He tenido la oportunidad de leer en estas mismas páginas de infoLibre un artículo de mi admirado poeta Luis García Montero donde expone la necesidad de la defensa del periodismo y de la libertad de expresión como uno de los puntales de la convivencia y la dignidad.
A todos, y a mí el primero, se nos llena la boca con una enorme facilidad al pronunciarlo. Libertad de prensa. Suena a vientos de franqueza y de sinceridad. Banderas de ética y moral frente los todopoderosos. Un derecho adquirido por el individuo que debe preservar la voluntad de estar informado.
El artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas dice literalmente: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
Qué brillante y admirable declaración de principios. Sin embargo, todo eso se me viene abajo, se me derrumba cuando en las imágenes de televisión, cada vez más tardías, veo a un tipo que ha pasado la mayor parte de su vida perseguido, asomado a un balcón sin poder salir de la embajada de Ecuador en Gran Bretaña, y que ahora perece lentamente encarcelado por haber descubierto secretos innombrables de las más oscuras cloacas del estado imperialista de los EEUU. En la sombra espera paciente la extradición a su cruento final.
Veo el rostro de Julian Assange y observo cómo han pasado los años en silencio, condenado al ostracismo. Cómo se ha acabado con su juventud y sus momentos de gloria periodística al frente de WikiLeaks. Cómo se le ha apartado para siempre de su hijo al que ya no podrá ver crecer junto a él. Y cómo se le ha condenado a ser un eterno prófugo o perseguido, por no entregarse y morir en los calabozos americanos al estilo de Guantánamo.
Tal y como ha dicho Amnistía Internacional en su página web, “la persecución de Julian Assange es un ataque a la libertad de expresión. Extraditar a Assange a EEUU supondría estar expuesto a sufrir violaciones de los derechos humanos como malos tratos o la reclusión prolongada en solitario”.
Lo que se ve hoy día es que la prensa se ha convertido en un altavoz mass media de esos grandes poderes, sobre todo del Estado, y que los utiliza como megáfonos de su propaganda mediática
Sin irnos muy lejos, la propia organización de Amnistía Internacional llega a decir que se ha sabido que la CIA consideró la posibilidad de secuestrar o matar a Assange mientras estaba refugiado en la embajada de Ecuador.
Dicen que la expresión del cuarto poder, para definir a la prensa, se empezó a emplear en el siglo XIX gracias a Edmund Burke, como uno de los grandes poderes que sirve para vigilar a los otros tres, el legislativo , el ejecutivo y el judicial. Sin embargo, lo que se ve hoy día es que la prensa se ha convertido en un altavoz mass media de esos grandes poderes, sobre todo del Estado, y que los utiliza como megáfonos de su propaganda mediática para vilipendiar a quien osa ir contra él. Pobre de aquel que aventure a sacar a la luz las fosas sépticas y alcantarillas del asqueroso mundo de la política, o los secretos de Estado que están cubiertos de las más sucias maldades que uno pueda imaginar.
No hay escapatoria alguna, pues EEUU ha puesto su dedo acusador sobre la cabeza de Julian Assange. Desde entonces se ha intentado vilipendiar su nombre acusándole de violaciones infundadas por parte de la policía sueca y por el propio ministro sueco Frederick Reinfeldt, quien se permitió el lujo de considerarle culpable públicamente, aun a pesar de que la fiscalía retiró la acusación a las pocas horas, declarando que no había motivos para sospechar de que él estuviera implicado en ninguna violación.
Se le ha perseguido con una ferocidad inusitada en todos y aquellos países donde llegan los tentáculos del todopoderoso EEUU, y todo por ejercer ese brillante artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Por haberse atrevido a filtrar el ataque aéreo en Bagdad del 12 de julio de 2007, así como varios registros de la Guerra de Afganistán o de la Guerra en Irak, denunciando delitos amparados y consentidos por el Pentágono.
De él han llegado a decir que era un allegado a Al Qaeda y a los talibanes. El asesor del primer ministro del gobierno de Canadá Tom Flanagan manifestó en una entrevista a la BBC que Assange debía ser asesinado, una opinión tan justa y ética que, cómo no, corroboró Donald Trump en 2010, y sin despeinarse.
¿Acaso no son estas manifestaciones un grave atentado a la libertad de expresión? Frente a todas esas opiniones vertidas por parte de las bien llamadas cloacas del Estado, gracias a Dios, se oyen voces en el desierto como las de Ken Loach o John Pilger, donde se indica que Assange lo único que ha hecho es “realizar la labor de un periodista y merece el apoyo de las personas que creen que la democracia se sustenta en el libre flujo de la información”.
Tristemente, el caso de Julian Assange me recuerda al del periodista turco Khashoggi, asesinado y torturado en el consulado saudí de Estambul el 2 de octubre de 2018 por haberse atrevido a criticar la actitud bélica contra Yemen del príncipe heredero de Arabia Saudí. Como también se me refresca en la mente el envenenamiento de Alexander Litvinenko, asesinado en Londres con una dosis letal de isótopos de polonio-210 colocados en su taza de té, después de haber tenido la insolencia de acusar a Putin de pedofilia.
Ahora, con el caso de Julian Assange, no me pregunto si será culpable o no de todo aquello de lo que se le acusa y con lo que se ha intentado manchar el nombre de un periodista que se atrevió a ir contras las fuerzas del Estado y toda su malvada corruptela. No pierdo el tiempo en hacerme esa pregunta.
De lo que sí estoy convencido es de que, si antes no aparece asesinado o 'auto-suicidado', jamás tendrá un juicio justo en el interior de las fronteras del Tío Sam. Y todo ello por haberse creído a pies juntillas ese fulgurante artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Esa entelequia de la libertad de prensa.
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Francisco Vicente Manjón Guinea es socio infolibre
He tenido la oportunidad de leer en estas mismas páginas de infoLibre un artículo de mi admirado poeta Luis García Montero donde expone la necesidad de la defensa del periodismo y de la libertad de expresión como uno de los puntales de la convivencia y la dignidad.