Librepensadores
Cifras y letras
Parece cierto que no habrá intentos ni primeras negociaciones para la formación de gobierno antes de tener el resultado ya en la mano de las elecciones municipales, autonómicas y europeas. Como también es cierto que con las opiniones vertidas en estos escasos días por los líderes políticos, tertulianos, periodistas, articulistas y analistas políticos sobre las características del nuevo gobierno se puede formar ya una enciclopedia que adornaría una estimable biblioteca.
No obstante, estos motivos no son bastantes para dar por agotado el asunto principal de la formación del gobierno después del resultado de las elecciones, y que marcará el futuro político español para los próximos cuatro años. Subrayo, los próximos cuatro años.
Se me ha ocurrido acudir al concurso Cifras y letras, el decano de los concursos de las televisiones públicas y privadas, para establecer una comparación del mismo con la situación política que nos dicta el resultado de las elecciones, a la que complementaré con el conocido Juego de la gallina.
Con esa mezcla de cifras y letras, el concurso mostró la virtud de la estabilidad en la parrilla televisiva pública que otras privadas imitan, y la confianza y lealtad de sus conductores, concursantes y seguidores, capacidades con las que ha de formarse, en mi opinión, el nuevo gobierno para los próximos cuatro años. Mi padre, que murió con 99 años, vió el concurso hasta el final de sus días, acaso porque el cálculo numérico mental de sumas y restas le recordaba a lo que aprendió de los maestros de entonces (años 20 del siglo pasado) y que le sirvió para su profesión de comerciante, sin necesidad de usar papel ni lápiz.
Estabilidad. Después de tres años y medio interesantes pero convulsos y extenuantes es una opinión y un sentimiento generalizado: este país necesita estabilidad, mucha estabilidad. Y la estabilidad la garantiza una estrategia a largo plazo, lejos del tacticismo que ha imperado en estos años pasados. Los retos y el programa de gobierno son claros y, sin acudir a otros, señalaré los indicados por Joaquín Estefanía (El País 5/5/2018): reforma fiscal e impuestos, educación, pensiones, sanidad, reforma laboral, medio ambiente y clima, etc. Y la interrelación entre los mismos, con el objetivo último de paliar la enorme desigualdad que existe en la sociedad española entre unas capas sociales y otras, las favorecidas por la crisis y las perjudicadas. La crisis política catalana ocupará también un sitio. Y España debe conseguir un cuasi liderazgo en Europa.
La pregunta es obvia: ¿Qué gobierno se necesita? Para acometer estas reformas, el mismo Estefanía se contesta: “Se necesitará de un gobierno fuerte y duradero”. “No se trata de encontrar solo un acuerdo de investidura a corto plazo tomado con alfileres y con posibilidades de decaer una y otra vez, sino de un pacto de legislatura para cuatro años, para lo que es imposible un gobierno monocolor”. De cajón de madera de boj. Este es el quid de la cuestión, para el que se han hecho todas las sumas y restas y todos los cálculos, pero para el que solo hay uno justo y razonable: el del PSOE con Unidas Podemos. Los tiempos han cambiado tanto que uno se puede entretener hablando de un Gobierno en solitario, pero solo fueron posibles en nuestra historia democrática reciente a partir de 150 diputados, como ocurrió en la primera legislatura de Aznar con 154, y en las de Zapatero con 164 y 169 .
Las cifras no refuerzan a los socialistas en su negativa a abrir las puertas del gobierno a políticos de otros partidos, como interesa una información de El País firmada por A.D (6/5 ), a no ser que la suma se haga por un tertuliano, que fue directo del periódico El Mundo: 123 del PSOE+58 de Cs=181. O 123+66 del PP= 189, tomando como ejemplo la coalición de gobierno alemán de la CDU con el SPD.
Los motivos por los que se dió la moción de censura y la posterior formación del gobierno monocolor del PSOE no se corresponden con la situación actual, una vez celebradas unas elecciones generales. Es la hora de abandonar el tacticismo momentáneo que les ha facilitado gobernar con 84 diputados (hasta que ese tacticismo se le acabó) por una estrategia al largo plazo de cuatro años. Mencionar un gobierno de coalición con Unidas Podemos causa sarpullidos en algunos viejos dirigentes del PSOE y en algunos actuales, no digamos en las instancias empresariales y financieras. Para la estabilidad hay que configurar mayorías y la “geometría variable” en estas circunstancias es un cuento. Unai Sordo la desmontó el Primero de Mayo. Incluso Unidas Podemos podía argumentarles y reclamarles que fuera el gobierno agradecido con ellas, porque contribuyó decisivamente a que triunfara la moción de censura, lo que es de bien nacidos.
