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Un 90% de condenas y un 0,001% de denuncias falsas: 20 años de la ley que puso nombre a la violencia machista

Barbarie

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Natalia García-Pardo

¿Es la barbarie?

1. La convención

Estos días no puedo levantarme del sofá viendo la CNN. He visto las dos convenciones y escuchado todos los discursos relevantes. He seguido viéndola y diría que me cuesta parar.

Me impresionó la convención demócrata. Completamente virtual, pero consiguieron hacerla cálida. Hablaron de todas las cosas que me preocupan a mí, como ciudadana y residente en aquel país durante 14 años. Los valores de la diversidad, la excelencia, la general bonhomía y buen funcionamiento de las instituciones de la democracia americana. Sus magníficas universidades y oportunidades para estudiar en ellas. Sus abundantes y eficientes bibliotecas. Hablaron de tener un sueño y de ir a votar para realizarlo, quitando a Donald Trump de en medio.

Biden, como vicepresidente de Obama, y funcionario público –antes, toda su vida–, ha dejado una estela admirable de buen hacer, tanto como persona especialmente empática e inteligente, como un político competente que puso en marcha una ley contra la violencia de género, entre otras muchas cosas, y que desarrolló competentemente su responsabilidad como vicepresidente. Alguien, además, en quien Obama se apoyó frecuentemente en sus decisiones más difíciles.

En la convención demócrata, condenaron el racismo institucionalizado y criticaron a Trump por alentarlo, por poner impedimentos al voto por correo con burdas maniobras de retirar máquinas y descapitalizar el servicio de Correos. Por minar la democracia. Por negar la pandemia y forzar ahora en la FDA la salida de una vacuna no suficientemente probada porque el gobierno la quiere antes de las elecciones.

En el Congreso, los demócratas han llamado al jefe de Correos a declarar y exigen, mediante citación, la comparecencia del director nacional de Inteligencia para que explique las razones por las que interrumpió sus comparecencias públicas en la Casa de Representantes para dar cuenta de los hallazgos en materia de interferencia de países extranjeros en las elecciones estadounidenses. En la última de estas comparecencias, el director nacional de Inteligencia reveló que existían datos fehacientes de la implicación de Rusia en acciones para influir en las elecciones actuales. Trump es su candidato. También se dijo que China e Irán tenían intenciones de interferir. Se habló de que China favorecía a Biden.

Y, justo en ese punto de su comparecencia, este señor decide no asistir más al Congreso a informar sobre esa supuesta intervención extranjera en las elecciones de 2020. Se escuda en que a partir de ahora solo van a presentar informes escritos porque las comparecencias se prestan a que se produzcan filtraciones, como dicen que ha ocurrido ahora. Los demócratas incluso ignoran cuál es la parte de esa información que se supone que se ha filtrado. No lo aceptan, por supuesto y le hacen una citación.

Ambos, el jefe de Correos y el director de Inteligencia son grandes financiadores de la campaña de Trump. Nombrados por él hace poco tiempo. Previo a sus nombramientos, Trump les exige lealtad a él personalmente: al presidente, no a la constitución ni al pueblo americano. Eso lo contó John Kelly, a quien, en 2017, Trump le ofreció sustituir a James Comey como director del FBI, que acababa de ser destituido fulminantemente por sus declaraciones sobre la intervención de Rusia en las elecciones de 2016. Kelly no acepto ese cargo, según él debido a esa exigencia de lealtad personal a la hora de desempeñar el cargo de director del FBI (aunque ahora es el de jefe de Gabinete de Trump).

La convención republicana ha sido como un reality show. Con público en la sala, en Charlotsville, North Carolina. El mismo Trump apareció el primer día por sorpresa y lanzó un discurso peligroso. Ninguneó a Biden y enseguida empezó a acusarle de alentar la anarquía en EEUU, los saqueos, las protestas que, en su opinión, acababan en desórdenes incontrolados llenos de izquierdistas indeseables. Los demócratas son los culpables, dijo, y Biden es un socialista peligroso.

Se presentó por sorpresa, saltándose a la torera la norma de ser elegido en lo que llaman una plataforma del partido republicano, que es la que, en teoría, tenía que declararle candidato.

El resto de oradores en la convención eran mayoritariamente familiares de Trump: dos hijos, una hija, una nuera (especialmente grotesca en apariencia y discurso) y Melanie. Él hablaba todas las noches.

Los demás eran también bastante esperpénticos: un abogado afroamericano sacado de algún cajón del escritorio, algún latino vendido y una mujer del estado de Hawái, que parecía diseñada para parecer indie en la Convención Republicana.

