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Los incendios en Asturias

Francisco Lozano Sanz

Los medios de comunicación se hacen eco, periódicamente, de frecuentes opiniones, de lo más variadas, sobre los incendios forestales en Asturias y la cornisa cantábrica. La mayoría de ellas dan su versión de por qué se producen y cómo se han de gestionar los bosques.

Quisiera, desde mi experiencia de 39 años como profesional forestal y del medio ambiente, por casi todo el territorio peninsular, aclarar los muchos desatinos que se están vertiendo a los lectores.

Los incendios provocados conscientemente y a propósito, lo son por “incendiarios”, de los cuales sólo una exigua cantidad son “pirómanos”. Confusión esta que todos los medios de comunicación repiten sistemáticamente. Según la Xunta de Galicia –por poner un ejemplo y en su territorio– tan sólo el 6% son provocados por pirómanos. La piromanía (del griego pγrós, “fuego”) es una enfermedad psicológica del trastorno del control de los impulsos que produce un gran interés por el fuego, el cómo producirlo y admirarlo.

El presidente de la Asociación Profesional de Agentes Medioambientales de Castilla-La Mancha (APAM-CLM) asegura que “más del 90% son provocados directa o indirectamente, ya sea con intención o por negligencia”.

El estudio España en llamas indica que la mano del hombre ha estado detrás del 88% de los 187.239 fuegos ocurridos en España entre 2001 y 2011, y el 55% con un origen intencionado. Este estudio se basa en la Estadística de Incendios Forestales (EGIF) del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente. WWF afirma que el 96% de los siniestros se provoca de forma directa o indirecta.

En el ranking de los 100 municipios donde se registraron más incendios, 94 se ubican en Galicia y Asturias. En esas dos regiones se quemó el 31,6% de las hectáreas totales de España entre 2001 y 2013.

Sin embargo, en las últimas semanas, políticos, tertulianos y opinadores se esfuerzan en eximir al colectivo de ganaderos como los causantes de dichos incendios. Todo ello sin tener formación y conocimientos académicos al respecto. Y lo peor aún: en las poblaciones del medio rural se puede escuchar, en cualquier espacio público, bares en su mayoría (nunca se hará cuando hay un agente de la autoridad presente), la siguiente sentencia:  “Quemar no es malo, si siempre se quemó”, que se repite incesantemente y que es asumido –insisto, sin conocimiento y crítica alguna– por la población.

En el pasado se rozaba el matorral, con aperos agrícolas, guadaña, hoz… etc y se utilizaba como cama para el ganadocama, combustible, se transformaba en abono y otros usos agrícolas y ganaderos.

El bosque atlántico –predominante en la vertiente cantábrica de la cordillera del mismo nombre– no ha sido un territorio asolado por el fuego de forma natural. Por ello no ha evolucionado y desarrollado una vegetación pirófita o resistente al fuego: véase el caso del alcornoque y el ecosistema mediterráneo.

Más aún, antes de sufrir los efectos del innegable cambio climático, las lluvias eran más abundantes y frecuentes. La llovizna (orbayu, aquí en Asturias) tan omnipresente en estos bosques cantábricos generaba una humedad edáfica permanente durante los meses de invierno que hacía casi imposible la combustión de la materia vegetal seca.

En las últimas décadas ha aumentado el número de jornadas invernales con viento sur, calor y muy baja humedad relativa del aire, cuando se aprovecha para quemar de forma indiscriminada e irresponsable: el monte cantábrico no arde por combustión espontánea.

Las cenizas resultantes tras los incendios alteran el PH del suelo y favorecen la aparición de plantas pirófilas y la consecuente desaparición de la flora climácica.

Se habla de la “cultura del fuego” como herramienta a implantar en los tratamientos selvícolas. Más en concreto: utilizar las quemas controladas para evitar los incendios provocados. Craso error.

Las quemas controladas no evitan los incendios intencionados para la obtención de pastos, ni disuaden a los incendiarios (ni a los pirómanos).

En un programa de radio en el que actuaba como moderador, mis dos invitados eran un sargento de bomberos del Ceispa (Consorcio de Extinción de Incendios y Salvamento del Principado de Asturias) y un agente medioambiental de las Bripas (Brigadas de Investigación de Incendios del Principado de Asturias), y ambos coincidían en que por muchas quemas controladas que se hagan nunca se considerarán suficientes por aquellos que les resulta más fácil el quemar el matorral.

