Librepensadores
Contra la crispación
¿Cómo devolver la dignidad y el respeto a las palabras? ¿Cómo no dar la espalda al rigor lingüístico? "¡Cultura, cultura y cultura, y educación por parte de todos! De gobierno y oposición. Porque la materia pendiente es el sector educativo y cultural", Eugenio Trías.
“Según un grupo de expertos sociólogos, la crispación en España alcanza el grado 12 en la escala de Sálvame”. Un dato preocupante, que apoyado en la fiabilidad de este índice en la medición del “mal rollo” en general, refleja en este caso el alarmante grado de crispación político alcanzado en nuestro país.
La lectura del párrafo anterior ha podido provocar un alarmista vahído en algún lector. Desactivado me imagino, al conocer su fuente mediática: El Mundo Today, una web sobre la actualidad del mañana que con humor inteligente y catártico, es un aliviadero que contrapesa (o lo intenta) el alarmante nivel de crispación política que sufrimos en España. Y que por nuestra salud mental y democrática debiéramos visitar de vez en cuando.
La banalización del desaforado lenguaje que se ha instalado en la política nacional y la descalificación burda, tabernaria, maleducada y el insulto perenne no son más que el reflejo de la banalización de la actividad política, degradada como está siendo, a un bochornoso espectáculo. Un modelo incivilizado y degradante de confrontación ideológica del que es responsable —nadie se salva, aunque, eso sí, más unos que otros— nuestra clase política.
Atrapados en las profundidades de su "cerebro reptiliano ideológico", muchos de nuestros representantes dan rienda suelta a la versión despreciable por irracional, falaz y despiadada de su discurso político. Auto excluidos del perímetro de racionalidad indispensable para ejercer la acción política de forma civilizada, retroceden hacia formas atávicas de proto democracia que creíamos, equivocada e inocentemente, superadas .
Recurren, no tienen otro, a un lenguaje político limitado, pobre, torpe y repetitivo. Un burdo sucedáneo de una inexistente capacidad oratoria carente de rigor, de estilo, de inteligencia crítica y refinada ironía que, finalmente, degrada lo que debiera ser un honesto y brillante ejercicio parlamentario de rivalidades. Y lo más grave, con absoluta falta de respeto hacia el discurso del adversario. Así se hace inviable el diálogo imprescindible en el logro de acuerdos que hagan factible el consenso.
Surge entonces la crispación política (y lo más peligroso, la social derivada de aquella, con el riesgo añadido de envenenar la convivencia ciudadana) cuya única finalidad es despedazar dialécticamente al enemigo, que no adversario. Para eso es ineludible un primer paso: desnaturalizar, manipular, degradar, saquear... tergiversar el significado de cada palabra.
Limitando la capacidad de entendimiento con mi adversario, y dificultando el reencuentro parcial en el acuerdo, se destruye lo más singular y valioso de nuestra humana condición: la capacidad de entendernos, de concertarnos mediante el lenguaje... en el consenso.
Aparece lo que Eugenio Trías calificaba como “daltónicos de las palabras que todo lo trastoca y altera” y que el filósofo desaparecido en 2013 achacaba “a la falta de cultura y a una utilización banal de términos que tienen un sentido preciso en su contexto, pero que fuera de él lo único que denota son carencias culturales y de educación básicas. ¡Una ignorancia muy atrevida!"
Pero la capacidad de descalificación del adversario no es siempre simétrica ni homogénea. Según los resultados de una encuesta del CIS, el crispador por excelencia de nuestros representantes políticos es el líder del PP, Pablo Casado. Considerado por el CIS como el responsable máximo del "mal rollo" político en nuestro país.
El sondeo de opinión corona al exaltado líder del PP con el título de crispador mayor del reino con el 17.5%. Superando incluso (el pueblo o al menos parte del mismo no es tan tonto como algunos se creen) al expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont (2,9%) y a su sucesor, Quim Torra (5,4%). Para entendernos: ¡Crispa más socialmente a este país el españolismo radical que el catalanismo independentista! Un dato no menor del que algunos ignorantes sectarios debieran tomar buena nota.
