Victoria y derrota del feminismo Beatriz Gimeno

Trump es un personaje al que se subestima y sobrestima porque su presentación es tan caótica que lo más difícil es juzgarlo con precisión. Esta semana ha sido un ejemplo paradigmático de este fenómeno: ni los inversores más pesimistas imaginaron el voltaje de sus tablas arancelarias, pero todavía dura la incredulidad ante lo rudimentario de la fórmula con la que se han calculado. Nadie podía prever que un presidente de Estados Unidos se atreviera con tal acto kamikaze, de la misma manera que cuesta asumir que haya tanta impericia en el Gobierno más poderoso del mundo.
Lo que sí se ve claramente de Donald Trump y nadie puede negarle es que sabe identificar tanto las teclas que mueven a sus seguidores como los botones de la atención mundial. Lo que le falta de negociador lo tiene de showman. El miércoles en la rosaleda de la Casa Blanca usó un gran acto de cumplimiento de una promesa de campaña, con toda su fanfarria y folclore, como canal de anuncio del nuevo juego que ha impuesto al mundo: el del ojo por ojo, el del que gane el más fuerte, el de sálvese quien pueda.
Los políticos como Trump no buscan victorias convencionales aunque hagan ver que lo parece. Su aspiración es mucho mayor: quieren nuevos marcos, nuevos lenguajes, desplazar el sentido común
¿Cómo se responde a quien ha despojado de significado la palabra “recíproco”? La tentación de plantar cara con dureza inaudita al abuso aberrante de Trump es alta, instintiva. Pero convendría ser exquisito con las formas y, sobre todo, los mensajes. Si nos sumamos al coro mundial de los del “nuestro” y “suyo”, del “ellos” y “nosotros”, estaremos jugando al juego de Trump y le habremos comprado, además, su música. La línea entre hablar en esos términos de bienes materiales a hacerlo de personas es fina y sabemos que se traspasa con facilidad. Es más: conviene no olvidar que en los bienes materiales van también las vidas de las personas que los producen y los trabajan. Conviene recordar que Estados Unidos no es Trump y que allí viven millones de personas de a pie que, como nosotros, son las que más sufrirán este absurdo.
Los políticos como Trump no buscan victorias convencionales aunque hagan ver que lo parece. Su aspiración es mucho mayor: quieren nuevos marcos, nuevos lenguajes, desplazar el sentido común. Hay más opciones que dejarse arrastrar por su juego. Se le puede, por ejemplo, tratar de dejar jugando solo. Buscar alianzas imaginativas para que el mundo abierto siga a pesar de él. No seguirlo, sino tratar de ocupar el hueco que va dejando. No sucumbir a eso tan mezquino de pensar que los estadounidenses y quienes viven en ese país no merecen empatía porque hasta ahora parecían (estereotípicamente) los reyes del mundo. Abrirnos a todos los que necesiten un lugar para seguir haciendo avanzar el progreso humano, porque eso es realmente lo que hacía mejor a Estados Unidos: su potencia innovadora y el dinamismo de su diversidad. Ser el lugar al que gente de todo el mundo quería ir a mejorar y a contribuir a la mejora. Tenemos la oportunidad de copiar algo de la cara luminosa de Estados Unidos, sería un fracaso no hacer el esfuerzo y calcar simplemente lo peor.
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