El colegio de las niñas pobres
Hace unos diez días participé en una actividad organizada entre un colegio público de Valencia y la asociación de personas jubiladas a la que pertenezco. Ellos le llaman “encuentro intergeneracional” y consiste en que niños y niñas de 11 años se reúnen en grupos muy reducidos con personas voluntarias de la asociación de jubilados durante unos 45 minutos.
A mí me tocó reunirme con dos niños que habían preparado algunas preguntas para hacerme. La primera fue si había vivido la riada de Valencia de 1957. Les dije que sí, pero que era pequeña y no me di mucha cuenta de lo importante que fue. Enseguida, uno de ellos me dijo que él vive en Masanasa y había vivido las inundaciones de la dana del 29 de octubre pasado. Estuvo al menos quince minutos contándome sus vivencias de esos días, que todavía le traumatizaban. Nunca se olvidará.
Las niñas pobres no se podían juntar con nosotras y salían al patio a horas diferentes durante muy poco tiempo
A continuación, me preguntaron cómo era mi colegio. Les dije que cuando yo era pequeña los colegios eran grandes, solían tener bastante jardín o patios grandes y que unos eran de chicos y otros de chicas. Casi todos ellos pertenecían a órdenes religiosas.
No me atreví a decirles que en mi colegio, además de un gran edificio para las niñas que pagaban su mensualidad, había un edificio pequeño, separado del nuestro, para las niñas pobres. Que, además, las niñas pobres no se podían juntar con nosotras y salían al patio a horas diferentes durante muy poco tiempo. Y eso lo vivíamos con toda la normalidad del mundo. Y que, incluso, cuando empecé a trabajar en mi especialidad médica a finales de los años setenta, venían bastantes mujeres analfabetas a la consulta. Había algunas que, cuando intentaba escribirles el tratamiento, me decían: “Usted explíquemelo que yo no sé leer”; o bien: “Escríbamelo todo y así mi marido me lo leerá”. Porque fueron esas mujeres analfabetas las que, cuando eran pequeñas, tuvieron que hacerse cargo de sus hermanos, o bien desempeñar trabajos precarios para que la familia sobreviviera.
No me atreví a decírselo porque pensé que no lo entenderían.
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Emilia Noguera es socia de infoLibre.