Cambio de temporada

Teresa Álvarez Olías

Entra el otoño, cada década más tarde gracias al cambio climático progresivo, y familias y comerciantes nos vemos obligados, ante el incipiente frío, a recolocar la ropa de los armarios, buscar abrigos y chaquetas, arrinconar chanclas y sandalias, así como a un sinfín de rutinas estacionales. Volvemos del pueblo o de la escueta estancia en un apartamento u hotel, donde hemos pasado unos días de vacaciones, si aún disfrutamos de un salario o renta que nos lo permite, y con la tensión que se genera, entre la pereza del verano reciente y el vértigo de la organización familiar, afrontamos tareas impuestas al cambiar la estación.

Se acabó la tranquilidad. Se terminaron los ociosos paseos por el paseo marítimo o la calle Mayor con sus fiestas, sus baños, sus terrazas, su olor a gambas o a churros e, incluso, la demora en el parque cuando los niños se eternizan en los columpios al anochecer de agosto. Dejar atrás el estío, que suele ser tórrido en nuestro amado país, ya es en sí misma una proeza que los grupos familiares abordan con brío. La revolución que supone preparar maletas, visitar a los abuelos, viajar con los abuelos incluso, recoger a los hijos a su regreso del campamento, pagarles sus tiques en la feria, en definitiva, la movida de ropa, plancha y merienda que conlleva una estancia fuera de la residencia habitual, viaje incluido, sirve para remover la vivienda en todos sus rincones, hacer limpieza de papeles, perchas e indumentaria, y ventilar la dulce y pesada modorra del calor.

El cambio de estación impone visitas a la tintorería llevando abrigos y alfombras, a los grandes almacenes, buscando jerséis y botas que no nos destrocen el presupuesto que tanto han menguado los días de verano con sus helados, sus cañas y sus raciones al amor de la luna. También impone una limpieza general, que en estos tiempos de agobios y prisa se fracciona en varios días de lavado sucesivo y conciezudo de cristales, marcos, persianas , así como baldas, interiores y puertas de los armarios de cocina. ¿Cómo?¿Que creías que sólo se barrían y fregaban suelos, se hacían las camas y se higienizaba el cuarto de baño? Todo rincón es susceptible de almacenar porquería en una vivienda, bien lo sabe el encargado o encargada de la misma, mujer en un 90%. La limpieza doméstica, tan ignorada por intelectuales y próceres, por su inexistente valor de mercado, es sin embargo la base de la salud de cónyuges e hijos, el punto de orden que optimiza la convivencia y los recursos familiares. La única manera de convivir entre hijos, padres y mayores en una época en que el colchón familiar acoge a parejas del mismo ámbito patriarcal, pero que están desempleadas, desestructuradas, desahuciadas.

La limpieza mejora la vida cotidiana, por mucho que esté mal considerada y mal pagada. Los hábitos de ventilación y repaso generales, estacionales, son una ancestral costumbre en la vida de los hogares, que actúan como ejemplo de limpieza de conductas, como renovación de hábitos saludables, como acicate para superar la zafiedad mundana. El cambio hacia la estación húmeda incita a todos los miembros de la vivienda, ya compartan lazos de sangre o contrato de alquiler, a inscribirse en distintos cursos de idiomas, matricularse en gimnasios, comprar electrodomésticos a plazos, si su renta resiste la indagación financiera, o atreverse a asistir a clases de cocina, conducción o diseño de webs.

La transición entre tiempo de ocio y tiempo de obligación propicia ese deseo de superación tan loable, de ahí que los cambios de residencia, aunque sean temporales, nos hacen desear y añorar nuestras costumbres, nuestras infalibles manías, las que han forjado nuestro particular espíritu..Gracias a todo ello sobreviven centros de belleza, agencias de viaje, tiendas de moda y tantos y tantos negocios.