El segundo día pusieron un discurso de Mike Pompeo, televisado en Jerusalén, hablando del logro de la Administración Trump por haber conseguido ese acuerdo histórico entre Israel y los Emiratos Árabes. También este gesto escandalizó a la sensibilidad demócrata que vociferó al unísono que jamás en una convención partidista se había televisado ningún tipo de intervención, y más, de un miembro del gobierno.

Entonces, empiezan los muertos.

En un pueblecito de Wisconsin, Kenosha, un residente negro es tiroteado siete veces por un policía, a pocos centímetros y por la espalda, mientras pretendía entrar en su coche aparcado, donde le esperaban tres hijos pequeños.

Se puede ver perfectamente en un vídeo mostrado en CNN poco después, hecho por un transeúnte, que ni siquiera había habido un forcejeo entre ellos. El policía va andando detrás de este individuo, quién rodea su coche con el policía detrás apuntándole, hasta llegar a la puerta delantera del coche, que abre. Cuando se está subiendo al coche le caen siete tiros seguidos a pocos centímetros de su espalda, provenientes de ese policía que le sujeta por la camiseta mientras le dispara.

Al día siguiente, un joven de 17 años, seguidor de Trump, y armado con un fusil —al parecer pertenecía a la milicia de los Vigilanti y se supone que defendía un negocio de posibles ataques de los manifestantes—, se le ve en otro vídeo avanzando hacia ellos, después de haber disparado a alguien. Él es, entonces, perseguido por algunos que corren tras él, tropieza y se cae con el arma al suelo. Desde allí, dispara su rifle y mata a dos manifestantes. El primer disparo anterior parece que solo dejó un herido.

Lo más asombroso de ese vídeo es que este joven se levanta del suelo con su arma y se dirige manos en alto hacia la Policía, que tiene varios coches aparcados allí cerca, y nadie le detiene. Incluso le dan agua. Se va y desaparece del vídeo.

Los seguidores de Trump, irrumpen en camiones al día siguiente en una manifestación en Portland, donde fue asesinado Floyd por un policía hace no mucho y donde, desde entonces, hay protestas y ritos en las calles todos los días. Desde los camiones, se les ve en un vídeo disparando con pintura a los manifestantes, con unos disparadores que parecen lanza llamas. En ese paseo y altercado subsiguiente, muere un blanco, que parece que era un seguidor de Trump, gorra incluida.

Trump no condenó en ningún momento los disparos a bocajarro del policía que, milagrosamente, no mata, pero deja a aquel padre negro paralizado de cintura para abajo y que sigue en el hospital luchando por su vida. Los primeros días incluso le tuvieron esposado en la cama del hospital.

Cuando le preguntan a Trump sobre ese disparo se limita a decir que “no le gustó la escena”, pero que habrá que ver que pasó. Repite e insiste una y otra vez, siempre que le preguntan sobre ello, que hay que acabar con los tumultos y saqueos que patrocinan los demócratas. Él representa la ley y el orden. Defiende a la policía, de quien dice que, “a veces, no atinan bien, se equivocan, como cuando en un torneo de golf, no metes la bola en un hoyo que tienes a menos de un metro”.

Respecto al joven Vigilanti que disparó a los dos manifestantes desde el suelo, lo justifica plenamente en sus declaraciones, diciendo que ”fue agredido brutalmente cuando se cayó al suelo (falso, es él quien dispara antes de que nadie pudiera agredirle) y que es muy probable que, si no hubiera actuado, ahora estuviera muerto”.

Nixon fue un presidente que se enfundó en la misma campaña de defender la Ley y el Orden. Ganó unas elecciones, pero después dimitió ante el impeachment.

Bush padre fue testigo como presidente de unos riots en Los Ángeles que dejaron más de 20 muertos, y nunca en aquellos momentos se dirigió al país en esos términos, culpando solo a los manifestantes, hablando de ellos como anarquistas y gente sin principios que quieren acabar con América y los suburbios de clase media blanca, defendiendo sin fisuras cualquier actuación de la policía.

Trump es un fenómeno nuevo en América.

2. La campaña electoral

Biden viajó a Pennsylvania e hizo un discurso en Pittsburg valiente, duro e inflamado contra Trump y el trumpismo. Sus primeras palabras fueron una condena firme de los saqueos, pero dedicó el resto de su tiempo a decir que no había justicia social en América. Lo que hay es un racismo sistémico y un Gobierno que no solo no hace nada, sino que lo alimenta. Nuestra democracia está en peligro, dijo. Fue un discurso extraordinario, que las televisiones en España, ni siquiera mencionaron. También el de Obama, en la Convención, el de Kamala Harris, el de Michelle Obama, el de Bernie Sanders, arengando sin piedad y con apasionamiento a sus votantes para que fueran a votar a Biden.

