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De anarcocapitalistas y minarquistas

Julián Lobete Pastor

Ha escrito Javier Milei que “la esencia del político es engañar a la gente de modo tal que no se perciba su verdadera condición”. 

Si aplicamos este pretendido apotegma al político Milei, hay que preguntarse, en primer lugar, cómo y en qué asuntos engaña a la gente. Veamos cómo se define el actual presidente argentino: “Filosóficamente soy anarcocapitalista y en la vida real soy minarquista”, completando estas afirmaciones con la siguiente: “El estado es una organización criminal, lo son todos los estados, sean democráticos, dictatoriales o monárquicos; es una especie de mafia con cobertura legal”; como corolario de lo anterior afirma que “el estado debería necesariamente dejar de existir”. 

La primera pregunta que corresponde formular al anarcocapitalista, presidente de una república democrática, es cómo pretende destruir el estado democrático que preside. ¿Acabar con el estado es acabar también con la democracia? ¿Qué organización social proponen los anarcocapitalistas después de destruir el estado? Pocas respuestas podemos encontrar tanto entre los defensores del anarcocapitalismo, como en el propio Milei que habla muy poco de democracia. Alguna pista nos ofrecen, sin embargo, sus reuniones con líderes ultraderechistas europeos y latinoamericanos y para la aceptación de medallas, actos colocados por el mandatario argentino por encima de sus obligaciones presidenciales. 

Otra pista ofrece también su trato con la prensa en particular la de su país, poco respetuosa con la libertad de expresión

Milei tiene, por tanto, un programa máximo, que no explica cómo va a llevar a cabo, y un programa mínimo que es el que está tratando de desarrollar en Argentina: el minarquismo, es decir reducir el estado a las funciones de defensa, policía, justicia (sobre todo para defender la propiedad privada), obras públicas hasta cierto punto y asuntos exteriores. La sanidad, la educación, la cultura, los servicios sociales, las pensiones se convertirán en negocios privados, o dicho de otra forma, se trata de reducir la participación del gasto público en el Producto Interior Bruto (PIB) de un 45 por ciento a un porcentaje entre el 5 y el 10 por ciento.  

Programa minarquista que es también el de la presidenta de la Comunidad de Madrid, en la medida de sus posibilidades y que trataría de ejecutar si logra como pretende, la presidencia del gobierno español. 

Un mundo privatizado en el que el Poder lo ejercerán, casi exclusivamente, los poderes económicos.  

La batalla cultural

Los ultraliberales y anarcocapitalistas de todo el mundo están exultantes porque, por primera vez, alguien con poder político se ha lanzado a defender y tratar de llevar a cabo su programa; han convertido a Milei en un icono, le pasean por todo el mundo, lo llenan de medallas y la prensa correspondiente cumple su papel de ensalzar y alabar al icono. 

Sin embargo, los más sensatos de entre ellos son conscientes, a pesar de su gran poder, de la dificultad de la tarea y sin que lo digan, dudan de la capacidad de Milei para completar su programa. El presidente argentino, un economista de más de cincuenta años, descubrió hace pocos la economía austriaca y se convirtió en un converso; los conversos tienden al fanatismo que puede obnubilarles y hacerles olvidar la realidad, realizando actuaciones que arruinen su proyecto.  

Conscientes de la dificultad de su tarea, los minarquistas se han lanzado a una batalla cultural, desarrollada por el propio Milei como cabeza de lanza o en nuestro país por la minarquista presidenta de la Comunidad de Madrid. 

Es una batalla destinada a desterrar de las mentes de los ciudadanos cualquier ideología que defienda ideas socialistas o socioliberales o que simplemente defiendan el estado de bienestar. No dudan en utilizar todo tipo de herramientas que ofrece la tecnología moderna, pero teniendo la mentira, el insulto, la truculencia y el descaro como actitudes fundamentales.  

Smith no hubiera aceptado ninguna de las conclusiones de Milei ni de los anarcocapitalistas. La utilización del autor escocés por parte del presidente argentino es una prueba más de su deshonestidad intelectual. La batalla cultural es un hecho, que cada cual asuma su papel frente al totalitarismo

Dos monstruos: la justicia social y el sindicalismo

“Estoy convencido de que los fallos del mercado no existen” escribe Milei. Los ultraliberales describen un mundo económico en el que, si no hay interferencias, todo funciona perfectamente y donde, según el propio Milei, deberíamos estimar que las remuneraciones de los factores (tierra, trabajo y capital) que determina el mercado libre son las justas; y, por tanto, añado, todos deberían aceptarlo, tanto si el mercado ha dictaminado que deben ganar 900 euros por 12 horas diarias de trabajo, como si su capital se ha cuadriplicado en pocos años. 

