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Como humo de pebetero

Fernando Pérez Martínez

Debo a Juan Sebastián Bach la experiencia de la melodía como arquitectura. Es el mío un espejismo o ensueño gótico catedralicio inducido por la música. Más que sonar, la música levanta con devenir aéreo volutas del pebetero sonoro, paredes de humo y luz de coloridos vitrales. Alza con la sucesión de las notas armónicas, poderosas y delicadas construcciones que se desenvuelven surgiendo de sí mismas hacia lo alto, en sucesivas expansiones, hasta alcanzar a formar un espacio virtual dotado de emoción, donde la sólida y etérea existencia se muestra en torno al oído que percibe y genera colores y formas, dando lugar a fantasías acordes al carácter de quien fabula ese mundo en alas de pulsos y vibraciones que tocan las delicadas fibras cerebrales que permiten acceder a mundos que sin existir no podemos negar que están allí.

Lo que existe sin existir y produce efectos físicos, perceptibles, objetivables pese a su no existencia, es el único campo a explorar en busca de la razón por la cual todavía hoy millones de compatriotas, seres presuntamente racionales, se manifiestan en sociedad mostrando un comportamiento al que cualquier calificativo le cabría antes que racional.

Sí, también me refiero a quienes se empecinan en apoyar contra sus intereses a equipos políticos probadamente mentirosos, desfachatados y egoístas, que buscan en primer y único lugar su exclusivo medro pasando por encima de cualquier otra consideración, aún ante la evidencia de que ese personal beneficio tenga un coste social claramente inadmisible por desmesurado. Pero excluiré hoy del análisis a este grupo para referirme a quienes, desengañados de los ideales internacionalistas o confederales, se refugian en el localismo confiados en que lo pequeño será más controlable, sin reparar en la atronadora y perversa afirmación que implica tal elección, sólo sostenible en argumentos emocionales.

Si aceptamos que primero se han de beneficiar los pertenecientes al mismo terruño, estamos afirmando la licitud de la pugna de los infinitos aldeanismos. Se redescubre, se reabre así la vieja política de los clanes cavernarios, envuelta en argumentos racionales de "mírame y no me toques", que sólo apelan a la identidad sentimental. El todos contra todos del medioevo está servido en pleno siglo XXI. Desde el “América first” de Donald Trump, pasando por el Brexit, hasta el exabrupto intelectual de los aborígenes onubenses de Almonte, que consideran a cualquier mozo forastero indigno de poner sus manos en los varales que transportan la imagen de su icono al que apodan la “blanca paloma”, todo es lo mismo. Es esta virtual concepción de la preeminencia para el acceso de los nativos a cualquier derecho, frente a los forasteros, el principal argumento que recauda votos nacionalistas. Muy criticado por la hipocresía occidental en las naciones inventadas maliciosamente por el imperialismo del siglo XX, por ejemplo los países del Golfo Petrolero, generados y sostenidos en torno a políticas teocéntricas y el interés estadounidense.

Una creencia elegida voluntariamente, al calor de la expectativa del interés, moviliza a poblaciones que se aglutinan en torno a tan insignificante como inmoral argumento racional. Como muestra, un botón: comienza el himno nacional alemán declarando: "¡Alemania, Alemania, sobre todas las naciones…!" Esclarecedor verso, muestra del chovinismo triunfante tan en boga…

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Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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