Desnudar la mentira
La mentira constituida en herramienta para la obtención de un fin o unos fines ha sido a lo largo de la historia de la Humanidad un constante. Este hecho se basaba, fundamentalmente, en la falta de información que conduce a la ignorancia en stricto sensu de aquellos a los que iba dirigida la mentira con el propósito por el agente mentiroso de conseguir su propio beneficio o de un grupo social al que representaba, ante la ausencia del conocimiento del hecho o los hechos constituyentes de la verdad, o bien el retorcimiento y tergiversación de estos. En todos los casos el uso de la mentira siempre tiene una finalidad clara que va en contra de los intereses de unos, los engañados, y en beneficio o lucro de otros, los mentirosos.
Con el desarrollo tecnológico y la aparición de los sistemas de información y comunicación en las últimas décadas, lo que comúnmente se ha venido llamando el desarrollo y auge de la Sociedad de la Información, el uso sistemático de la mentira debería ser, cuanto menos, un hecho de difícil realidad. Hoy toda persona puede tener acceso prácticamente a cualquier fuente, en tiempo y forma, que le permitan verificar la propuesta vertida por el agente activo de la mentira; quedando así este desnudo y sus vergüenzas expuestas, provocando el rechazo social absoluto, no solo de lo dicho, sino de sí mismo en cuanto persona carente de credibilidad para la sociedad
El diccionario de la R.A.E. define el verbo transitivo “desnudar” en su segunda acepción cómo “despojar a algo de lo que lo cubre o adorna” y al sustantivo “mentira” en su primera acepción “expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente” y en su segunda “cosa que no es verdad”. Así pues, vistas estas definiciones la expresión desnudar la mentira resulta ser una tautología axiomática, toda vez que la misma se convierte en una repetición innecesaria, no aporta nada y, cual proposición evidente y clara, la mentira no necesitaría desnudarse, pues de su definición se infiere, sin demostración pues, que la mentira se desharía, se desnudaría, por si misma frente al conocimiento de lo que es verdad y pretende ocultar.
A la vista de los acontecimientos recientes ocurridos durante las pasadas campañas electorales del 28M y 23J en España, resulta evidente que dicha tautología axiomática no se verifica y por tanto, habida cuenta de los resultados desprendidos del uso reiterado de la mentira por los partidos conservadores del elenco nacional, en contraposición a lo que es cierto, cualidad de veraz, necesita ser desnudada una y otra vez por aquellos que tienen un compromiso indubitable con la verdad y la sociedad, de lo que es cierto y no cabe tergiversación; la Verdad. La verdad y el hecho verdadero debería ser el elemento central en base a cual pivote los valores y principios en los que cimentar una democracia. Las propuestas para construir sociedades democráticas, en sus diversas manifestaciones, corrientes ideológicas y partidos políticos, la conformación de una sociedad inclusiva deberían pasar por el tamiz de la verdad y nunca por el hecho de construir realidades paralelas engañosas a través del uso reiterado de la mentira. El uso de la mentira por partidos políticos, principalmente conservadores y neoconservadores, apoyados por medios de comunicación afines, de forma constante, permanente e intencionada se convertido en su mejor arma, ante la falta de una propuesta verdadera del modelo de sociedad que quieren construir, para así, mediante el uso del oficio de mentir conseguir el apoyo popular. Estos deberían ser expulsados automática y directamente del juego democrático; no por falta de libertad y legitimidad en sus oferta de modelo social, sino porque dinamita los principios básicos democráticos; el uso de la Verdad. ¿Qué han hecho estos partidos y sus voceros para disfrazar, adornar y engalanar la mentira, con arte engañoso, cómo verdad? No hay una respuesta única, sino múltiple. De esta guisa han construido nuevos conceptos, herramientas y estrategias, que usadas reiterada y oportunamente confundan a aquellos que tienen la capacidad y soberanía, los votantes, para inducirles a error y conseguir su fin, el gobierno en última instancia. No hay mejor ejemplo que la creación y uso del término/concepto posverdad, “distorsión deliberada de la realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. (R.A E.) se ha convertido una especie de “arte birlibirloque” con fines no lícitos ni legítimos, pero sus resultados son obvios y no caben dudas.