En algunas zonas dominadas por el matorral, la Administración autonómica se gasta una nada despreciable cantidad de dinero en realizar rozas con maquinaria. Pero dada la abrupta orografía de parte del territorio (Picos de Europa es un buen ejemplo) las laderas donde no pueden operar las máquinas son sistemáticamente quemadas. En el Parque Nacional Picos de Europa es más grave aún pues se hacen quemas controladas para mantener los pastos. En un espacio protegido que se creó como “representativo de los ecosistemas ligados al bosque atlántico” y no como una finca de explotación ganadera.

Y aquí aparece el principal problema: la erosión.

España ha ratificado la Convención de Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CLD), como país parte afectado.  El presupuesto para el período 2014-2020 asciende a 95.000 millones de euros para los 28 Estados miembros. Este dinero procede del Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural (FEADER). Esto y mucho más (pérdida de vidas humanas y haciendas) es parte de lo que nos cuestan los incendios.

El incendio elimina la materia orgánica en la que se han convertido: las hojas, helechos y matorral leñoso seco. También desaparece el humus, y las primeras lluvias –sobre todo si son intensas– se llevan por delante el escaso “suelo” que –otra vez Picos de Europa, como ejemplo– algunos macizos cantábricos poseen.

Es todo un dantesco espectáculo recorrer el trayecto Cangas de Onís-Santillán (unos 11 kilómetros) tras alguna de las oleadas de incendios invernales que año tras año asolan las laderas de la cuenca del río Sella: ya casi no hay suelo, tan sólo territorio quemado, pedrizas y roca madre en superficie.

Expresiones como “el monte arde porque está todo por hacer”, aparecido en un periódico local y dicho por un empresario del cultivo forestal, es todo un ejercicio de inconsistencia y desconocimiento: el bosque de la cordillera cantábrica arde porque lo incendian. El arbolado no arde como autocombustión espontánea.

“Habría que romper la uniformidad del bosque haciendo cortafuegos”es otra manifestación –también aparecida en el mismo periódico– fruto de la ignorancia y el atrevimiento: la fragmentación del bosque es una de las causas principales, aunque no la única, de la desaparición de especies animales y vegetales de gran valor como el oso, el urogallo, el pito negro, el pico mediano… y un largo etcétera. Todas estas especies habitantes de parte de las montañas cantábricas.

Se pierde biodiversidad y se acentúan efectos como la falta de variabilidad genética y endogamia de las especies que lo pueblan. Además, los cortafuegos son caros de mantener pues la mayoría (y créanme que he recorridos decenas de ellos por toda España) no se roturan y tienen vegetación combustible cubriéndolos. Eso sin contar que –en las explotaciones forestales– la altura que puede llegar a tener el pino de Monterrey (pinus radiata) es de unos 45 metros (los he medido de este porte cerca de Llodio, en Vizcaya)– y el eucalipto (eucaliptus globulus) de cerca de 65 metros (medidos cerca del aeropuerto de Santiago de Compostela). Por lo que, en un voraz incendio, con fuerte viento, son ineficaces. Ello sin contar que las piñas de algunas especies de pino (pinus halepensis) pueden saltar –ardiendo– del pino en combustión hasta más de la anchura de un cortafuegos impulsadas por el viento. Las “pavesas” de los eucaliptos en llamas pueden ser transportadas por el viento hasta quinientos metros del frente del incendio.

Los cortafuegos no son la panacea para evitar el avance del fuego en un incendio.

Estas ocurrencias me recuerdan a un gran intelectual y técnico forestal: George W Bush. En un viaje a Oregón, tras un gigantesco incendio, propuso cortar los árboles maduros para evitar así los incendios (agosto de 2002)

Hay otro tópico que se repite con insistencia por los opinadores y es que el monte está “sucio”, simplemente porque tiene matorral. El matorral va directa y simbióticamente ligado al bosque. Existe desde miles de años antes de la aparición de los primeros homínidos, recolectores-cazadores y pastores.

