Churchill, en España, parecería no tener cerebro

Jesús María Frades

De tan manida por los de derechas, y no solo, la frase de Winston Churchill, convertida en célebre cita, sobre el cambio que se sufre pasivamente en los sentimientos por la edad, haciéndonos gobernar primero por los impulsos del corazón para ser luego ya movidos por la sensatez que nos da el caletre, es bien aplaudida por muchos al considerarla atinada. Se dicen diferentes versiones, pero con similar intención, exponiendo básicamente lo que a continuación figura tras la explicación anterior, un tanto rocambolesca: “Si no eres liberal a los 25 años, no tienes corazón; si no eres conservador a los 35, no tienes cerebro”. En España, la adaptación más propia es la de poner “de izquierda” y “de derecha” en lugar de los términos anteriores no solo por ser tan británicos sino también por ser entre pleonásticos y sinónimos para los carpetovetónicos.

Hay quien habrá escarbado en una psicología de secano para justificar la cita cargándola de un pragmatismo de brocha gorda sin consultar siquiera en la aforística. Está demasiado extendida la atribución de una ingenuidad angelical a los muy jóvenes sin haberse metamorfoseado por la adolescencia, que hace sonreírles con una expresión de dulce ternura, reflejándose un tanto en ellos con nostalgia, al oírles aspiraciones y deseos de cambios en el mundo, algunos parejos, pero lanzando soluciones y ocurrencias, con los declarados por esas esculturales misses que usan la cabeza nada más que para llevar una diadema con pedrería y que quieren conseguir la paz en el mundo, que no haya hambre y otros objetivos fáciles con la evocación del deseo frunciendo con cierto empeño el ceño. Esos mismos que tal les atribuyen se creen que, como el diablo, con el tiempo tendrán más conocimiento, como lo sintieron ellos, y que verán que la “realidad/verdad” está en lo que engloban en ese término: “derecha”, porque la libertad, la Justicia y, sobre todo, la igualdad son quimeras, tópicos, utopías, y otras expresiones conocidas, aunque algunas, como la libertad, la hacen incluso más suya.

Acostumbro a mofarme de los que abusan de las citaciones, excepto de las de autoridades y toreros por requerir de otras chanzas, diciendo que nada más que beben en el abc de las citas, por la panoplia que esgrimen de Aristóteles, Borges y Churchill.No obstante, donde quiero llegar es a la idea que tendría el político británico de la derecha española. Él perteneció a ambos partidos, antagónicos en su país, aunque no muy distanciados políticamente, y llegó a ser diputado en varias legislaturas por las dos siglas, comenzando por el conservador para pasarse, de manera muy pintoresca, al otro al cabo de tres años. Ocupó varios ministerios también y, como es sabido, fue primer ministro conservador. Furibundo anticomunista, era profundamente demócrata, y en aquella Europa, el Nazismo fue su enemigo a batir. Sin entrar en detalles para los que hay expertos, debe recordarse que fue aliado de Stalin contra el enemigo común de parte de Europa y EEUU: Hitler.

Muy poco antes, en Españam sufrimos nuestra guerra, con dos bandos que tuvieron un enorme desequilibrio en cuanto a ayudas y que inclinaron la victoria de la contienda por la “neutralidad” británica y francesa y la amplia colaboración con armas, aviones y mandos militares de la Alemania nazi al bando franquista, por simplificar.

Con estas cinco palabras basta, y ya salto a los primeros años de la Transición para recordar a Fraga, comenzando con su asociación “democrática” (todos los partidos estaban aún prohibidos y las asociaciones se movían en el Movimiento): Reforma Democrática, y terminando con el PP, pasando por AP, Coalición Democrática y C. Popular. No fue el único fundador, pues nada más hay que pensar en los que se llamaron “los Siete Magníficos” y en muchos más para ver que todos provenían de la jerarquía del Franquismo. No eran en modo alguno luchadores por la democracia y contra la dictadura que hubiesen demostrado una ideología ni siquiera cercana a la conservadora de países democráticos como Gran Bretaña, RFA o Francia. De “poso franquista” no es el término correcto al hablar de lo que adolecían. Era un verdadero lodazal, un fondo fangoso que embarraba todo lo que pisaban al salir de él, dejando una pringosa impronta que, descaradamente, a veces no quisieron limpiar. Se oponían a todo: desde el divorcio hasta el estado de las Autonomías, del que el fundador acabó comiendo. Hasta 2002 el PP no se suma a la condena del golpe militar del 18 de julio con Aznar. ¡Y solo fue del golpe, no de la dictadura! Les costó hacerlo. Paradójicamente, eso lo esgrimen siempre para no apoyar otras iniciativas como la anulación de los juicios políticos y la Ley de Memoria Histórica. También se opusieron a la retirada de símbolos y de títulos otorgados por Franco y, por supuesto, a que se pudiese llamar a este el Exhumadisimo.

