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LA CARA SUCIA DE LA POLÍTICA

Los juegos de la honestidad: un experimento con alcaldes revela que mentir sale rentable en política

El exalcalde de Marbella, Julián Muñoz, condenado por el 'caso Malaya', una de los mayores escándalos de corrupción de España.

Economistas y psicólogos sociales llevan años estudiando la propensión a mentir de los seres humanos. Han sometido a experimentos a grupos de personas para averiguar quiénes mienten más o si hay diferencias culturales que expliquen por qué algunos son más propensos a no decir la verdad. También han probado a aumentarles los incentivos para engañar o a imponerles castigos y observar su reacción. Dos investigadores la Universidad de Konstanza (Alemania) y del Instituto de Economía de Thurgau (Suiza), Urs Fischbacher y Franziska Föllmi-Heusi, utilizaron a 746 estudiantes de la Universidad de Zúrich y del Instituto Federal de Tecnología de Zúrich en un estudio empírico que duró de 2004 a 2007. Les hicieron tirar un dado en un laboratorio universitario. Nadie más que ellos podía ver el resultado. Si salía un uno, recibían un franco suizo; si salía un dos, recibían dos francos. Así sucesivamente hasta el seis, en cuyo caso no se les pagaba nada. Pues bien, el 20% mintió hasta el límite para “maximizar sus beneficios”, mientras que el 39% fue totalmente honesto al informar del resultado. Otro 20% estaba compuesto por mentirosos “parciales”: no dijeron la verdad, pero tampoco maximizaron su recompensa.

Unos años más tarde, dos investigadoras del Departamento de Economía de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, Katharina A. Janezic y Aina Gallego aplicaron el experimento a un grupo muy concreto de ciudadanos: los políticos. Hasta ese momento nadie se había ocupado de estos profesionales, pese a que la mayoría de los ciudadanos les atribuyen, precisamente, la facultad –o el vicio– de mentir.

Para ello eligieron a un tipo muy concreto de políticos, los alcaldes. Seleccionaron a los que gobernaban municipios con más de 2.000 habitantes. E hicieron algunas variaciones sobre el modelo inicial de Fischbacher y Föllmi-Heusi. Entrevistaron a 816 alcaldes españoles y les preguntaron cómo de interesados estarían en recibir un informe sobre gestión municipal, preferencias políticas, antecedentes y expectativas profesionales. El 48% se mostró muy interesado y el 40% bastante interesado. El 88%, por tanto, tenía un incentivo para mentir. Pero las investigadoras no utilizaron un dado para probar su propensión a mentir. Les pidieron que lanzaran una moneda al aire en privado y, si salía cara, recibirían un informe personalizado con las respuestas de la encuesta.

El resultado fue elocuente. Una proporción sustancial de los alcaldes mintió. Las probabilidades de que salga cara o cruz al lanzar una moneda al aire son del 50%. Así que todo lo que supere esa cifra es sospechoso. Resultó que el 68% de los alcaldes dijo que le había salido cara. Entre los que aseguraron que estaban muy interesados en recibir el informe el porcentaje aumentó hasta el 76%. Entre los que dijeron que no estaban interesados, sólo el 44,5% indicó que le había salido cara. Es decir, “la perspectiva de recibir el informe incentivó la mentira especialmente entre quienes valoraban más la recompensa”, concluyen las investigadoras. El 32%, en cualquier caso, dijo la verdad: que le había salido cruz.

Si los alcaldes son más mentirosos que otros grupos sociales, puede aventurarse comparando con los resultados de un experimento similar llevado a cabo con banqueros: el 52% del grupo de control y el 58% del resto de la muestra dijeron que les había salido el resultado que proporcionaba la recompensa.

Falsear el lanzamiento de una moneda puede parecer una mentirijilla infantil pero, en este experimento social, lo que no es más que “una mentira no observable [nadie ve al alcalde lanzar la moneda al aire] que sólo beneficia al mentiroso” se convirtió en un incentivo válido para medir la propensión de los alcaldes a ocultar la verdad a fin de obtener un rédito. “Los políticos se ven con mucha frecuencia en situaciones donde obtienen información confidencial que les beneficia y donde las probabilidades de que se descubra su falta de honradez son muy bajas”, argumentan Janezic y Gallego. Por ejemplo, pueden manipular informes que rebaten sus políticas.