El bosque autóctono, cantábrico, el bosque atlántico, no es un cultivo de pinos o eucaliptos. Eso es una explotación forestal. Muy importante y necesaria, pero no confundir con los bosques protectores y protegidos.

El sotobosque, el matorral, es inherente al bosque. Sin él la avifauna no tendría protección, comida, dormideros… Sin el sotobosque muchas especies forestales no se podrían regenerar pues necesitan de la protección del matorral leñoso para nacer y desarrollarse los primeros años y evitar el ramoneo de los herbívoros.

La idea de que un bosque “limpio” ha de ser un espacio de árboles fustales (adultos) con verde hierba bajo ellos (como el Parque del Retiro o cualquier otro parque público) es fruto del desconocimiento. Y en muchos casos –que los hay, como las dehesas con ganado o con cultivos entre las encinas o alcornoques–indicaría un exceso de carga ganadera, falta de regeneración, sobreexplotación agrícola/forestal… etc.

Otro elemento a considerar: la Ley de Montes de Asturias permite a la consejería competente en materia forestal que proceda a acotar el pastoreo de los montes incendiados por un plazo mínimo de un año y máximo igual al necesario para la recuperación de las especies afectadas o hasta su restitución a la situación anterior al incendio.

En Asturias, en los dos últimos años se ha vedado al pastoreo algo más de 1.000 hectáreas, pero resultan totalmente insuficientes, máxime si tenemos en cuenta que en estos dos años se han quemado 18.000 hectáreas de las que casi 15.000 lo fueron por motivos relacionados con la generación de pastos.

Los políticos no se atreven a tomar estas medidas porque temen la reacción de los votantes del medio rural, intoxicados por tanta: leyendas, verdades a medias, supersticiones y falta de información.

Mientras tanto, la población, contagiada del pobre espectáculo que nos dan a diario las tertulias televisivas y radiofónicas, habla, opina, discute, se jacta de saber, sienta cátedra… apela a “si siempre se hizo así” o “yo desde que recuerdo, desde que era pequeño…”. Y en bares, espacios públicos y medios de comunicación se extiende el barullo, la confusión y los despropósitos.

Termino con una cita de Azaña: “Si cada español hablara de lo que sabe y sólo de lo que sabe, se haría un gran silencio nacional que podríamos aprovechar para estudiar.”

Y otra de Antonio Machado: “El hombre de estos campos que incendia los pinares y su despojo aguarda como botín de guerra, antaño hubo raído los negros encinares, talado los robustos robledos de la sierra./Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares; la tempestad llevarse los limos de la tierra /por los sagrados ríos hacia los anchos mares; y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra”. 

P.S.:  Esta carta se redactó el 26 de enero de 2016.  Recientemente –en junio–, la Junta General del Principado decidió, con los votos del PSOE, PP y Foro Asturias (partido de Francisco Álvarez Cascos) y la abstención de Podemos modificar el artículo 66 de la Ley de Montes, para permitir el pastoreo en los montes incendiados.

La Coordinadora Ecologista de Asturias ha manifestado: “Queremos mostrar nuestro malestar por lo que consideramos un ejercicio excesivo de populismo y demagogia, cuando ahora mismo el tiempo real de acotamiento en Asturias no llega a los seis meses y se acota menos del 25% de la superficie quemada, lo que demuestra la connivencia de algunos partidos con la lacra de los incendios, favoreciendo con sus planteamientos este tipo de delitos penales contra el medio ambiente. No sólo no se cumple el fin último regenerador por el que se declaró la veda, sino que el incendiario se aprovecha de los frutos de su acción delictiva, lo que constituye un efecto criminógeno y, por consiguiente, un incremento en la comisión de este tipo de delito”

Para terminar, quiero recordar que el 21 de julio de 2015 la conocida como Ley de Montes (Ley 43/2003) era reformada por el Gobierno de Mariano Rajoy y en contra de la oposición, los sindicatos y ecologistas ante algunos puntos que consideraron más que dañinos para el medioambiente.

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El pasado mes de octubre dicha ley entró en vigor y desde ese momento se dio luz verde a la enmienda por la que se permite construir en un terreno forestal incendiado sin que hayan pasado 30 años (como regía la ley anterior) cuando concurran razones imperiosas de interés público de primer orden.

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Francisco Lozano Sanz es capataz forestal y socio de infoLibre

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