Estamos hablando de la llegada del otoño en un clima templado continental, donde al calor del verano le sigue el fresco, quizá el frío intenso y hasta la primera nevada, lo que da mucho juego a replantearse nuevos hábitos y negociaciones. En zonas geográficas de temperaturas constantes, imagino que no es tan pronunciada este ansia de cambio, superación y renovación de propósitos, que resulta asimismo beneficiosa para erradicar las telarañas de la mente y las posturas acomodaticias. Una sociedad se renueva si sus individuos se renuevan, o lo intentan en masa, al menos.

Este panorama de limpieza de ventanas e inscripciones en una academia de chino, tan absolutamente futurista, renovador y necesario, resulta paradigmático para nuestros niños, que al entrar el otoño inauguran curso, mochila y zapatos, con las ilusiones y energías que semejante reto conlleva. Con toda la fuerza y la inocencia que la juventud aporta a la humanidad. Ella entra en tromba en los colegios, poblando las calles de nuevo de risas y carreras, de preguntas y deberes, que nos justifican a los adultos como padres y madres, como profesores, como ciudadanos, en suma. Nuestras criaturas son los herederos de este presente que forjamos con uñas y dientes, y parece imposible que podamos resistirnos al ímpetu que representa el inicio del curso escolar.

Lástima que se hayan de pagar de golpe los libros de texto, que en el caso de dos, tres o más hermanos, llevan a la ruina a la economía familiar. El precio de los libros, ropa y material escolar se une al coste de los alimentos y el conjunto constituye una vorágine de gastos insufrible para los presupuestos maternos y paternos, que ya no respirarán hasta Navidad. Quedarán pospuestos los aparatos bucales que recomendó el ortodoncista, el cambio de ruedas del automóvil, el traje nuevo de papá y cualquier compra de pintura que mejore el color de las paredes del salón.

Nuevos propósitos se suman a la limpieza y matrícula, como adelgazar, telefonear a los amigos, buscar un mejor trabajo, hacer un curso del paro, llamar a la compañía eléctrica para que nos expliquen los términos de la factura, preparar la Navidad, requerir las notas de la primera evaluación a los hijos, o disponernos a cobrar la cuota a devolver de de la agencia tributaria. Cualquiera e ellos edifica, aunque es bien sabido que el puro intento no basta para triunfar.

Pero de entre todos los cambios, destaquemos el cambio de hora, que tiene lugar el último sábado de octubre en la Unión Europea. Es un tópico incómodo y conocido, que tal vez consiga ahorrar dinero, pero desde luego no ahorra verborrea. Ni protestas. Contemplar cómo cae la noche a las siete, incluso a las seis de la tarde, es un amargo caramelo para el sufrido vecino mediterráneo, que a la misma hora en julio se levanta de una siesta maravillosa o se zambulle en el mar bajo un sol de justicia. Dios sabrá en qué se ahorra y si no es bastante lo que el estado atesora retrasando pagos, anulando subvenciones o suprimiendo puestos de trabajo. No podemos olvidar a los indigentes en este momento en que entra el frío. Es una responsabilidad social condenar a la marginalidad y a pasar las noches a la intemperie a tantas personas en exclusión social La asistencia social tiene que ser absoluta en invierno. O nos comerá la vergüenza.

Teresa Álvarez Olías es socia de infoLibre

Entra el otoño, cada década más tarde gracias al cambio climático progresivo, y familias y comerciantes nos vemos obligados, ante el incipiente frío, a recolocar la ropa de los armarios, buscar abrigos y chaquetas, arrinconar chanclas y sandalias, así como a un sinfín de rutinas estacionales. Volvemos del pueblo o de la escueta estancia en un apartamento u hotel, donde hemos pasado unos días de vacaciones, si aún disfrutamos de un salario o renta que nos lo permite, y con la tensión que se genera, entre la pereza del verano reciente y el vértigo de la organización familiar, afrontamos tareas impuestas al cambiar la estación.

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