Y para muestra un botón. Un vitriólico Pablo Casado desgranó en 42 segundos durante una comparecencia pública un total de 19 insultos, cuyo destinatario era Pedro Sánchez: “Traidor, felón, ilegítimo, chantajeado, deslegitimado, mentiroso compulsivo, ridículo, adalid de la ruptura en España, irresponsable, incapaz, desleal, catástrofe, ególatra, chovinista del poder, rehén, escarnio para España, incompetente, mediocre, okupa”.
Es un promedio de un insulto cada 2.27 segundos, récord nacional de lenguaje crispador que ostenta desde entonces el siempre sonriente de mirada iluminada líder del PP. De paso, aprovechó la ocasión para hacer un llamamiento a la "España de los balcones" en su intento de baño multitudinario en Colón. Y que constituyó, le guste o no reconocerlo y afortunadamente para la España no balconera, un monumental fracaso.
Pero un enardecido Pablo Casado, bordeando la demencia política y la lingüística, reclama a estas alturas... ¡la reconquista del futuro! Retornando para conseguirlo... ¡al pasado político! De la mano, no lo olvidemos, del gigoló ideológico que es Riveragigoló (¡vaya papelón el de Albert en esta farsa!) y de ese político con aspecto de caballero legionario que es Santiago Abascal (un español pata negra, de barba cidiana y pelo en pecho como manda el canon ibérico de la épica).
Retorno a un pasado presuntamente ajeno al tiempo vital y político de Casado pero inoculado en su subconsciente por los tutores ideológicos de su involucionista (brillante, según algunos medios) carrera política. Sus declaraciones llamando al "tipartito patriótico" (el olvido de la erre es voluntario) contra el "frente popular", nos devuelven a tiempos obscuros y al discurso cainita que algunos, y ellos los primeros, trataron de vendernos como una rémora ya superada del pasado.
En un debate reciente en homenaje a Gregorio Peces Barba, planteado el presente de la Constitución y su posible reforma, y que derivó en algunos momentos hacia el alarmante nivel de crispación existente en nuestro país, se vertieron afirmaciones (con las que no siempre estaremos de acuerdo) que, en este caso, podrían ser compartidas por muchos ciudadanos.
Felipe González alertó sobre “el nivel de banalización, de crispación y de circo en el que se está convirtiendo el debate político en España”. Miquel Roca afirmó: “La crispación es la forma más soportable de la guerra pero es una guerra” y Ángel Gabilondo, ecuánime y mesurado como siempre en su sabiduría reconciliadora, argumentó: “La descalificación es un síntoma de debilidad, de la carencia de argumentos, y denota y delata hasta qué punto no somos capaces de abordar con rigor los problemas que tenemos”.
Sobre la reforma constitucional Pere Navarro aseveró: "El consenso no es ahora, viene después del debate. Y el debate también puede ser una terapia para este momento tan complicado que vivimos". Y Óscar Alzaga apostilló: “La crispación parece hacerlo imposible hoy, pero España, en realidad, es el único país occidental que no ha reformado nunca ninguna Constitución".
Mientras tanto, los actuales líderes del "tipartito patriótico" (aunque no solo ellos), enrocados cada uno en la contemplación de su ombligo político, bloquean cualquier intento que permita aliviar el peligroso nivel de crispación política alcanzado. Habiendo rechazado además (como hicieron) los presupuestos sociales de Pedro Sánchez, que hubieran permitido adoptar medidas que aliviaran la anticonstitucional e injusta desigualdad redistributiva fruto de la crisis padecida por tantos españoles.
¿Objetivo último de la crispación? Bloquear o dilatar en el tiempo el meollo de la cuestión de forma dudosamente democrática, (si no antidemocrática) cobarde e irresponsable: el inicio del tan necesario debate acerca de la imprescindible reforma constitucional. Que permita de forma consensuada y dialogante desatar (o cortar de un tajo) el nudo gordiano que vuelve a estrangular la vertebración territorial, siempre pendiente de nuestra perenne España invertebrada.
PD: Me queda la duda de si con alguno de los epítetos utilizados para referirme a los líderes políticos he podido traspasar los límites razonables de la ácida ironía o la sátira no destructiva para caer finalmente en el insulto, contribuyendo a alimentar la crispación que critico. No lo creo, pero les ruego que si alguien lee el comentario, me lo confirme. ____________________
Amador Ramos Martos es socio de infoLibre