 Falta todavía mucho tiempo para que vaya llegando gente nueva, sin contaminar, que le den un giro de 180º. Ya va habiendo algunos de otra forma en sus cuadros, pero pocos para desgracia de muchos de sus votantes. La condescendencia con esa época ya habría de terminar. Se sembraron tantas mentiras que siguen fructificando y dando incluso frutos vanos que hacen creer que república es sinónimo de izquierda (¡incluso para algunos que se dicen republicanos), que los comunistas gobernaron, que se perseguía la religión, etc. No es tanto menos edad lo que se necesita cuanto más formación, más desintoxicación para europeizarse, que ya estamos en el s. XXI. Es impensable imaginar tales actitudes, que incluyen silencios y homenajes (no sé qué es peor), en los países donde estuvieron aliados de Franco como Pétain, Mussolini, Salazar y Hitler. Es seguro que de los conservadores de tales naciones no aspiraría nunca a formar parte un demócrata con cerebro, ya que allí no tuvieron ese cordón umbilical.

Nunca ha habido una derecha democrática homologable con la europea en España. Durante la República es bien sabido qué era la CEDA: ni democrática ni republicana. Ahora, a nivel nacional ya está comentado. Hubo un intento, UPyD, que no pasó de ser un engendro del liderazgo mesiánico de la desnortada Rosa Díez y a quien solo le debemos conseguir que Rato pisara la trena un rato. Del PP salió y se llevó a militantes y votantes, lo que es una evidencia más de lo tratado en este artículo, Abascal, y no le voy  a dedicar ni una palabra más. También tiene igual origen pepero, y nació al E del meridiano 0, primero con vocación regionalista antinacionalista, Ciutadans. Su líder, que se creía primo de la virgen, era ese tipo de buhonero que viajaba en un carromato con apertura y toldo lateral por el lejano Oeste con chaqué y una chistera polvorientos. Paraba en cada oportunidad que tuviese para vender, incluso junto a unos vaqueros trashumando con unas reses, para predicar desde su carromato, con una labia embaucadora que encandilaba al más indeciso, las bondades de productos falsamente milagrosos como crecepelos, jarabes para la tos, etc. El éxito les hizo castellanizar el partido en todos los sentidos, pero fracasó en su peregrinar por su consideración de socialdemócrata y luego liberal (español moderno, claro), es decir, entrando en el sumidero por el que ha acabado absorbido por las amistades peligrosas del PP y Vox, los primeros también autocalificándose de liberales y los segundos, próximos en el odio a los que cantando se autoproclamaban “über allen”.

De los partidos nacionalistas allende el Ebro, hay que decir que lo parecían. Aún queda concederle al PNV el beneficio de la duda -si bien el tufo de xenofobia económica no casa con el alma demócrata ni cristiana que proclama jesuíticamente-, pues al otro montón de collares que ha lucido el perro cuyo amo es el fugado se encargó la Justicia de condenarlo por actuar en contra de la democracia, mientras empujaba a su región a la expulsión irreversible de la Europa de las libertades.  

No hay derecho a la derecha que tenemos. Parece que Churchill, según usan aquí la cita, estaría con ellos. Sin embargo, vistas sus convicciones, es más que dudoso. Pero, ¡ay!, resulta que, sin ser ducho en la ciencia citada arriba ni diestro en el manejo del teclado, tardé poco en saber que Churchill no solo no dijo tal cosa sino que además, ciñéndonos a las edades que figuran en la cita, primero fue conservador y, a los 35, liberal.

Jesús María Frades es socio de infoLibre

 

Jesús María Frades

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