Acabo de leer un libro que expresa a las claras el amor a los animales. Se titula Tres clanes y sus autores son los hermanos Ricardo, Alejandro y José María Ruíz Díez. El lobo ibérico es el eje central de esta obra, espléndidamente editada por Perdix Ediciones con más de mil fotografías, "fotos que sirven para ilustrar un texto" sobre las andaduras y desandaduras de tres manadas de lobos en la montaña cantábrica. Durante más de 20 años los hermanos Ruíz Díez han observado el acontecer diario del lobo, décadas de trabajo que se han traducido en un estudio detallado de las costumbres de esta bella especie tan propia de nuestra península ibérica. Años de estudio que aportan documentos gráficos sobre "los conceptos teóricos que hasta ahora se tenían de la biología y etología del lobo". Una maravilla ilustrada, un texto que recoge la vida del lobo en directo y que merece la pena para quien quiera saber de verdad lo que el lobo esconde. Y no piensen que sus autores son unos ecologistas empedernidos, empeñados en disparar contra todo el que dispara a los animales. Al contrario, son ganaderos e hijos de ganaderos, víctimas en muchas ocasiones de los ataques del lobo, además de haber sido cazadores. De hecho, su padre nunca entendió esta deriva protectora de sus hijos hacia su enemigo universal, lo que demuestra que no hay ámbito libre de la renovación generacional, ni siquiera los más supuestamente chapados a la antigua. ¡Que no todo pasa por la tradición! A veces pienso que uno se convierte en defensor a ultranza de los animales, no tanto por sentir un amor strictu sensu como por un desprecio irrefrenable hacia lo salvaje, hacia lo irracional que nace de la presunta razón de algunos seres racionales, racionales solo por tomar las raciones en los bares, que cantan los de Siniestro Total. Pensemos en la mal llamada Fiesta Nacional y demás salvajadas anejas que se estilan por esta piel de toro. Vamos, que ser defensor de la fauna que puebla nuestro pequeño mundo no me impide comerme un buen chuletón de buey, pues, como apunta Juan Delibes (los entrecomillados anteriores eran suyos), prologuista del libro, "aunque a algunos les parezca paradójico, entre un buen cazador y un apasionado conservacionista no hay distancias". Otra cosa es que para comérmelo tuviera que aceptar como condición previa un rito sangriento a su costa para dar contento a un grupo de salvajes, que es lo que parecemos, no lo duden, de puertas afuera. Y si no, pregunten en nuestro entorno, verán qué lindezas les esputan tan pronto conocen nuestras desviaciones lúdicas. Pero bueno, vamos mejorando. Este libro es una prueba.
El lobo ibérico es una de las especies más reconocidas de nuestra tierra, un animal de una belleza extraordinaria, elemento esencial de la cadena alimentaria y eslabón imprescindible de nuestro ecosistema. Aun así, el lobo ha sido masacrado por turbias razones cinegéticas y ganaderas en muchas zonas de España. Basta recordar que hoy su población se reduce a unos dos mil ejemplares. Este libro ayuda a entender muchas cosas. Ayuda a entender que amar al lobo ibérico no significa despreciar al ganadero, que pueden compaginarse, que deben armonizarse economía y ecología. Que nadie tiene que perder, que proteger al lobo no conlleva renunciar a la defensa del ganado doméstico.
Como quiera que los ganaderos se defienden solitos, al lobo no se me ocurre otra forma de protegerle que asignarle uno de esos días mundiales que ahora tanto se estilan. No sé muy bien si realmente los días mundiales o los días internacionales sobre determinados hechos suponen un plus de protección, pero, por si las moscas, propongo la celebración del Día Mundial del lobo ibérico. No se trata de conseguir el reconocimiento oficial, harto difícil, de la ONU, aunque una especie como el lobo, extinguido ya en el resto de Europa, lo merecería, sino una conmemoración más local pero no por ello de menos trascendencia. Recientemente ha sido instituido el día mundial de Los Simpson, en concreto, el 19 de abril, un celebración que, por cierto, solo afecta a España. ¿Por qué no un Día Mundial del lobo ibérico? [Se puede firmar la petición en este enlace]. Propongo como fecha la efeméride del fallecimiento de Félix Rodríguez de la Fuente, el 14 de marzo, si es que tal día no está ocupado ya, claro está. Seguro que los hermanos Ruíz Díez compartirían esta elección, no en vano consideran al célebre naturalista el responsable de la supervivencia del lobo. En todo caso, lo de menos sería el calendario y lo de más imbuir en la conciencia colectiva la importancia de preservar al lobo ibérico para que no se convierta en el próximo lince en extinción, si es que no lo está ya.
