Discursos e inocentadas

Al asno de Buridán lo pusieron entre dos almuerzos iguales y el bicho, como no sabía por cuál decidirse, se murió de hambre. Cierto columnista anda un poco en las mismas. De un lado, la farfolla nochebuenense con la que nos atizó su majestad. Del otro, la inminente llegada del día de los santos inocentes, ¡el día del bulo!

Felizmente, hay días en que manejo la indecisión mejor que los cuadrúpedos, así que picotearé en ambos pesebres. Al lío. Don Felipe se plantó en el Palacio de Oriente para lo de en estas fechas tan entrañables. Antes del discursito, la cámara se pasea por los interiores, tan llenos de guirnaldas y lucecitas que uno teme que se aparezca la Preysler con un cerro de ferreros. Con esos mimbres, sentido homenaje a los valencianos que han perdido casa, vida y hacienda. Un cincuentón bien sentadito sobre caoba loando la simpar solidaridad y el asombroso esfuerzo colectivo. Ignoro por qué, a estas alturas de la película los medios privados interrumpen su programación para conectar con la perorata pregrabada.

Al día siguiente, recalentados. Las claves del discurso, entrecomillados significativos, la semiótica del decorado, el lenguaje no verbal y la edición crítica del uso de los adjetivos. Exégesis de la profundidad de un charco, hermenéutica de unas obras completas sobre papel de fumar. ¡Las rotativas no dan abasto! Y, si les queda para el postre, otras tantas piezas sobre la reacción de los partidos, su análisis y metacomentario, el fact-checking, la comparativa histórica, sus contradicciones y sus coherencias. ¡Apasionante! ¡Viva el cuarto poder!

La inocentada es, por definición, un embuste que se resuelve al poco rato. ¡Era broma! Del bulo, sin embargo, no queda clara su naturaleza

Lo de un rey que reina pero no gobierna es una inocentada buenísima. A la tierna costumbre de colar mentirijillas el veintiocho de diciembre le ha echado la pata encima la grosera manía de meterlas todos los días. La inocentada es, por definición, un embuste que se resuelve al poco rato. ¡Era broma! Del bulo, sin embargo, no queda clara su naturaleza. Ahora que los periodistas andan pelitiesos con este engendrito, todavía no he visto que nadie se haya molestado en definir al espécimen. Ya le pasó a la «posverdad», que la pobre pasó de moda sin que nos enterásemos bien de qué era. Uno, si quisiera tomárselo en serio, pensaría que un bulo es una campaña de desinformación: un plan articulado para hacer pasar por cierto algo que no lo es o, al menos, no completamente. Sin embargo, los que no se quitan la palabrita de la boca parecen meter en el mismo saco las informaciones erróneas, los relatos incompletos, los análisis sesgados y las opiniones que no les terminan de convencer. Gran salpicón, tremenda ensaladilla. Sería el colmo que «los bulos» estuviesen siendo víctimas de la desinformación. ¡Compañeros, adelante!

Cuando ocurrió la posverdad (qué tiempos, ¿eh?, ¡qué jóvenes éramos!) no tardaron en salirle hijos tontos. La poscensura, por ejemplo. Repasando la hemeroteca encuentro artículos sobre la «preverdad», conceptito que, sospecho, tuvo menos éxito que sus primos carnales. El periodismo, qué fuente inagotable de autorreferencialidad. Tiene sentido: hay que rellenar tertulias y nada cunde tanto como un buen debate sobre el sexo de los ángeles.

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