El jueves, Trump viajo a Kenosha, Wisconsin, para apoyar y reunirse con los mandos de la Policía. Tanto el gobernador de WI, como el alcalde de Kenosha, le desaconsejaron aparecer por allí de momento. Solo iba a inflamar más las cosas. Pero se empeñó y fue a Kenosha.

Wisconsin siempre había sido un estado demócrata hasta 2016 en que Trump sacó 23.000 votos más, que le permitieron ganar las elecciones. En una entrevista que le hicieron en Fox News antes de viajar, se refirió confusamente a una “gente oscura, mala gente, que es la que saquea y quiere destruir América”. Mencionó que el avión que había cogido el día anterior para ir a no sé dónde estaba, dijo, "lleno con gente de esa, vestida con trajes negros, oscuros, extraños”. La entrevistadora de FOX News le preguntó que de qué estaba hablando, si se refería a alguna teoría conspiratoria, y dijo que “no podía decir más porque se estaba investigando en este momento”.

Mientras tanto, el sábado pasado, en Berlín se manifestaron 40.000 personas que intentaron entrar en el Parlamento. Portaban banderas rusas y americanas y turcas; eran seguidores de Trump y llevaban carteles enormes en los que aparecía disfrazado de superhéroe. En CNN entrevistaron a algunos manifestantes: uno dijo que Trump era un “ángel”, otro que Angela Merkel era la hija de Hitler. También portaban carteles de Merkel vestida de presa en un campo de concentración. No hubo disparos, por lo menos.

3. La actualidad

Sigue la campaña electoral a brazo partido y felicito a la CNN por la cobertura excepcional que está haciendo. Es evidente que Trump no está en su sano juicio. Pero parece ser que eso tampoco importa. La Bolsa sube y eso es lo que él dice cuando habla de economía. En una conferencia de prensa con el presidente de Irak, el otro día, dijo sencillamente, así de claro, que su gobierno estaba haciendo lo que tenía que hacer en esa zona. Se iban las tropas americanas, pero no con las manos vacías. Como habían hecho en Siria antes, dijo, “que se fueron de allí cuando su amigo Erdogan pactó las fronteras con Siria”. Pero ellos, Ámérica, “se habían llevado el petróleo”. Esto lo repitió muy orgulloso un par de veces. El presidente iraquí se mostraba visiblemente incómodo, pero Trump se comportaba como un patriarca que estuviera contándoles una historia a sus nietos pequeños.

Viví seis años en Madison, Wisconsin (1980-86). No solo Wisconsin había sido siempre un estado demócrata, sino que Madison era una ciudad modélica en América por su transporte público y otros servicios sociales, instaurados en una época en que tuvo un alcalde socialista (en la América rural apenas existe el transporte público).

Amo Wisconsin, cuna de Frank Lloyd Wright, porque aquella sociedad me abrió sus brazos cuando llegué y me ofreció inmensas oportunidades. La universidad me ofreció trabajo de traductora y estudié con uno de los sociólogos de mayor reconocimiento internacional, Eric Olin Wright, un neomarxista, por cierto. Una Asociación de Mujeres Universitarias (AAUW) me becó, incluso, al año siguiente para que pudiera hacer mi doctorado. Al ser estudiante en la universidad tenías asistencia médica gratuita en el hospital de la universidad, a diez minutos en vehículo desde mi casa. La guardería para el niño era parte de aquel hospital y costaba un módico precio que podías costear como estudiante. Era un centro experimental en el que los estudiantes de pediatría y psicología infantil podían observar sin ser vistos y utilizar el material para sus tesis. No tengo palabras para describir aquella guardería.

Te proporcionaban una vivienda en el campus, rodeada de estudiantes con niños, a un alquiler barato y te pagaban la calefacción y el agua caliente.

Si te gustaba el campo, el entorno era paradisíaco y te permitía no tener que sacar al niño al parque. Abrías la puerta y le veías jugando con otros niños sin ningún peligro.

Estudiando a los sociólogos neomarxistas y neoweberianos, así como los debates entre ellos, profundicé en el estudio de la democracia y empecé a valorarla. Hasta entonces, no me había interesado demasiado per se, si no iba acompañada de un cambio revolucionario que acabara también con el capitalismo. Democracy, the Best Shell for Capitalism (Lenin), había sido mi máxima teorización sobre la democracia hasta que tuve 32 años y llegué a Wisconsin.

