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¿Estamos haciendo algo para impedir la catástrofe en Gaza?

Manifestantes sostienen pancartas durante una protesta frente al Ministerio de Asuntos Exteriores en Varsovia, este fin de semana.

Carine Fouteau (Mediapart)

La guerra de Gaza nos afecta a todos. Como mundo, como país, como comunidad, como individuo. Del mismo modo que el 11-S afectó "al inconsciente geopolítico de todos los seres vivos", por utilizar la expresión del filósofo Jacques Derrida, la masacre del 7 de octubre de 2023, perpetrada a sangre fría por Hamás, ha desgarrado el espacio-tiempo en el que vivimos, engendrando un monstruoso ciclo de represalias israelíes. El riesgo de genocidio, formulado por la Corte Internacional de Justicia (CIJ), sitúa el miedo provocado por la guerra en el peldaño más alto de nuestra inhumanidad

En seis meses han muerto en Gaza más de 33.000 palestinos. Los bombardeos y las balas de francotiradores israelíes se cobran vidas indiscriminadamente. Rafá, donde se han refugiado cientos de miles de familias, vive bajo la amenaza de una ofensiva y se extiende la hambruna, junto con el caos. El enclave se ha transformado en un territorio arrasado. Ante nuestros ojos están desapareciendo una historia, una cultura y una memoria. Lo que se anunció como una guerra contra Hamás se está convirtiendo en una guerra contra un pueblo

Niños, refugiados, trabajadores de ayuda humanitaria, enfermos: a falta de objetivos bélicos realistas, la espiral del horror israelí parece no tener límites. "En tiempos de tinieblas, ¿seguiremos cantando? Sí, cantaremos la canción de las tinieblas", escribió Bertold Brecht en sus Poemas de Svendborg en 1939. 

En la década de 1970, el poeta palestino Mahmoud Darwich ya vaticinaba un futuro sombrío para Gaza, al tiempo que insistía en su espíritu de lucha: "Muerta de hambre, se niega; dispersa, se niega; envuelta, se niega; condenada a muerte, se niega", escribió en "Silencio para Gaza", un extracto de su Crónica de la tristeza ordinaria

Seis meses después del comienzo del conflicto, es hora de plantearnos algunas preguntas difíciles: ¿estamos haciendo algo para evitar una catástrofe? Si esta guerra termina algún día, ¿seremos capaces de hacer frente a nuestra conciencia?

Hechos y sentido

Como periódico, Mediapart responde a estas profundas preguntas con las únicas armas de que dispone: la palabra, los hechos y el sentido. Desde el 7 de octubre, trabajamos colectivamente para separar la verdad de la falsedad, más allá de la propaganda militar. Con nuestros informes, investigaciones y análisis, hemos contado la historia del trauma sufrido por los israelíes y la deriva mortífera de sus gobernantes; la duplicidad asesina de Hamás, los crímenes de guerra del Tsahal y el decaimiento de los palestinos; la complicidad de las potencias occidentales, la hipocresía de los países árabes y la impotencia del derecho internacional

Hemos documentado el contexto histórico de la opresión colonial y las repercusiones geopolíticas de un desgarramiento que está remodelando las fallas del mundo. Hemos destacado las voces de la gente en primera línea y las de quienes, ante el abismo, persisten en idear puertas de salida políticas. 

Como periodistas, denunciamos el apagón informativo impuesto por Israel, que prohíbe a los reporteros extranjeros entrar en Gaza, en detrimento de la libertad de información. Hemos prestado nuestro apoyo a nuestros colegas palestinos y nos negamos a que mueran cámaras al hombro. 

Desde las primeras horas del conflicto, nuestros suscriptores han expresado su asombro, su consternación, su cólera y su rabia en las columnas del Journal Club, intentando ver las cosas con claridad y aferrarse a sus pensamientos. Nuestro espacio participativo, lugar único de intercambio y diálogo, se ha convertido en una caja de resonancia de las conversaciones del mundo. Para recoger su vitalidad, hemos elaborado un ebook, recién publicado, con las contribuciones más incisivas y sensibles (puede leerse aquí en formato PDF). 