Lobos versus bobos
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Y por último, una petición. Se insiste desde diversas instancias, mediáticas y policiales, en tildar a determinados especímenes como lobos solitarios. Debemos evitarlo. Uno, por desprestigiar al lobo. Pero también, porque pienso que tal denominación posee gran atractivo para el chiflado. No olvidemos que incluso desde sus cuevas remotas los líderes espirituales de la sinrazón invocan tal denominación para llamar a la lucha a sus tarados solitarios. El lobo mata para sobrevivir, el terrorista para hacer daño, bien que, a su modo, también para sobrevivir.
No me entiendan mal. No quiero banalizar sobre temas tan graves. No. No me gusta que se emplee el término lobo para referirse a estos asesinos en serie por la sencilla razón de que contamos en nuestro rico lenguaje castellano con otro vocablo mucho más apropiado para calificar tal barbarie. Por todo ello, que a todos estos canallas que atentan contra nuestras vidas se les llame lo que son, bobos solitarios, una expresión mucho más acorde con su verdadera naturaleza. Y nada más.
Gonzalo de Miguel Renedo es socio de infoLibre
Acabo de leer un libro que expresa a las claras el amor a los animales. Se titula Tres clanes y sus autores son los hermanos Ricardo, Alejandro y José María Ruíz Díez. El lobo ibérico es el eje central de esta obra, espléndidamente editada por Perdix Ediciones con más de mil fotografías, "fotos que sirven para ilustrar un texto" sobre las andaduras y desandaduras de tres manadas de lobos en la montaña cantábrica. Durante más de 20 años los hermanos Ruíz Díez han observado el acontecer diario del lobo, décadas de trabajo que se han traducido en un estudio detallado de las costumbres de esta bella especie tan propia de nuestra península ibérica. Años de estudio que aportan documentos gráficos sobre "los conceptos teóricos que hasta ahora se tenían de la biología y etología del lobo". Una maravilla ilustrada, un texto que recoge la vida del lobo en directo y que merece la pena para quien quiera saber de verdad lo que el lobo esconde. Y no piensen que sus autores son unos ecologistas empedernidos, empeñados en disparar contra todo el que dispara a los animales. Al contrario, son ganaderos e hijos de ganaderos, víctimas en muchas ocasiones de los ataques del lobo, además de haber sido cazadores. De hecho, su padre nunca entendió esta deriva protectora de sus hijos hacia su enemigo universal, lo que demuestra que no hay ámbito libre de la renovación generacional, ni siquiera los más supuestamente chapados a la antigua. ¡Que no todo pasa por la tradición! A veces pienso que uno se convierte en defensor a ultranza de los animales, no tanto por sentir un amor strictu sensu como por un desprecio irrefrenable hacia lo salvaje, hacia lo irracional que nace de la presunta razón de algunos seres racionales, racionales solo por tomar las raciones en los bares, que cantan los de Siniestro Total. Pensemos en la mal llamada Fiesta Nacional y demás salvajadas anejas que se estilan por esta piel de toro. Vamos, que ser defensor de la fauna que puebla nuestro pequeño mundo no me impide comerme un buen chuletón de buey, pues, como apunta Juan Delibes (los entrecomillados anteriores eran suyos), prologuista del libro, "aunque a algunos les parezca paradójico, entre un buen cazador y un apasionado conservacionista no hay distancias". Otra cosa es que para comérmelo tuviera que aceptar como condición previa un rito sangriento a su costa para dar contento a un grupo de salvajes, que es lo que parecemos, no lo duden, de puertas afuera. Y si no, pregunten en nuestro entorno, verán qué lindezas les esputan tan pronto conocen nuestras desviaciones lúdicas. Pero bueno, vamos mejorando. Este libro es una prueba.