en las novelas, pero deberían"

Paco Gómez Escribano.

"No es justo. Llevamos ahí toda la vida, pagando los impuestos, la comunidad y todo lo que tenemos que pagar. Y ahora llegan estos y figúrese. El otro día mi señora empezó a grabar con el móvil, para tener algo con lo que ir a la policía. Pues un tío de esos con pintas de traficante empezó a insultarnos y a amenazarnos. No pueden hacerse una idea de las cosas que nos dijo".

Se desahoga con estas palabras un anciano anónimo de un barrio de extrarradio cualquiera. El hombre entrado en años que vivía con su mujer en un portal normal, de una calle normal en la que, cada vez más frecuentemente, se paseaban yonkis, prostitutas, golfos y toda clase de manguis. 

Un portal vecinal mayoritariamente de la tercera edad, pues los hijos hacía tiempo que se habían emancipado. En ese ir y venir que es la vida misma, el piso del tercero había sufrido un desahucio y ahora era del banco. Ya llevaban tres okupaciones y los vecinos creían que había una mafia de por medio, porque los echaban y al día siguiente el piso volvía a estar okupado, de nuevo con gente pasando droga.

Un narcopiso de manual con un constante trasiego de pasos arriba y abajo perpetrado por caras ajenas a lo que antes había sido una comunidad. Individuos desconocidos que dejaban a su paso restos de todo tipo, que hacían sus necesidades en los descansillos y en los tramos de escalera. Todo ello sin olvidar las peleas entre ellos y con los propios vecinos.

"Hay temas que no están en las novelas, pero deberían", plantea a infoLibre Paco Gómez Escribano (Madrid, 1966), quien se adentra en la problemática de los narcopisos, los desahucios y el deterioro de los barrios en su nueva novela, Narcopiso (Editorial Al Revés, 2023). "De los desahucios no he leído casi nada, no aparecen apenas en las novelas. Por eso me apetecía hacerlo, y porque seguramente alguien no se va a leer un ensayo sesudo sobre las drogas en los barrios, pero sí una novela, que además en mi caso siempre tiene un poco de humor. La novela es el mejor vehículo para contar la realidad, mejor por ejemplo que el ensayo. Además, escribiendo luego me enteré, por ejemplo, de que cuando hay un desahucio los bancos están obligados a hacer un registro público, con lo que las mafias están atentas de estas listas y rápidamente saben donde se ha desalojado un piso para okuparlo".

Partiendo de ese narcopiso que trastoca profundamente lo que merecidamente debería ser una plácida jubilación de los vecinos, el autor toca otros muchos asuntos sensibles, como el derecho a la vivienda digna, la insensible voracidad de los bancos, los tejemanejes de las mafias con las que convivimos sin saberlo más de lo que imaginamos. La convivencia en comunidad en barrios alejados del centro de las ciudades y poblados por perdedores olvidados que nunca tuvieron una oportunidad.

Una novela negra que arranca cuando esos vecinos ya entrados en años, cansados de que ninguna autoridad competente les haga caso, deciden bajar al bar de abajo, por si resulta que el asunto puede solucionarse extraoficialmente con la pintoresca gente del barrio. Un barrio que bien podría ser cualquiera, pero que, como en anteriores novelas de Gómez Escribano, está en Madrid y es Canillejas, donde habitan los antihéroes alcohólicos y anteriormente yonkis que, contra todo pronóstico y empujados por la necesidad, van a tirar de dignidad y de los códigos que aprendieron en esas calles para defender a su gente, sus vecinos, sus mayores. Porque ser de barrio enseña unos códigos y unos valores, quijotescos en no pocas ocasiones.

"Los barrios han cambiado muchísimo, afortunadamente. Cuando yo era joven mi barrio estaba lleno de descampados y cuando vino la plaga yonki los pobres iban como zombies. Eso ya no existe igual. La gente se sigue drogando, pero es distinto y hay otras drogas", apunta, para acto seguido apostillar: "Lo que sí existe en mi barrio son estos personajes de mi novela, yonkis malcurados que terminan siendo alcohólicos. Yo tengo varios amigos en la bodega del barrio y me gusta parar por allí con ellos de vez en cuando para tomar algo y saber cómo les va. No tanto en Canillejas, porque con el barrio de Las Rosas se ha gentrificado mucho, pero en el barrio de San Blas, que está al lado en el mismo distrito, sigue habiendo cantidad de gente por ahí. Yo vi el otro día vi a tres tipos que le daban dinero a otro que les daba tres bolsitas, y eran tipos de cincuenta y tantos... en los barrios sigue habiendo esa marginalidad, solo que más oculta y no tan generalizada".

Novela negra que respira "miseria y desesperanza" en un contexto de "realismo sucio" con "cuatro mataos" batallando contra la mafia de la especulación inmobiliaria y la drogadicción a la que solo le importa el dinero. Los códigos de honor del barrio contra personajes sin escrúpulos y sin ningún tipo de preocupación por todas las otras personas que se llevan por delante, ya sean los vecinos insomnes o los propios toxicómanos que acuden a comprar droga una noche tras otra.

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"Si pusieran un narcopiso y vendieran la droga por una ventanilla a lo mejor no habría tanto problema. Pero no es así, y en el momento que montas un narcopiso empiezan a llegar yonkis que se chutan en la escalera dejando todo tipo de residuos biológicos, que se pelean entre ellos. Me llamó mucho la atención hace años unas imágenes de Barcelona con gente peleándose con katanas por temas de droga, porque luego resulta que hay rivalidades también por cuestiones de narcos. Vamos, que si te ponen un narcopiso en tu comunidad lo llevas claro, porque la policía no puede hacer gran cosa salvo poner una patrulla por ahí para intentar controlar", destaca Gómez Escribano.

Todo lo que ocurre alrededor de Narcopiso lleva al autor a reflexionar sobre la evolución de esos barrios que un día estuvieron poblados de "masa obrera explotada" en los que se ha "perdido la conciencia de clase", por lo que de un tiempo a esta parte gana las elecciones la derecha gracias a los nuevos desarrollos urbanísticos. "Yo soy también profesor de FP, y hace treinta años, cuando empecé, tenía en clase punkis, heavies y demás. Pero ahora lo que tengo es una gente muy homogénea que van con las banderitas de España", apunta, para luego recalcar: "En los alumnos veo ahora que es un poco revolucionario ser de VOX, igual que cuando yo era joven lo revolucionario era llevar el pelo largo. Y no saben muy bien lo que significa. Se ha perdido la conciencia de clase y la gente está muy equivocada y no saben lo que están haciendo. Luego en las elecciones votan a quien votan que resulta que quieren privatizar la sanidad y la educación, pero no se dan cuenta".

"Cada barrio tenía su cosa" hace unas décadas, y ser de Canillejas era parecido a ser de Carabanchel, cada cual con sus cosas, pero desde luego distinto a pertenecer al barrio de Salamanca. "Antes había mucha diversidad y variedad de pensamiento. Ahora la tecnología y las marcas los han homogeneizado", lamenta, reconociendo que a veces piensa que le gustaría no haber nacido en su barrio. "Pero luego estás orgulloso de ser de donde eres. Es una dualidad un poco extraña. Y no es que quiera reivindicar los barrios, porque en mis novelas hay personajes que no deberían existir, ya que si hubieran tenido una vida digna no se hubieran hecho drogadictos y alcohólicos. Porque lo de la droga en los ochenta fue un genocidio encubierto pero a la vista de todos. Por eso lo que hago en mis novelas es poner frente al espejo una realidad que no debería existir".

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