Confianza. El futuro Gobierno tiene que basarse en la confianza y en el aprendizaje de las nuevas maneras de gobernar. Hay que estimular y cultivar la confianza. Y en ella quien tiene que invertir más es el PSOE, porque no está acostumbrado a gobernar en coalición. Nunca lo ha hecho. La inversión en confianza tiene riesgos pero también premio y satisfacciones. Los economistas y empresarios insisten en que es la base del éxito. Pedro Sánchez deshoja la margarita. Por una parte, le gustaría contar con los actuales miembros de su Gobierno, ya los conoce y el tiempo de gobierno ha sido breve, pero también le parece que no va a ser posible ni dándole el caramelo a Unidas Podemos de algún independiente cercano a ellos. Tampoco aplica a España la experiencia de Portugal. Para obtener la confianza del Parlamento hay que sumar también al programa de gobierno a otras fuerzas políticas, imprescindible el PNV.
Tampoco sería razonable que desplegaran el Juego de la gallina en un intento de desafío y presión psicológica a la vista de todos para ver qué participante de los dos, de los tres o de los cuatro se echa atrás en el último momento. Opino que la sociedad española no soportaría tanto orgullo si el pulso fuera con Unidas Podemos para comprobar quién de entre los dos cede el primero con el riesgo que ello conlleva. No creo que Pedro Sánchez sea capaz de repetir el órdago lanzado por Rajoy hasta que logró la abstención del PSOE a su investidura para que en esta ocasión lo hicieran el PP o Ciudadanos o le apoyaran por responsabilidad para evitar nuevas elecciones. En estos días de conversaciones a Pedro Sánchez le habrán quedado claras las posiciones de cada uno. Sabe que el dúo compuesto por Rivera y Arrimadas es una roca más dura que la del granito y no cederán a ningún chantaje. Oigo a Marhuenda, alabando a Sánchez por sus éxitos después de la defenestración de Ferraz, decir “que a Rivera se le harán cuatro años muy largos, si no son ocho”. Y oigo a otra tertuliana que “se le ve hipertenso y bravo igual antes que después de las elecciones, no ha cambiado”. Casado, un poco. No me creo, pues, de Pedro Sánchez que cometa semejantes errores. Las fórmulas del pasado no sirven para el presente.
Ábalos ha insistido en ese argumento: “¿No querían PP y C´s que para que hubiera estabilidad política se abstuviera el PSOE a la investidura de Rajoy? Pues ahora deberían obrar en consecuencia”. Más de lo mismo. Lo que no dice cuánto de error hubo en aquella decisión y cuán caro lo pagó su partido. Esa es la peligrosa táctica que se empleará hasta el día 26. A partir de ese día, los plazos se acortan y lo que no se haya hecho antes, cundirá mayor nerviosismo. El cuarenta de mayo es el día previsto para remover los restos de Franco y antes se pronunciará el Supremo.
Pedro Sánchez tiene gravado a buril en su memoria la peripecia de su trayectoria vital y política, por lo que no es fácil olvidar, si bien la memoria es frágil. Con esa fragilidad de la memoria de los españoles contó y se aprovechó siempre Rajoy para gobernar hasta que un día le explotó entre las manos sin remedio. El dilema de Sánchez, entonces, no debiera ser si malgastar fuerzas continuas y diarias en chocar, o cooperar desde un primer momento de una forma sincera, honesta, pacífica y leal.
La lealtad. Al gobierno que se forme, que le compete como función constitucional dirigir y aplicar la política nacional, requiere de sus miembros que acepten el liderazgo, en primer lugar, del presidente, y la aceptación y posición mayoritaria del partido ganador, con la suficiente autonomía para los miembros de la otra parte en sus respectivos puestos. La tarea que tiene por delante en estos cuatro años es enorme y la lealtad es imprescindible para que sus miembros ofrezcan a la ciudadanía un gobierno unido y conjuntado. Nada fácil, porque no hay experiencias de este modo de gobernar. Y si en principio existen resistencias para formarlo, hay que vencerlas con la madurez de las personas que lo compongan y con una confianza y lealtad extremas. Después de años de guerra despiadada, sería deseable que viniera un tiempo de paz, de colaboración y no de tanta competencia entre las izquierdas y los progresistas. En estos momentos se impone una tregua. Que sea Rivera quien se desgaste, que lo hace con gusto y le causa placer. ¿Eso tiene el peligro o inconveniente de que no haya voces críticas y oposición en el bando de las izquierdas? Puede, pero siempre habrá personas e instituciones que pongan el contrapunto a decisiones que nos parezcan pacatas. Igual que existen manuales de resistencia, si fuere necesario, ayúdense de algunos manuales al uso para limar las diferencias personales y, en su caso, ideológicas para conseguir esos objetivos que humildemente les propongo.
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Felipe Domingo es socio de infoLibre