Del 4 de septiembre al 5 de octubre son días cargados de historia chilena. Cada aniversario convoca a la memoria de aquel tiempo de Santiago y toda la patria chilena ensangrentada, desde Iquique hasta Puerto Montt –querencias de la educación sentimental de Quila y Víctor Jara–. La costumbre dice que los aniversarios adquieren más valor simbólico, cada lustro y aún más cada década. Así ocurre este 2023 en el que se conmemoran 50 años del golpe de estado contra la vía democrática al socialismo y 35 años del No a Pinocho, el dictador que «corrió solo y llegó segundo» como tituló aquella mítica portada del diario Fortín Mapocho unos días después del plebiscito del 5 de octubre de 1988.
En esos días septembrinos hay fechas casi universales como el 16 de septiembre, cuando el asesinato de Víctor Jara, símbolo de los miles de detenidos, concentrados, torturados, asesinados y desaparecidos y desparecidas –da fe de ellos y ellas, y del trabajo de la Vicaría de la Solidaridad, la serie Los archivos del Cardenal, con banda sonora de Los Bunkers–. Desde 1946 hasta el golpe de Estado del criminal y ladrón Augusto Pinochet –no se pierdan la película El Conde de Pablo Larraín– las elecciones presidenciales chilenas se celebraban los días 4 de septiembre del año correspondiente. Así ocurrió, hace 53 años, cuando la elección del presidente Salvador Allende, que a la tercera venció.
Pero, sin duda, la fecha más recordada, también la más dolorosa, aquella que es universal –como el valor de la democracia, Berlinguer dixit– es el 11 de septiembre de 1973, el día del golpe de Estado por militares facinerosos y la CIA a las órdenes de Richard Nixon y Henry Kissinger, cuando aquella mañana –tarde por estas latitudes– el Palacio de la Moneda fue bombardeado y el Presidente Salvador Allende antes de morir habló por Radio Magallanes al pueblo de Chile, a los trabajadores, a la mujer chilena, a los profesionales, a la juventud aquel 11 de septiembre de 1973: «tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición».
Y tenía razón el doctor Allende Gossens. Con su ejemplo democrático hoy sabemos que era verdad … «que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor». Con su testimonio ético, aquel miércoles de octubre de 1988 se cumplió su certeza cuando el pueblo castigó a la Junta Militar golpista una década y media después, cuando la alegría vino aquel 5 de octubre, cuando por más de 12 puntos porcentuales (55,99% vs 44,01%) la mayoría del pueblo chileno le dijo no a Pinochet, a su dictadura y a su ilegítima institucionalidad, cimentada dos meses después del golpe con la destrucción física del censo electoral de las elecciones presidenciales de 1970 y las parlamentarias de marzo de 1973.
Para quienes tuvimos el honor de ser observadores internacionales, aquellos días de octubre de 1988, las 24 horas desde las 8 de la mañana del 5 de octubre hasta el amanecer del día después estarán grabadas siempre en nuestros corazones, como también la espontánea celebración de la victoria del «No» en la Alameda del Libertador Bernardo O'Higgins junto a chilenos y chilenas de toda condición y edad. Aún hoy nuestros ojos recuerdan las cumbres nevadas de los Andes, el discurrir del río Mapocho, el paseo frente al Palacio de la Moneda, las colas en el Estadio Nacional para votar según el género, la visita al cementerio para depositar flores en la tumba –sin nombre— de Salvador Allende, el desborde intergeneracional en aquella concentración masiva para recibir a las columnas de la Marcha por la alegría el sábado 1 de octubre en la Panamericana Sur, la emoción cuando aparece Víctor Manuel y canta Mujer de calama, el respeto contenido escuchando a la hija del Presidente Allende leer el saludo de su madre, Hortensia Bussi: "Chile ha despertado. Ésta no es la victoria de un partido o coalición. Es la victoria del pueblo"…
Tampoco olvidamos momentos de temor. Aquellas horas cuando los apagones en la capital chilena el sábado después de la concentración y la víspera del plebiscito, mientras se rumoreaba que el Frente Patriótico Manuel Rodríguez había dinamitado unas torres de electricidad, y luego se supo que todo era obra paramilitar de la dictadura para crear un clima de caos y miedo. También intranquilizaban los esporádicos sonidos de petardos o disparos en aquella noche expectante del recuento, mientras los engominados «voceros» de la dictadura no acababan de dar los resultados y la zozobra surgía en aquellas horas de corrillos y conversaciones en tono bajo donde se barruntaba la posibilidad de un autogolpe de estado para dar por finiquitado el plebiscito. Ahora sabemos por los documentos desclasificados de la DIA (Agencia de Inteligencia de la Defensa) y la CIA (Agencia Central de Inteligencia) de Estados Unidos –liberados entre 1999 y 2000, y a partir de los cuales el investigador Peter Kornbluh escribió Pinochet: Los Archivos Secretos–, que aquellos pensamientos no estaban desencaminados. Algo cambió en el ambiente cuando el jefe de la Fuerza Aérea (FACh), general Fernando Matthei, apareció en TV y declaró: «parece que realmente ganó el No, al menos para mí, lo tengo bastante claro ya». La alegría, los vítores, los aplausos, también las lágrimas por los ausentes, explotó en el hotel Santiago Plaza donde el Comando por el No había instalado su cuartel de campaña para el recuento. De los abrazos y los besos nos fuimos a dar un paseo por La Moneda aquella noche, ya madrugada, del miércoles 5 de octubre, antes de regresar a nuestro hotel.