A algún novelista se le ha escapado la novela que narre ese mundo feliz del mercado perfecto que describe el ultraliberalismo y donde todo el mundo acepta lo que le toca porque es lo justo. No hay conflicto social, sólo cooperación

Es un mundo a novelar porque ese mundo no ha existido ni existirá mientras haya seres humanos sobre la tierra, a no ser que hayan sido narcotizados por un nuevo Soma o por una ideología totalitaria capaz de encubrir el dominio de unos pocos sobre la mayoría social.

Con esta concepción absolutista, no es extraño que cualquier elemento que perturbe ese mundo le parezca a Milei una aberración, dado que lo que cada uno ha obtenido es lo justo. La justicia social es un elemento equilibrador que trata de corregir las desigualdades, pero si el mundo es perfecto y cada uno tiene lo suyo esa justicia es en elemento perturbador, es un robo; pero no vamos a ser ingenuos, los ataques de Milei o Ayuso a la justicia social obedecen a que es uno de los elementos claves de una sociedad solidaria de un estado social y de derecho. 

Otra bestia a eliminar por Milei y sus amigos es el sindicalismo cuya finalidad es, según los ultraliberales, apropiarse de parte de los beneficios de los empresarios; sin embargo hay alguien muy citado por Milei que no lo veía así.

Adam Smith no se hubiera creído el cuento ultraliberal

Los ultraliberales y por supuesto Milei citan mucho a Adam Smith en aquellas partes de su obra 'La Riqueza de las Naciones' que, en su opinión, confirman sus tesis. 

Lo que no hacía Smith era ni creerse ni inventarse cuentos. Así, en los referentes a la determinación de los salarios y el papel de las organizaciones obreras y patronales dice lo siguiente (Libro primero, capitulo 8, de la 'Riqueza de las Naciones'): "Los salarios corrientes dependen en todos los lugares del contrato que se establece normalmente entre dos partes, cuyos intereses no son en modo alguno coincidentes. Los trabajadores desean conseguir tanto y los patronos entregar tan poco, como sea posible. Los primeros están dispuestos a asociarse para elevar los salarios y los segundos para disminuirlos. No resulta empero difícil prever cuál de las dos partes se impondrá habitualmente en la puja y forzará a la otra a aceptar sus condiciones. Los patronos al ser menos pueden asociarse con más facilidad; la ley, además, autoriza o no prohíbe sus asociaciones, pero sí prohíbe las de los trabajadores. No tenemos leyes del Parlamento contra las uniones que pretendan rebajar el precio del trabajo, pero hay muchas contra las asociaciones que aspiran a subirlos”. 

El mundo real está lleno de desigualdades, según Smith, “cuando hay grandes propiedades hay grandes desigualdades. Por cada hombre muy rico, debe haber al menos quinientos pobres, la opulencia de unos pocos supone la indigencia de muchos...” (Libro V capítulo primero). 

El autor escocés daba una gran importancia a la educación, a la que habría que dedicar sumas importantes de la recaudación de impuestos.” Aunque el estado no obtuviera ventaja alguna de la educación de las clases inferiores del pueblo, igual debería cuidar que no quedasen completamente sin instrucción. Ahora bien, el estado deriva una ventaja considerable de esa educación. Cuanto más instruida está la gente, menos es engañada por los espejos del fanatismo y la superstición. Un pueblo educado e inteligente siempre es más decente y ordenado que uno ignorante y estúpido”. (Libro V, capítulo primero)

Al contrario que los ultraliberales, Milei o Ayuso, Smith no consideraba que los impuestos sean un robo o que el dinero donde mejor está es en los bolsillos de los ciudadanos. Tanto es así, que estableció cuatro cánones de la tributación en general, el primero de los cuales es: "los súbditos de cualquier estado deben contribuir al sostenimiento del gobierno en la medida de lo posible en proporción a sus respectivas capacidades; es decir en proporción al ingreso del que respectivamente disfrutan bajo la protección del estado”. (Capítulo V) 

Smith no hubiera aceptado ninguna de las conclusiones de Milei ni de los anarcocapitalistas. La utilización del autor escocés por parte del presidente argentino es una prueba más de su deshonestidad intelectual. 

La batalla cultural es un hecho, que cada cual asuma su papel frente al totalitarismo

Julián Lobete Pastor es socio de infoLibre.

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