Resulta muy doloroso escuchar o leer lo que los dirigentes de la derecha extrema y de la extrema derecha dicen sobre la inmigración.
En un país como este, en el que desde comienzos del siglo XX llevamos ya unas cuantas oleadas de españoles que tuvieron que emigrar, resulta difícil encontrar un adjetivo “descalificativo” para nombrar lo que dice esta gente cuando pide una inmigración ordenada y con contratos. Pero más difícil es discernir si se trata de mentiras deliberadas o de ignorancia.
Si mienten deliberadamente, el problema es grave. No sólo por el cinismo y la hipocresía de sus palabras, sino también por los bulos que difunden cuando afirman que hay demasiados inmigrantes, que nos quitan los trabajos, que por su culpa nos bajan los salarios, que nos quitan las ayudas, que colapsan la sanidad, que no pagan impuestos o que vienen a cometer delitos.
Pero si es ignorancia, se trata de algo más grave todavía y muy lamentable en dirigentes políticos. Aunque no obstante sería disculpable, si tenemos en cuenta que estos líderes conservadores, derechistas y reaccionarios como únicamente se mueven en sus barrios ricos no saben cómo está el mundo.
Por eso considero que no estaría mal que toda esta gente se diera una vuelta por el mundo y preguntara a los españoles que viven en distintos países unas cuantas cosas. Podrían preguntar a los que huyeron después de la Guerra Civil, aquella guerra que desencadenaron los abuelos de estos reaccionarios dirigentes de derechas; a los que emigraron en los años 50 y 60; y a los que nuestro país expulsó cuando se desencadenó la crisis económica de 2008; a todos ellos les podrían preguntar, entre otras cosas, por las causas que les llevaron a abandonar su país, en qué condiciones emigraron y si fue una emigración ordenada y con contratos.
Los españoles que huyeron después de la Guerra Civil les podrían contar sus peripecias vitales para huir del horror de la guerra y explicarles las calamidades que pasaron en la Francia de Vichy, el trato vejatorio al que fueron sometidos y, por supuesto, el posterior reconocimiento por su entrega a la causa de la libertad y la lucha por liberar París de la garras del fascismo. También les contarían la acogida solidaria que tuvieron en varios países de América Latina que no les pusieron ninguna condición para aceptarlos.
Los emigrantes de los años 50 y 60 les podrían hablar de barcos, no de pateras ni de cayucos, sino de barcos atestados de emigrantes canarios, que con una mano delante y otra detrás llegaron, ilegalmente y sin contratos, al puerto de La Guaira en Venezuela. También les hablarían de trenes o autobuses que arribaban a ciudades europeas, a las que llegaban sin nada más que un pasaporte, una vieja maleta atada con una correa y la esperanza de encontrar una vida mejor que la que tenían cuando abandonaron España. Algunos les contarían sus experiencias en la vendimia francesa, antes de que se regularizaran y canalizaran estos movimientos migratorios con sus correspondientes contratos, derechos y desplazamientos asistidos por la Administración española a partir de los primeros años ochenta.
Sería interesante incluso que les contaran a estos dirigentes, para que no fueran tan ignorantes, lo que supuso para miles de emigrantes españoles en América Latina, que desde finales de los años ochenta y principios de los noventa, pudieran contar, con ayudas económica directas para casos de necesidad o de desamparo.
Por supuesto, podrían entrevistarse con la última generación de emigrantes españoles. Esos miles de jóvenes muy bien preparados que fueron expulsados como consecuencia de las políticas desarrolladas por la derecha gobernante cuando se desencadenó la Gran Recesión. Podrían preguntarles por sus contratos en origen, por la regulación de su emigración, incluso si consideraron hipocresía oír a los altos cargos del gobierno del Partido Popular referirse a este movimiento migratorio como jóvenes guiados por un desenfrenado “impulso aventurero”, “inquietos” y con “amplitud de miras”, producto de la “movilidad exterior”. Y de paso, preguntarles por qué no tienen ningún deseo de mantener relaciones con las representaciones oficiales de España en los países de acogida, salvo las estrictamente necesarias por obligaciones normativas del país de acogida, como por ejemplo el registro consular
También deberían preguntar a sus compatriotas emigrantes a lo largo de todos estos años, qué les habría parecido que estos países de América Latina o Europa les hubieran cerrado sus puertas, levantado vallas plagadas de concertinas, muros infranqueables o que les hubieran devuelto en caliente.
A lo mejor así dejaban de mentir y de ser ignorantes.
Por último, no estaría de más que estos dirigentes y líderes reaccionarios y derechistas nos explicaran qué hicieron y a quién reclamaron una emigración regulada, ordenada y con contratos cuando los españoles abandonaban nuestro país. Dónde estaban ellos cuando sus compatriotas huyeron de una España negra y sin horizontes.
No hace falta que respondan, todos lo sabemos. Estaban en sus barrios ricos disfrutando de una buena y acomodada vida, como lo siguen haciendo en la actualidad, mientras las y los inmigrantes atienden sus casas, cuidan y limpian a sus hijos y mayores y recogen tomates en los invernaderos, asados de calor, sin derechos laborales, con salarios indecentes y en muchos casos en situación ilegal, producto de una inmigración desordenada y sin contratos, como la que ellos, cuando estuvieron en el gobierno, permitieron y consintieron a la vez que nos alarmaban sobre el “efecto llamada”, y cuya consecuencia se tradujo en 800.000 inmigrantes en situación irregular que posteriormente el gobierno de Zapatero legalizaría, a pesar de la oposición de esa misma derecha. _____________
Santiago Rodríguez es socio de infoLibre
Resulta muy doloroso escuchar o leer lo que los dirigentes de la derecha extrema y de la extrema derecha dicen sobre la inmigración.