En el aparcamiento del Santiago Plaza nos cruzamos y saludamos al exsenador comunista desde 1965 Volodia Teitelboim, recién regresado del exilio, y que un año después sería elegido secretario general del PCCh. Previos contactos telefónicos de confirmación, días después –o unos días antes, cosas de un tiempo semiclandestino—, pudimos concertar una reunión con Camilo Contreras, el secretario general de las Juventudes Comunistas de Chile (JCCh) que, si hacemos caso a Wikipedia, debía de ser Lautaro Carmona, actual presidente del Partido fundado por Luis Emilio Recabarren. Tras no pocos retrasos finalmente llegamos a una casa de una población donde nos esperaba un grupo de la dirección de la Jota –incluida la seguridad militante de la dirigencia– y el propio Carmona. Nos abrió la puerta una vieja compañera de la Jota, con la que uno de nosotros, Alfonso, se había encontrado en la fiesta de la Federazione Giovanile Comunista Italiana (FGCI) en Bolonia siete años antes –la serie La sangre del camaleón basada en el hecho real de la doble vida de Mariano Jara Leopold simboliza, no sólo, pero muy especialmente, la arriesgada vida de los militantes comunistas que combatieron la dictadura pinochetista desde la clandestinidad–. Mantuvimos una larga conversación sobre la situación del país, la campaña, las expectativas y los escenarios con aquella pregunta tan nuestra en los setenta que en Chile se hacían aquel 5 de octubre, después de Pinochet qué. Otro de nosotros, Jesús, con su credencial de prensa oficial, expedida por la División Nacional de Comunicación Social (DINACOS) del gobierno de la dictadura, pudo acceder al Edificio Diego Portales, el centro de cómputos del Ministerio del Interior, donde se informaba a los corresponsables extranjeros, y allí se encontró con el periodista José Luis Gutiérrez, mientras ambos se comunicaban por teléfono con Madrid, él con la redacción de Diario 16 y Jesús con la de Mundo Obrero.
Aquellos días «cuando pisamos las calles, nuevamente, de lo que fue Santiago ensangrentada», hicimos miles de fotos, recorrimos sedes de partidos, periódicos y emisoras de radio, nos reunimos con organizaciones juveniles y estudiantiles, con la Comisión Chilena de los Derechos Humanos, creamos una red de contactos que perduraría y daría como resultado una colaboración activa entre el Consejo de la Juventud de España y la plataforma chilena de organizaciones juveniles que se creó años después.
Por la noche, cada día, nos apostábamos frente al televisor del City Hotel en la calle Compañía 1063, donde nos alojábamos, a ver los informativos y la franja del no, los spots del Comando del No. Uno de los días vimos aquel minuto y medio televisivo de Ricardo Lagos, que en realidad se había producido en una entrevista en abril de 1988, pero que nosotros vivimos como si fuera en tiempo real, cuando señalando con el dedo a la cámara, e imaginariamente al dictador, Lagos dijo:
«Usted, general Pinochet, no ha sido claro con el país [...] Le voy a recordar que el día del plebiscito de 1980 dijo que usted no sería candidato para 1989 [...] Y ahora, le promete al país otros ocho años con tortura, con asesinato, con violación de los derechos humanos. Me parece inadmisible que un chileno tenga tanta ambición de poder, de pretender estar 25 años en el poder. Chileno alguno nunca ha estado así... Raquel (Correa), usted me va a excusar, pero hablo por 15 años de silencio. Y me parece indispensable que el país sepa que tiene una encrucijada y una posibilidad de salir de esa encrucijada, civilizadamente, a través del triunfo del No»
Aplaudimos a rabiar, saltamos de los sillones y nos convencimos de que el No triunfaría días después, el miércoles 5 de octubre. También vimos a un lastimoso Pinochet en la noche del sábado 1 de octubre en una fabricada entrevista «pedir perdón» ante unos serviles y humillantes periodistas del Sí.
La diferencia entre el clima positivo, esperanzador, humano, alegre, sensible, casi pop de la campaña de la oposición a la dictadura y el discurso rancio, triste, cansino, manipulador, amenazador, viejo, de aire noir del dictador y sus secuaces visto por televisión nos confirmaba lo que por la mañana y la tarde veíamos en los diferentes encuentros, ya fuera en la universidad o en las poblaciones, ya fuera con los representantes del instrumental Partido por la Democracia (PPD) o del Partido Comunista de Chile (PCCh). Había un abismo entre el arco iris del No y las gafas negras del dictador.
