Hubo un tiempo en el que las palabras que emergían de la clandestinidad individual o colectiva estaban amordazadas y se convirtieron en sí mismas en el tesoro a preservar porque en ello nos iba la vida y el futuro. Un futuro que sólo lo atisbábamos más allá de los Pirineos, en los libros, en el cine, en el teatro semi-clandestino. Gritábamos con tanta fuerza porque teníamos la sensación de que a lo mejor mañana ya no podríamos gritar.
Las palabras se activaron de pronto porque tenían necesidad de salir. Demasiados años sin poder pronunciarlas. Demasiado tiempo clandestinas. La generación que sufrió el golpe de estado fascista, la que vivió la brutal represión y los fusilamientos de sus padres y hermanos terminada la guerra incivil, decidió acallarlas, silenciarse a sí mismos, porque el miedo, el pánico, actuaba como mordaza. Las palabras se escondieron como se escondieron los personajes de las Trincheras Infinitas que sobrevivieron al miedo y al terror.
Por ello, cuando irrumpieron, lo hicieron con tanta fuerza que parecía como si las gargantas fueran a explotar. Así volvíamos tras una manifestación durante el tardo-franquismo, liberados. No importaba si al final no conseguíamos ninguno de los objetivos por los que nos habíamos convocado. Habíamos gritado: ¡Libertad, libertad, libertad!, hasta agotarnos. Ese grito que nuestros padres y abuelos no pudieron hacerlo porque se jugaban la vida. Nosotros lo hacíamos también por ellos.
“!Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía!”, constituyó otro nivel, otro paso adelante. Pero, ya no era el grito del desahogo. No, era el grito que nacía de las tripas de la Historia, era el grito reivindicativo, el grito de los posicionamientos, el grito de la negociación, porque el verdugo acababa de dejarnos y empezaba a entrar aire por las ventanas para que podamos empezar a construir un nuevo futuro, ahora sí en libertad.
Nos inventamos lo de la “transición” que dio media vuelta al mundo y éste nos miró con asombro. Con el tiempo (porque el tiempo termina colocando todo en su lugar) hemos vistos sus costuras, sus errores y, sobre todo, sus ataduras en forma de peajes que tuvimos que pagar a los herederos del monstruo para construir un país nuevo. Los primeros herederos del monstruo (Fuerza Nueva/AP), fueron puestos en el rincón de la política, en el rincón de la sociedad por los ciudadanos que, una vez libres, pudieron decidir con su voto.
Pero el espíritu del monstruo nunca se fue del todo porque al mutar (como hoy lo hace el covid-19) de Alianza Popular a Partido Popular, se llevó consigo parte del veneno que permaneció invernando durante un tiempo, hasta que decidió visibilizarse y conseguir ocupar 52 escaños en el Congreso de los Diputados, porque los que gritábamos: ¡libertad, libertad, libertad! Nos habíamos dormido en los laurales, pensando que la democracia es un objetivo finito y despreciamos la pedagogía en la construcción permanente de los valores democráticos y en la defensa de lo público.
Hoy, resulta deprimente y, si se me permite, berlanguiano, asistir a la segunda edición de la “Escopeta Nacional”, pero no en forma de ficción como las pelis de Luis García Berlanga, sino en vivo y en directo. Desde el barrio de Salamanca, desde Núñez de Balboa, epicentro de los defensores de la “España, Una, Grande y Libre”, envueltos en la bandera de España (“que para eso es nuestra, ¡coño!”), gorras, camisetas, calcetines y supongo que, hasta bragas, rojo y gualda, sin desprenderse de sus palos de golf y de su indumentaria de caza, gritando: ¡Libertad, libertad, libertad! Porque un gobierno social-comunista-bolivariano…no les permite ir a jugar al golf o a gastar en las tiendas de lujo sus pingues beneficios obtenidos durante la pandemia.
Las 23 fortunas más grandes de este país han obtenido ganancias del 16 % durante la pandemia. El multimillonario Amancio Ortega, primero de España y sexto del mundo, ha obtenido beneficios del 17, 4 %. “Directivos de empresas renovables y eléctricas han ingresado 88 millones por ventas de acciones durante la pandemia” (Diario.es). Mientras tanto, cerca de 2.000 niños que mal viven en el “tercer mundo” del Madrid rico (a 17 kilómetros del despacho de la señora Ayuso), en la “Cañada Real”, la vergüenza de Madrid, la vergüenza de España, llevan tres meses sin luz, sin poder estudiar porque el frío no les permite. Están tiritando del frio en el interior de sus chabolas tercer mundistas.
Los precarios trabajadores de éste país, los que sostienen con su esfuerzo la economía, continúan levantándose a las seis de la mañana, acudiendo al “curro” en metro o autobús atascados, con la inevitable mascarilla y retornando a sus pequeños hogares después de jornadas agotadoras a semi confinarse porque no pueden tomarse una cerveza en el bar de su barrio. ¡Libertad, libertad, libertad!, ya no es su grito, como lo fue el de sus padres y abuelos. Están cansados. Frente al televisor consumiendo programas basura y en la intimidad se “cagan en los políticos” porque ni siquiera los tan cacareados ERTE les llegan, alimentando así, el huevo de la serpiente.
Marcelo Noboa Fiallo es socio de infoLibre
Hubo un tiempo en el que las palabras que emergían de la clandestinidad individual o colectiva estaban amordazadas y se convirtieron en sí mismas en el tesoro a preservar porque en ello nos iba la vida y el futuro. Un futuro que sólo lo atisbábamos más allá de los Pirineos, en los libros, en el cine, en el teatro semi-clandestino. Gritábamos con tanta fuerza porque teníamos la sensación de que a lo mejor mañana ya no podríamos gritar.