La denuncia de la mentira no es una opción, es un deber. Lo contrario, consentirlo, admitirlo e incluso mirar para otro lado o ignorarlo no es sino ser consentidor del engaño, de la mentira que conduzca al éxito del populismo
El abrazo asiduo y constante de la mentira ha devenido en una forma de supervivencia por parte de los partidos políticos conservadores a nivel mundial. Se ha profesado tal admiración y culto al hecho de mentir que se ha convertido prácticamente, a la hora de la acción política, en una religión con sus propias reglas y dogmas, generando incluso alianzas para un pretendido bien común que salvara a la sociedad occidental. Basta recordar la impúdica Guerra del Golfo de 2003, cuya ignominiosa mentira se basó en desarmar a Irak de la tenencia y posible uso de armas de destrucción masiva, las cuales nunca llegaron a encontrarse y cuya existencia jamás quedó demostrada. De los actores de aquella ignominia, perfectamente retratados en la famosa foto “El trio de la Azores” (Bush hijo, Blair y Aznar). Los dos primeros, con el paso de los años, de manera tacita y oficiosa han reconocido su ardid; en tanto que el tercero aún sigue reafirmándose en su arrogancia del engaño perpetrado. La devoción y culto a esta nueva religión ha evolucionado llegando a convertirse la mentira en el gran becerro de oro por actores del panorama internacional; Trump en USA, Bolsonaro en Brasil, Putin en Rusia (no hace falta calificar su supuesta “operación especial” en Ucrania), Le Pen en Francia, Orban en Hungria, Salvini y Meloni en Italia,…. y también en España; Vox y el Partido Popular.
Centrándonos en nuestro país lo de Vox es algo que viene de serie, como si de la compra de un coche se tratase, pues en su génesis y herencia genética está el franquismo, el fascismo y el nazismo; por lo que no se necesita evidenciar su adoración por la mentira. Respecto a la deriva del Partido Popular tampoco, pues en su evolución dentro de nuestro modelo democrático, se ha ido echando en brazos de la mentira y de la posverdad, cual hijo que necesita el solaz cariño y alimento de su madre para su subsistencia. La razón puede estar en su falta de valentía para asumir la responsabilidad de mirar a los cuidados de frente y plantearles abiertamente el modelo de sociedad que pretender conseguir; un modelo que no pivote en el mantenimiento del modelo de bienestar social que ha caracterizado a la sociedades democráticas resultantes de la II Guerra Mundial, sino un modelo social que se basa en diferenciación social y de clase cuyo eje central esté la capacidad económica del individuo. Resulta evidente que desde la gobernanza del susodicho Aznar los siguientes y sucesivos presidentes del partido conservador se han caracterizado por la falta de veracidad y honestidad para los gobernados respecto a la verdad de sus planteamientos políticos. El culmen de esta falta de lealtad hacia la verdad en general y hacía los valores y principios democráticos, ha sido el debate, el cara a cara, celebrado en pasado 13 de junio, entre el actual presidente del Gobierno, Sr. Sánchez, y el postulante a ocupar la Moncloa, Sr. Feijoo. El nuevo presidente del partido conservador, es ampliamente conocido la forma cómo ha llegado a la presidencia de su partido, hizo gala extensa de arte de mentir. Probablemente se deba al hecho de una cierta incapacidad y falta de aptitud personal y política. Para ello abrazó desde el minuto uno del debate la técnica “Gish Gallop”. Está técnica, ampliamente conocida en el mundo anglosajón, no es utilizada para debatir con argumentos y razones frente un adversario con unos planteamientos distintos, sino para destruir el propio debate y al mismo tiempo al oponente. La técnica no tiene otra finalidad que en abrumar al adversario con un gran número de datos y supuestos argumentos muchos de ellos falsos, otros medias verdades y otros engañosos. El uso de esta técnica dice muy poco en favor de quién la utiliza y sí mucho en su contra.
Las preguntas que debemos plantearnos son varias: ¿debería una sociedad moderna, libre y democrática aceptar y tolerar el uso de la mentira como un elemento válido en la configuración de su modelo de convivencia social? ¿Cuál debería ser la respuesta ante este tipo de acciones? El firme compromiso del rechazo de este uso generalizado de la mentira como instrumento se ha puesto de manifiesto de manera evidente por diferentes ciudadanos y medios. Así me vienen a la cabeza el notabilísimo artículo de opinión de Antonio Muñoz Molina titulado La era de la vileza (El País, 15 de julio), el artículo de Ángel Luis López Villaverde, A galopar (Eldíadigital.es, 18 de julio), Ideas Propias de Baltasar Garzón, ETA, el PP y el fascismo (infoLibre, 20 de julio), Ignacio Escolar con sus numerosos artículos sobre "Las mentiras de Feijoo" (eldiario.es) y cómo no a Silvia Intxaurrondo en la entrevista del candidato popular en TVE frente a sus “inexactitudes” respecto a la subidas de las pensiones.
La defensa de la verdad, desnudar a la mentira, poniendo ante el espejo público a los mentirosos no es una opción para cualquier ciudadano que defienda nuestro actual modelo democrático de convivencia, libertades, derechos y obligaciones, sino el único camino para seguir construyendo nuestro modelo de sociedad. La denuncia de la mentira no es una opción, es un deber. Lo contrario, consentirlo, admitirlo e incluso mirar para otro lado o ignorarlo no es sino ser consentidor del engaño, de la mentira que conduzca al éxito del populismo que no es otra cosa sino la cara más amigable del autoritarismo. Un autoritarismo nuevo, reinventando, moderno pero cuyos resultados ya conocemos.
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Antonio Fernández-Montes Romero es socio de infoLibre.