Cuando gana un gobierno republicano, nos decía el profesor E. Olin Wright en sus clases, un Reagan, por ejemplo, y arremete contra los programas sociales en funcionamiento en las comunidades más desfavorecidas— como los afroamericanos y latinos en las ciudades—, no consiguen hacerlo del todo. Las instituciones democráticas tienen mucha resiliencia, duran por encima del presidente de turno. Algunos programas sobreviven o tardan en morir.

Yo misma había vivido esos recortes sociales cuando era estudiante en Nueva York (1968-76) y me manifestaba en las calles contra ellos. Trabajé un año en una escuela católica en un gueto afroamericano de Brooklyn que tenía tanta solera como Harlem: Bedford Stuyvessan Community, el barrio de la película Do the Right Thing, de Spike Lee. Esa escuela, entonces, formaba parte de un experimento diseñado en Stanford sobre un método de enseñanza no autoritaria y participativa. El experimento decidió aplicarse en tres escuelas de bachillerato en todo el país, situadas en entornos fuertemente diferenciados por clase y otras variables, relativas a la igualdad de los alumnos.

Yo acudí todas las mañanas en metro a aquella escuela durante todo el curso escolar que duró aquel experimento. Nunca sufrí ninguna agresión y fue para mí una experiencia valiosísima porque le perdí el miedo a aquellos jóvenes diferentes, de raza negra. Nueva York era entonces una ciudad muy peligrosa con altísimos índices de criminalidad. Seguro que tuve suerte porque, en mis ocho años en Nueva York, nunca fui víctima de ninguna agresión en la calle y la verdad es que me movía sin reparos por toda la ciudad andando, en transporte público o en bicicleta. Pero en aquella escuela conocí de verdad a los adolescentes afroamericanos y les quise mucho. Ellos también me querían.

Ese fue uno de los programas que desaparecieron con un mandato republicano. La financiación de la participación de la escuela del gueto no continuó. El Wellfare, Medicaid y Medicare se ampliaban o se reducían, según el gobierno de turno, y de los alcaldes. Pero no desaparecían del todo. Nunca del todo.

No viví en EEUU durante el mandato de Obama, pero el simple hecho de que un afroamericano haya llegado a la presidencia de los EEUU es un buen ejemplo de la resiliencia de la democracia y sus instituciones. No pudo instaurar la sanidad asistencial universal, pero avanzó mucho en ese terreno y otros muchos.

La democracia y la lucha contra la desigualdad se convirtieron en mis valores fundamentales desde que pasé aquellos años en Wisconsin. Estaban perfectamente unidos en el pensamiento de mi maestro y yo también decidí unirlos en el mío.

Mi trabajo como traductora en la Universidad de Wisconsin en los años 80, mientras hacía mi doctorado en sociología, consistía en traducir manuales de estadística para enviárselos a los gobernantes sandinistas de la revolución en Nicaragua. Lo hacía el Land Tenure Center, un centro de la universidad que, como su nombre indica, investigaba los sistemas de tenencia de la tierra en Latinoamérica, principalmente. Y no solo los investigaba, sino que, como mi trabajo remunerado demostraba, los apoyaba enviando libros traducidos de estadística al gobierno sandinista.

EEUU sigue siendo el país más poderoso del mundo. ¿Nos damos cuenta de eso?

Durante sus mandatos republicanos —y en el pasado también presidentes demócratas— destruyeron las incipientes democracias en Latinoamérica con burdas intervenciones puntuales o invasiones, mediante las cuales implantaban regímenes canallas. Pero ¿a dónde les llevó todo aquello? Al gran movimiento contra la guerra del Vietnam y otros movimientos de protesta y antirracistas, en la década del setenta, que parecían haber acabado con esas prácticas.

Hay un gran trecho entre esa política intervencionista de ultraderecha de los años setenta y mi experiencia de trabajar apoyando con libros de estadística a la revolución sandinista de Nicaragua en Wisconsin, una década después.

Ver a Biden en la Convención demócrata y a Kamala Harris estos días ha sido muy emocionante para mí. El paso de Obama por la presidencia no ha sido en balde, y la lucha en este momento es abierta como nunca y a brazo partido.

Me cuesta creer lo que está pasando. Nunca había pasado antes.

El pensamiento de Biden y de K. Harris y de Obama y de tantos, tantísimos otros norteamericanos ilustres, inteligentes y que luchan en estos momentos por la democracia y contra la desigualdad son nuestra esperanza. La del mundo en estos momentos.

Si no, como dijo Marx, será la barbarie.

Natalia García-Pardo es socia de infoLibre

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