Muti, el enemigo de Berlusconi que repite en un Concierto de Año Nuevo hostil para las directoras
Es 12 de marzo de 2011 en la Opera di Roma. Sobre el escenario se representa una de las obras más trascendentales de la música del siglo XIX, la espectacular Nabucco de Giuseppe Verdi. Una historia que cuenta la lucha del pueblo judío tras la conquista de Jerusalén por parte del rey babilonio Nabucodonosor y de cómo este trata de liberarse de la opresión del tirano. Pero Nabucco es mucho más que eso. Nabucco es una oda a la libertad, a la vida, a la lucha y a la resistencia. Nabucco fue y aún es para los italianos un símbolo de su propia historia, un canto de amor a su pueblo y un icono de la propia construcción de Italia como país, con todas las contradicciones y emociones que eso implica.
Pero si hay un momento de la ópera donde todos esos sentimientos se reúnen es en el universalmente famoso y repetido Va Pensiero. Un momento donde el coro de esclavos hebreos canta a una patria que ya no existe, a la nostalgia y a todo lo que han perdido. Es, sin duda, uno de los momentos cúlmenes de la historia de la música y un área que le dio a Verdi un lugar imborrable en los corazones de todos los italianos. Y es que el Va Pensiero es para Italia mucho más que un coro. Es una exposición del alma del país y de lo que significa ser italiano. Durante la reunificación, los propios habitantes se identificaron con ese coro de esclavos que lamentaba con nostalgia esa patria perdida. Para ellos, fue un símbolo para luchar contra la opresión y el invasor austriaco. Y aún hoy, ese coro de esclavos guarda en su interior la historia de esa Italia luchadora por la libertad.
Pero volvamos a la Opera di Roma. Esa representación de Nabucco no es una más de todas las que se hacen al año en el mundo, sino la conmemoración del 150 aniversario de la unificación italiana. Sobre el pódium no puede estar otro director que Riccardo Muti, probablemente el más grande director italiano desde el mítico Arturo Toscanini (con permiso del maestro Claudio Abbado). Serio, pulcro y equilibrado, con ese halo de autoridad mítica que le da su trayectoria y su talento, Muti se dispone a dirigir al coro de esclavos que cantará el Va Pensiero. Pero las miradas ese día no solo están sobre el director italiano. En plena crisis económica, Il Cavaliere, Silvio Berlusconi, el hombre que estaba moldeado la política italiana en el siglo XXI, también estaba en las mentes de todos en ese concierto. Solo unos días antes había anunciado agresivos recortes contra la cultura y había despertado las críticas de muchos artistas, entre ellos, las del propio director de orquesta que ese día se disponía a triunfar en la Opera di Roma.
Muti comienza con su gesto impasible a dirigir las primeras notas del Va Pensiero. El lamento de los esclavos comienza a penetrar en los corazones de los espectadores y Muti logra sacar toda la emoción del coro. Cuando terminan de cantar, todo el público aplaude sin cesar, pidiendo un bis. El director, pulcro y serio como pocos, solo ha hecho en toda su vida una repetición en medio de la obra, pero en ese momento hay algo que le llama la atención. Un espectador grita en medio de la ovación: “Viva Italia”, y eso hace que Muti pare los aplausos y se dirija el mismo al público: “Sí, estoy de acuerdo: larga vida a Italia, pero hoy siento vergüenza de lo que sucede en mi país. Accedo, a vuestra petición de un bis pero no es sólo por el amor que siento a Italia, sino porque esta noche, cuando el coro cantaba 'Ay mi país, bello y perdido', pensé que si seguimos así vamos a matar la cultura sobre la cual se construyó la historia de Italia. En tal caso, nuestra patria, estaría de verdad ‘bella y perdida’. Matar la cultura en un país como este es un crimen contra la sociedad”, dijo Muti ante la atenta mirada de todos los espectadores.
Y remató su alegato contra la los recortes de Berlusconi con una frase y una petición que sonó a desafío: "Yo he callado durante muchos años. Ahora deberíamos darle sentido a este canto, así que les propongo unirse al coro y cantar todos el Va pensiero". Los 5 minutos posteriores a ese momento entran de lleno en la historia de la música. Toda la Ópera de Roma, como un clamor popular, se une al coro de esclavos para hacerse uno y recordar a los políticos italianos la fuerza de la cultura. El propio Muti dirige al público, a algunos integrantes del coro se le saltan las lágrimas y los espectadores de los palcos superiores comienzan a tirar los programas de mano, que caen sobre el patio de butacas como una lluvia de confeti. Solo 5 días después, Berlusconi asistiría a la representación de Nabucco. Su cara era un poema. En el aniversario de la unificación de Italia, su propio pueblo le daba la espalda. Solo 8 meses después de ese momento, Il Cavaliere dimitiría tras aprobar los presupuestos de ajuste que le imponía la Unión Europea. Nunca más volvería a la presidencia.