Para quienes éramos adolescentes en la transición española, asistir al plebiscito chileno de 1988 fue reparador. Cuando la democracia era recuperada en nuestro país, todo el cono sur, Chile, Uruguay, Argentina, Paraguay conoció un genocidio
A pesar de las diferencias tácticas entre el Comando del No y la recién creada plataforma de la Izquierda Unida, que incluía al marginado y acribillado Partido Comunista de Chile, gradualmente, día a día, observamos cómo la marea popular unía a unos y a otros, a viejos militantes y a jóvenes combatientes detrás de una única bandera, el no a la dictadura, el sí a la democracia por recuperar. Era una marea unitaria que propugnaba «un Chile para todos» como se cantaba en Chile, la alegría ya viene.
Para quienes éramos adolescentes en la transición española, asistir al plebiscito de 1988 fue reparador. Cuando nosotros nos iniciábamos en la política y la democracia era recuperada en nuestro país, todo el cono sur, Chile, Uruguay, Argentina, Paraguay conoció un genocidio, el mismo que décadas antes había vivido España. A este lado transatlántico, ya con la democracia consolidada, vivíamos con intensa fraternidad la combativa lucha juvenil latinoamericana contra sus dictaduras. Nosotros tuvimos la fortuna de ser observadores internacionales en el plebiscito, entre 400 españoles, como Adolfo Suárez y Nicolas Sartorius, junto a alcaldes, senadores, eurodiputados del CDS, PSOE y PCE-IU. Hubo dos personas que no pudieron acudir al plebiscito, como era su intención, por el veto de la dictadura, nuestro Joan Manuel Serrat y el argentino premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel.
No todo fue política, observar y acompañar la movilización del pueblo chileno por el No. También hubo tiempo para comprar y comer pescado en el mercado de Santiago, pasear por esa urbe llana entre las faldas de los Andes y la cordillera de la Costa, olfatear ese característico olor a gasóleo –que esperamos se haya reducido en plena emergencia climática–, o tomar unos tragos por Bellavista a los pies del Cerro de San Cristóbal y acudir a alguna sala de fiesta… Pero lo que pasó en Santiago se queda en Santiago.
La alegría llegó aquel 5 de octubre, pero aún tuvieron que pasar años para desmontar el entramado institucional forjado a fuego y tortura por los milicos. La otra cara de la dictadura, el experimento neoliberal de los Chicago boys, aún duró más tiempo que el gobierno militar, produciendo estragos sociales como la privatización de las pensiones que condena a la miseria a los mayores jubilados, o como la desigualdad tallada en los colegios públicos dirigidos a «la domesticación» y los colegios privados dirigidos a preparar a los futuros «domadores». El estallido social de octubre de 2019 a marzo de 2020, y antes las luchas estudiantiles, fue el basta ya chileno que abrió la alameda para el nuevo gobierno con el Presidente Boric a la cabeza junto a Camila Vallejo en la portavocía, antiguos dirigentes estudiantiles, forjados en aquellas luchas y que nacieron precisamente en 1988, o un par de años antes o después de aquel 5 de octubre del No a la dictadura.
Con ellos y ellas, con la nueva generación chilena democrática, el Chile que soñó Salvador Allende está hoy más cerca de ser una realidad, y con la misma serena convicción del expresidente al ganar las presidenciales el 4 de septiembre de 1970, en la sede de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH), sus palabras hoy marcan el método y los objetivos del actual gobierno de Chile: «Les digo que se vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada. Esta noche, cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más grande a Chile, y cada vez más justa la vida en nuestra patria».
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Jesús Montero fue secretario general de la Unión de Juventudes Comunistas de España (1984-1989). Alfonso Puncel fue vicepresidente del Consejo de la Juventud de España (1988-1991) en representación de la UJCE.
Ambos son suscriptores de infoLibre, y junto a Ignacio Santos, presidente del Comité de Relaciones Internacionales del Consejo de la Juventud de España en 1988, viajaron a Chile del 28 de septiembre al 7 de octubre para participar como observadores en el plebiscito de 1988 convocado por Pinochet para perpetuarse en el poder y cuyo rechazo provocó su dimisión como presidente de Gobierno, aunque seguiría unos años como senador, y un año después la elección presidencial del candidato de la Concertación, Patricio Aylwin, después de 16 años de dictadura militar.
Del 4 de septiembre al 5 de octubre son días cargados de historia chilena. Cada aniversario convoca a la memoria de aquel tiempo de Santiago y toda la patria chilena ensangrentada, desde Iquique hasta Puerto Montt –querencias de la educación sentimental de Quila y Víctor Jara–. La costumbre dice que los aniversarios adquieren más valor simbólico, cada lustro y aún más cada década. Así ocurre este 2023 en el que se conmemoran 50 años del golpe de estado contra la vía democrática al socialismo y 35 años del No a Pinocho, el dictador que «corrió solo y llegó segundo» como tituló aquella mítica portada del diario Fortín Mapocho unos días después del plebiscito del 5 de octubre de 1988.