PP y PSOE mienten más

“Los alcaldes tienen poder, deciden sobre presupuestos, por ejemplo”, explica Aina Gallego a infoLibre cuando se le pregunta si el porcentaje de mentirosos habría sido mayor de haber sometido al experimento a políticos de la primera línea nacional. “Los diputados, aunque puedan parecer políticos más profesionales, en realidad no tienen tanto poder”. De los alcaldes de las cinco mayores ciudades españolas, sólo les respondió uno, apunta.

Otra de las conclusiones del estudio es que hombres y mujeres mienten por igual. Gallego destaca que ese resultado contradice el de otros experimentos anteriores que señalaban a las mujeres como menos embusteras. Donde sí hay una diferencia es en que las mujeres son menos corruptas. Porque, cuando son descubiertas, se las castiga más duramente que a los hombres, asegura la investigadora. Como se las juzga según estándares más estrictos, “las mujeres se anticipan y su comportamiento suele ser más ético”.

El experimento también sirvió para probar que mienten más los alcaldes de los dos mayores partidos, PP y PSOE, que los militantes de fuerzas regionales o locales. El 71% de los alcaldes del PP y el PSOE dijo que les había salido cara, por el 64% de los pertenecientes a partidos más pequeños. Las autoras avanzan dos posibles explicaciones. En los grandes partidos, armados sobre mayores aparatos burocráticos adonde es más fácil que se aproximen los corruptores, los políticos pueden estar más expuestos a prácticas dudosas. O bien, en los grandes partidos prevalecen los políticos con menos ética ya que su mayor acceso al dinero y el poder les proporciona además mayores oportunidades de ser corruptos.

¿Mentir, garantía de éxito electoral?

Pero lo más relevante del estudio, subraya Aina Gallego, fue que permitió establecer una correlación –no causalidad– entre la propensión a mentir de los alcaldes y su supervivencia política. En otras palabras, mentir puede ser garantía de éxito. A los regidores municipales se les preguntó si iban a presentarse a la reelección en los comicios del 5 de mayo de 2019 –el experimento se llevó a cabo entre julio de 2018 y enero de 2019–. El 80% contestó que iba a repetir candidatura. Y el 65% de los que formaban parte de la muestra fueron, en efecto, reelegidos en sus ayuntamientos. Estos dijeron que les había salido cara en un 71%, mientras que entre los no reelegidos sólo el 63% dio ese resultado. Según los cálculos de Janezic y Gallego, haber dicho que en el juego salió cara se tradujo en un aumento de ocho puntos porcentuales en las probabilidades de ser reelegido.

Es más, hubo quienes dijeron que no se volverían a presentar y sí lo hicieron, y de ellos el 78,5% respondió que les había salido cara al lanzar la moneda. “Es más probable que los alcaldes menos honrados oculten su deseo de ser reelegidos”, concluyen las investigadoras.

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El éxito electoral de los alcaldes más propensos a la mentira parece confirmar también que los escándalos de corrupción no penalizan en las urnas. El estudio tampoco descarta que la inclinación a mentir aumente las probabilidades de tener un comportamiento corrupto.

“Parece que los más manipuladores ganan más”, resume Aina Gallego, para después mencionar a Maquiavelo. El italiano lo llamaba flexibilidad y aconsejaba a los gobernantes “adaptarse a las circunstancias y cambiar de táctica según convenga”. “El príncipe”, sentenció, “debe ser un gran simulador y disimulador”.

Los alcaldes participantes en el experimento recibieron su informe personalizado, tal y como se les prometió, pero nunca supieron que habían sido utilizados para estudiar su propensión a mentir. Esa parte de la encuesta la estarán conociendo ahora si han leído estas líneas.

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