Al igual que nuestros redactores, nuestros blogueros se han abierto camino evitando las trampas tendidas por las fuerzas armadas implicadas, manteniendo una distancia crítica respecto a sus relatos. Porque ese era el principal escollo. ¿Cómo no escuchar el terror de un pueblo (el israelí) afligido por la pérdida de civiles y convencido de que se enfrentaba a un riesgo existencial? ¿Cómo no comprender a un pueblo (el palestino) a punto de ser borrado del mapa, sublevado por décadas de sometimiento y confinamiento? ¿Cómo no ver que las responsabilidades son compartidas, incluso por la comunidad internacional, pero que la dimisión de Benyamin Netanyahu es condición sine qua non para evitar que se cometa lo irreparable? 

En lugar de unir y tranquilizar a los pueblos, el presidente francés ha sembrado la división

Mientras nosotros hemos intentado comprender la complejidad del asunto, el debate público francés se ha visto perdido en una alternativa tóxica. Por un lado, negarse a calificar de "terroristas" las masacres de Hamás y recordar el contexto colonial en el que se perpetraron le identifica como un esbirro del Mal; por otro, negarse a ver bien la "resistencia" palestina y el "heroísmo" de Hamás le convierte en "aliado objetivo" del ocupante. 

Entre la batalla campal y la crispación, las posiciones se han vuelto rígidas y exaltadas. La polarización esencialista que siguió acabó por abolir el pensamiento hasta tal punto que el mundo "ilustrado" de los investigadores y universitarios se ha visto frenado en su expresión, incluso reducido al silencio. 

Emmanuel Macron ha contribuido a crear esta artificial y peligrosa división. En lugar de unir y tranquilizar, como debería haber hecho, el presidente de la República ha sembrado la semilla de la división al apoyar a Israel durante demasiado tiempo, en nombre del alineamiento occidental con la guerra contra el terrorismo. Se reabrieron de inmediato las viejas heridas francesas, nunca realmente cicatrizadas, dando rienda suelta a discursos y actos antisemitas e islamófobos. 

La triste ironía es que Rassemblement National (RN, Agrupación Nacional) se ha aprovechado de este terreno contaminado para erigirse en baluarte contra el odio a los judíos.  

Cinco meses después del inicio de las hostilidades –que en realidad duran ya décadas–, el ministro francés de Asuntos Exteriores, Stéphane Séjourné, ha seguido manchando la imagen de Francia, apareciendo todo sonriente y sin ninguna vergüenza, junto al primer ministro israelí, a pesar de que ya entonces la CIJ había ordenado a Tel Aviv que tomara "todas las medidas a su alcance" para evitar el genocidio. Mientras algunos países, entre ellos Canadá, han decidido imponer un embargo a la venta de armas a Israel, Francia sigue con evasivas

La brújula del derecho internacional

Es por tanto urgente que en los intersticios de este podrido debate público emerja la política para detener la espiral de venganza, contrarrestar la lógica del terror y construir relaciones de fuerza para idear estrategias, alternativas y soluciones. 

Eso implica en primer lugar ponerse de acuerdo sobre algunos principios: a pesar de la asimetría estructural entre un ocupante y un dominado, el fin no justifica los medios y una causa no puede considerarse emancipadora cuando apoya a una organización que recurre al crimen, a fortiori al crimen masivo. Al mismo tiempo, no hay nada que prevalezca sobre el derecho de los pueblos a la autodeterminación dentro de las fronteras reconocidas por el derecho internacional. 

Porque eso está inequívocamente del lado de Palestina. Y sistemáticamente pisoteado por Israel. Desde 1967, numerosas resoluciones de la ONU han condenado firmemente la colonización de los territorios ocupados. Casi sesenta años después, sólo podemos deplorar que estas resoluciones nunca hayan frenado los objetivos beligerantes de un Estado dirigido hoy por fanáticos de extrema derecha y, sobre todo, que nunca hayan recibido la más mínima respuesta en términos de sanciones por parte de la comunidad internacional. Sin embargo, como han demostrado las acciones emprendidas contra Rusia, podrían haberse previsto medidas vinculantes de deslegitimación. 