Muti, pulcro como pocos directores, afirmó entonces que esa sería la primera y la última vez que dirigiría a público y orquesta al mismo tiempo. Una promesa que solo rompe una vez cada pocos años, en el Concierto de Año Nuevo de Viena, cuando el director italiano, uno de los más recurridos para esta señalada ocasión, dirige, sin estridencias, como es él, a un público que da la bienvenida al año al son de las palmas de la Marcha Radetzky. El italiano se subirá al podium del Musikverein de Viena por séptima vez, convirtiéndose en el director vivo que en más ocasiones se ha puesto al frente de la Filarmónica de Viena el 1 de enero.
Hombres, hombres y más hombres
Pese a su indudable maestría, su designación hace un año volvió a abrir un debate profundo que cada año se repite desde hace demasiado tiempo. ¿Por qué otra vez Muti? ¿Por qué no se recurre a directores más jóvenes? ¿Por qué no a otros distintos? ¿Y cuándo habrá una mujer? Son cuestiones que cada 1 de enero se quedan sin respuesta. En los últimos 10 años, solo ha habido dos directores “nuevos” y jóvenes que hayan dirigido el Concierto de Año Nuevo. Fueron Adris Nelsons, que dirigió un gran concierto en 2020, y el popular Gustavo Dudamel en 2017. Quitando a ambos, el resto de los conductores habían pisado ya el Musikverein en esa icónica fecha y, además, todos ellos tenían más de 60 años. Es cierto que el Concierto de Año Nuevo ha estados siempre reservado para maestros consagrados con amplia experiencia con la Filarmónica y, en muchas ocasiones, se ha visto como un premio a su trayectoria, pero sin duda en estos últimos años la repetición de las mismas caras se ha llevado al extremo, lo cual ha levantado bastantes ampollas.
Aún así, la crítica de falta de renovación no solo está en la edad. La propia Filarmónica de Viena tiene en su ADN una tradición centenaria que conecta con el ala más conservadora de la música clásica. El talento indudable de sus músicos contrasta con su encorsetamiento y, para algunos, demasiada ligazón a esa tradición. Esa polémica combinación se nota especialmente en la ausencia casi total de mujeres entre los integrantes de la orquesta y las dificultades que suelen tener estas para ser miembros de pleno derecho del conjunto, pese a que muchas acumulen largas colaboraciones a sus espaldas. Si bien en los últimos años han ido incluido cada vez a más, todos los 1 de enero llama la atención como la realización televisiva tiende a subrayar una presencia femenina que, en realidad, sigue siendo mínima.
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Y ya si miramos al pódium, las cosas se ponen aún más complicadas. En los más de 80 años del concierto nunca la orquesta ha seleccionado a una mujer para dirigir. Incluso, su presidente, Daniel Froschauer, fue preguntado hace dos años por este tema, a lo cual respondió: “Tendremos una mujer directora cuando llegue el momento. Necesitas a alguien que sea un artista consagrado y con mucha experiencia con nuestra orquesta”, manifestó. Una argumentación que no convenció a casi nadie, sobre todo cuando la propia orquesta sí ha contado varias veces con mujeres como directoras. Precisamente, este mismo año la Filarmónica ha seleccionado por primera vez en su historia a una mujer para ser directora de uno de sus conciertos incluidos dentro de su temporada de abono. Fue en mayo, y la elegida fue la lituana Mirga Gražinyte-Tyla, que se puso al frente de la orquesta con un repertorio donde destacaban piezas de Tchaikovski y Sibelius. Además de ella, también otras grandes directoras han logrado subirse al podium junto al conjunto vienés, como por ejemplo Joana Mallwitz o Simone Young, ambas con talento y trayectoria más que suficientes como para dirigir el 1 de enero.
Sin embargo, pese a esa inclusión, el techo de cristal del Concierto de Año Nuevo parece, una vez más, casi irrompible. La diferencia parece no calar en Viena, ya sea desde la lectura diferente del repertorio, desde el género o la edad. La constante elección de hombres mayores, encorsetados en la tradición hace que el concierto se quede parado en el tiempo, en un pasado que ya no se corresponde con la realidad del mundo. Sin embargo, esa forma arcaica sigue funcionando. El Concierto de Año Nuevo es el evento de música clásica más seguido en todo el mundo, más de 50 millones de telespectadores lo siguen desde sus casas y precisamente esa tradición es uno de sus máximos estandartes.
Unirla con la modernidad es una tarea difícil, pero no imposible. Ya hace unos años la Filarmónica revisó sus orígenes en la ocupación nazi de Austria eliminando los arreglos de la Marcha Radetzky usados hasta ahora y elaborados por un destacado miembro del partido de Hitler. Unos pasos que pueden marcar la línea a seguir por la orquesta en otros aspectos con mayor visibilidad. Dudamel, el más joven de la historia en dirigir en Año Nuevo y uno de los directores actuales más populares y que mejor entienden que la música clásica debe ser abierta y accesible a todo el mundo, no acabó de salir airoso de su oportunidad traer al presente el concierto. Quizás ese futuro diferente venga por otro jovencísimo director de tan solo 28 años que este año ha realizado su debut con la orquesta en uno de sus programas de suscripción. El fenómeno Klaus Mäkelä, que ha maravillado al mundo de la dirección desde que era un adolescente, puede ser el siguiente escalón (aunque dentro probablemente de bastante tiempo), para renovar el concierto más famoso del mundo.