'Noche de paz' es la celebración minimalista de un genio que vuelve a Hollywood tras 20 años
Una lágrima desciende por el rostro de una mujer, y gracias al montaje se transforma en un casquillo de bala cayendo contra el suelo. Este tipo de transiciones son habituales en Noche de paz, pero quizá no haya ninguna tan ilustrativa de los propósitos del director, y difícilmente una más cursi. También es una ocurrencia visual que sorprende ver hoy día en el cine de acción estadounidense, delimitado por las solemnidades de Tom Cruise y Keanu Reeves o los guiños ante una platea conversa de Fast & Furious. No hay asomo de sarcasmo en esa asociación de imágenes. Una lágrima, una bala. El significado es claro y expresa con contundencia un malestar emocional. Redunda en el intenso dramatismo de una película que, ante la ausencia de diálogos, debe tirar de estos recursos para comunicarse.
John Woo, cineasta hongkonés que no rodaba en Hollywood desde hace 20 años —luego de Paycheck quiso sumarse a la floreciente escena del blockbuster chino—, se encuentra plenamente cómodo en estas coordenadas. Porque el argumento de Noche de paz es sencillísimo, por no decir manido y estúpido: un hombre ha perdido a su hijo por culpa de un tiroteo entre bandas en su vecindario, y tras perder la voz durante la refriega decide entrenarse para ejercer su venganza en el momento oportuno. Con solo la premisa, Noche de paz —pena que el título español no respete el chiste del original, Silent Night— recordaría a la afloración de ficciones vengativo-fascistas de la Venganza de Liam Neeson a partir de 2008, que habrían reclamado entereza visual con el fenómeno John Wick.
Aquí el asesino se movilizaba en pos de la muerte de su perro, y los mimbres de su venganza eran asiáticos pero poco tenían que ver con las inquietudes de Woo: Chad Stahelski prefería remontarse a la indonesia Redada asesina para orquestar complejos planos sostenidos donde los especialistas lucieran habilidades y la sangre salpicara a costa de rostros feroces e impasibles. La idea de espectacularidad de John Wick rechazaba el montaje tradicional y la estilización individual del plano; en sintonía, también se hallaba cómoda en un hieratismo que podía desahogarse puntualmente con chistes internos o, tal y como hizo Nadie con Bob Odenkirk a la estela de John Wick, inanes comentarios sobre la masculinidad.
El cine de acción estadounidense ha evolucionado en esta dirección, y es una dirección a la que Woo es alérgico por principio. Porque él cree en el corte para impulsar las refriegas, así como en otros recursos que hoy por hoy se utilizan con timidez estilo las cámaras lentas. Pero, sobre todo, porque él cree en la emoción franca y desatada. En el romanticismo. Siente una afinidad estética a la vez que visceral por el sufrimiento viril, y la explosiva necesidad de alinearlo con otros sufrimientos semejantes para construir una camaradería, una lealtad honrada que trascienda el lado de la ley en que estos hombres se encuentren.
Woo construyó su particularísimo estilo a base de estos rasgos —confluyendo en el llamado heroic bloodshed que John Tones analizó titánicamente por aquí—, y apenas se ha distanciado de ellos. Dicho estilo, a base de mantenerse incólume durante casi 40 años en los que ha cambiado varias veces de industria, puede haberse trocado autoparódico. Es innegable. Incluso el propio Woo se mostraba consciente en un diálogo de su anterior película, Manhunt, cuando alguien se preguntaba cómo era posible que dos tipos estuvieran luchando juntos después de haber intentado matarse y una mujer respondía que “los hombres son así de simples”. John Woo es así de simple. Por eso es el mejor.
Y tiene tan clara su concepción de la imagen espectacular que ajustarla a una película carente de diálogos parece no haberle costado un mínimo esfuerzo. Lo que no quita que el experimento de Noche de paz sea de lo más estimulante. Woo orquesta un cuidado vaciado de cualquier aspecto mínimamente superficial de las ficciones vengativas, topándose con algún hallazgo en el camino —la decisión que toma la mujer sufrida (Catalina Sandino Moreno) a mitad de la película da carpetazo a cualquier pretensión de la masculinidad tóxica por justificarse— pero sobre todo limitándose a ejercer una síntesis disciplinada, que a la vez le permite abandonarse al vértigo esteta.
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Como Woo, decíamos, siempre ha sido un romántico —nunca se valorará lo suficiente lo que hizo con Ethan Hunt en Misión imposible 2—, el silencio impuesto le permite regodearse en la capacidad omnímoda de las imágenes para exaltar sentimientos. Para, en fin, escribir poesía violenta, deformar el aparato de la ficción al compás de la atormentada subjetividad de Joel Kinnaman. Podría considerarse un salto sin red si no fuera porque, de principio a fin, Noche de paz demuestra que Woo se encuentra exageradamente cómodo en este escenario, lanzando la duda de si acaso todas sus películas no funcionarían igual siendo mudas. Incluso de si no sería mejor para el cine que hubiera más películas mudas. Así en general.
El plácido repliegue de Noche de paz en torno a la emoción que trasciende el verbo no es, por otra parte, demasiado sofisticado. Woo no teme repetir recursos e ideas, ni dilatar más de lo aconsejable el segmento de entrenamiento previo a la masacre. Además incurre en una atolondrada xenofobia al fijar los perfiles de las presas y se ve en la necesidad —víctima, pese a todo, del hecho de tener casi 80 años— de dedicarse homenajes a sí mismo en cuanto a rimas Hard Boiled y alianzas de última hora. En ese sentido Noche de paz no logra ser tan abstracta como pretende, evidenciando un aparato productivo y unas inercias insalvables que, por otro lado, Woo compensa devolviéndole la atención al combate cuerpo a cuerpo y al gore.
Noche de paz es, en conclusión, un festín. Una demostración tardía pero oportuna de por qué hay que alejarse del cinismo y de la dictadura del plano secuencia, a la vez que un ejemplo de cómo la expresión “cine de acción” a veces puede ser un gozoso pleonasmo. Por eso, y porque nada grita más “cine” que un tipo disparando dos pistolas a la vez a distancia ridícula de su enemigo, hay que agradecer la forma en que John Woo nos desea felices fiestas.