En este sentido, la responsabilidad de las potencias occidentales, empezando por Estados Unidos pero también de sus supuestos aliados árabes, es enorme. La tardía y apática "exigencia" de alto el fuego, por la que tanto luchó el Consejo de Seguridad de la ONU el 25 de marzo, no cambiará nada: la resolución del órgano más importante de la gobernanza mundial seguirá siendo papel mojado mientras Washington siga apoyando militarmente a Israel. Pero la administración Biden no está dispuesta a dar marcha atrás, como demuestra la aprobación, el mismo día de la votación en Nueva York, de la entrega de bombas y aviones de combate por valor de varios miles de millones de dólares

Es cierto que el presidente norteamericano acaba de dar un puñetazo sobre la mesa, forzando la apertura de accesos humanitarios, pero sería más que prematuro ver en ello un punto de inflexión. En cuanto a las negociaciones diplomáticas en Doha y El Cairo, están empantanadas y parecen, mientras no se demuestre lo contrario, son incapaces de silenciar las armas, dando más bien la impresión de una pasividad incalificable. 

¿Qué se puede hacer entonces? Contar con la sociedad civil para que exija con todas sus fuerzas un alto el fuego inmediato y la liberación de los rehenes. Siguiendo los pasos de España, sería un gran paso adelante el reconocimiento del Estado palestino por los países occidentales, como señala el escritor Elias Sanbar en su libro La Dernière Guerre? (¿La última guerra?), que se publicará en la colección Tracts de Gallimard. 

Son necesarias más que nunca fuertes movilizaciones en todo el mundo para hacer reaccionar a los dirigentes que, aunque hayan perdido la brújula del derecho internacional, sigan siendo sensibles a las configuraciones electorales resultantes de sus posiciones. Al no oponernos al desastre que se está produciendo, nos convertimos en cómplices involuntarios. 

Destinos entrelazados

Nada va a permitir sin embargo evitar el caos sin los más afectados:  esos dos pueblos y el destino político que les pertenece en primer lugar. A pesar de la intensidad del schock del 7 de octubre de 2023 y de la toma de rehenes, es indispensable que los israelíes se den cuenta de la magnitud de la política suicida que lleva a cabo en su nombre Benyamin Netanyahu, que sigue con la guerra sólo para salvarse a sí mismo. 

El gobierno actual está poniendo en peligro sus vidas, a corto, medio y largo plazo, al alimentar, en lugar de destruir, el potencial de Hamás, que sólo puede prosperar bajo las bombas. Al comprender que están en juego su seguridad y su humanidad, sólo ellos pueden presionar lo suficiente a sus gobiernos para obligarles a respetar el derecho internacional y abandonar sus políticas de bloqueo y asentamientos ilegales. Las manifestaciones de los últimos días pidiendo la liberación de los rehenes y la dimisión del primer ministro, así como la convocatoria de elecciones parlamentarias anticipadas, son una señal, aunque frágil, de que es posible un despertar. 

Es necesario un arrebato israelí para que un día los palestinos, una vez que ya no tengan que preocuparse por su supervivencia, admitan a su vez que Hamás les ha llevado a lo peor. Ya se oyen voces críticas, incluso dentro del enclave. La igualdad no puede decretarse, especialmente en un territorio donde está profundamente arraigada la mecánica del apartheid, pero el ejemplo sudafricano es un recordatorio de que, con voluntad política, puede solucionarse lo que parecía irresoluble. Poner fin al ciclo de la violencia presupone el reconocimiento mutuo de su existencia legítima, condición indispensable para la construcción de una arquitectura propicia a la paz, ya adopte la forma de un Estado binacional, de dos Estados o de un Estado federal. 

A nosotros, ciudadanos europeos, nos corresponde estar hombro con hombro con los palestinos e israelíes que, luchando contra el extremismo de sus dirigentes, tratan de salir de esta "última noche", según el título de una película de Jean Genet que nunca verá la luz, mencionada en una reciente exposición en el Instituto del Mundo Árabe, "Lo que Palestina aporta al mundo". En las páginas de Mediapart, como en el Club, seguiremos incansablemente haciendo oír estas voces que inventan posibilidades de construir su futuro, inevitablemente creado con las historias pasadas y presentes de unos y otros.

La guerra de Gaza cumple seis meses de horror sin final a la vista

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Traducción de Miguel López

 

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