La seguridad, el hilo invisible que une la pandemia, Ucrania y la información Daniel Basteiro

Los locos años 20, ¿eh? El pronóstico es inmejorable: empezamos con una pandemia y terminaremos con un cataclismo nuclear. Uno abre la prensa internacional y, como en las tarjetas de cumpleaños horteras, suena una cancioncita que dice: hagamos una guerra para acabar con todas las guerras. Tomamos Serbia, damos un paseo por Alsacia y Lorena… y en navidad, todos en casa.
Paladares más finos que el de un servidor podrán distinguir las sutilezas entre el ordeno y mando de un socialdemócrata y el de un liberal-conservador
Por lo visto, ha acontecido el consenso y todas las molleras sensatas de la Europa libre están dispuestas a que nos rasquemos los bolsillos, a ver de dónde sacamos ochocientos mil millones de euros para botas y fusiles. «Es inevitable», dicen. «Malo será que aumente el belicismo si gastamos una fortuna en misiles». El rearme con fanfarrias, la estrategia que nunca salió mal. Para colmo, corren malos tiempos para financiarse. El locuelo Trump canta por aranceles (el chiste es del tuitero Malacara) con la precisión geopolítica de una escopeta de feria. Los liberales de medio mundo muestran su incredulidad mientras repasan la doctrina de Victoria Prego, en paz descanse: un rico solo se mete en política (se refería a Marcos de Quinto, trocotró) para hacer el bien.
Mientras los mercados de todo el mundo se dejan hasta la camisa en, probablemente, la crisis más estúpida del capitalismo, en la Casa Blanca no saben estarse quietos. Viendo el batacazo del negocio del Ahorrador Presidencial (en el último mes, las acciones de Tesla han caído un treinta y tres por ciento), alguna lumbrera se ha dicho: llenemos el jardín de Cybertrucks, que nada afianza tanto la imagen de una superpotencia como convertir la sede del poder federal en un concesionario. ¡Fantástico! El resultado ha sido inmejorable: a los dos días, nueva paralización de las entregas, porque el cochecito más feo del mundo sigue cayéndose a pedazos encima de los clientes. Chico, en el pecado llevan la penitencia.
Y en España, ¿qué? ¡Todo controlado! Sánchez ha llamado a su despacho a todos los líderes parlamentarios para, en media horita, explicarles lo que piensa hacer sin contar con ellos. «El ejecutivo ejecuta», se le oía gritar por los pasillos. Esta vez, sin quinquenio reflexionador ni carta lacrimógena, oiga: le parlament c’est moi. Si sirve para concederle el Sáhara al rey de Marruecos, sirve para fijar la posición de España ante el concierto de las naciones.
Paladares más finos que el de un servidor podrán distinguir las sutilezas entre el ordeno y mando de un socialdemócrata y el de un liberal-conservador, y no jodamos diciendo que Aznar nos metió en una guerra, porque entonces ya nos pareció mal. La cosa, mirando la aritmética parlamentaria, pinta regulera. A ver quién es el guapo que logra que el petimetre que dirige el principal partido del país y el cínico que nos gobierna lleguen a una posición común, no teniendo presupuestos generales. Para colmo, la «mayoría de la investidura» (tremebundo sintagma nominal) parte peras hasta en las agrupaciones locales. Permítanme un vaticinio: ¿qué nos jugamos a que los chavalines de Junts terminan pescando alguna competencia en este río revuelto? Alguna chuchería xenófoba, de esas que tanto les gustan.
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