La situación ideal para un sistema totalitario es no tener que ejercer violencia sobre los ciudadanos de forma constante para imponer sus deseos, contrarios a los intereses comunes. Por dos razones fundamentales. Primero, el ejercicio permanente de la violencia supone un enorme gasto material y humano, lo que reduce los beneficios de la minoría que sostiene el propio sistema. En segundo lugar porque la violencia se autoalimenta de forma exponencial y escapa del control del que la pone en marcha, llegando a producir daños en los que la generaron.
La variedad de métodos para conseguir, a largo o corto plazo, esta situación “ideal” es considerable, pero son dos los que por su efectividad se encuentran en la más rabiosa actualidad: la desinformación y el miedo.
La desinformación se puede conseguir por ocultación de información, exceso de datos, resaltar lo fútil, información contradictoria, etc. Para transmitir cualquiera de estos tipos de información se necesita controlar los medios de comunicación. El control es más efectivo si existe una aparente pluralidad, porque se genera una falsa contradicción entre la pluralidad de canales y la información única. El caso de España, por ejemplo, los grupos de comunicación se encuentran en manos de la oligarquía aunque se traduzcan en grupos empresariales con distintas siglas –Prisa, Vocento, Iglesia católica, etc.- La apariencia de pluralidad oculta una visión única e interesada de la realidad. Se añade que los medios públicos de información, que deberían dar una imagen plural de la realidad para reflejar a la propia ciudadanía, son también puestos al servicio de la oligarquía para que transmitan la misma información que sus propios medios. Se crea una “realidad” que se impone por la uniformidad de lo que se cuenta. Pero ésta no coincide con la que el ciudadano percibe y se consigue generar en él la base para el miedo, la inseguridad.
Seguimos con nuestro país. Moverse en una “recuperación económica”, publicitada por los medios de comunicación, que no se traduce para el ciudadano en mejora de su salario, capacidad adquisitiva o seguridad laboral, conduce a una vida fantasmal en la que la información oficial te insta a un tipo de actuación que tu situación no te permite. Puede que mañana pierda el trabajo o que me bajen el sueldo. El futuro se presenta como un abismo al que hay que estar permanentemente asomado padeciendo vértigo. El miedo a la vida hace a los ciudadanos sumisos, esclavos que se reprimen para evitar cualquier castigo que les conduzca a una situación peor que aquella en la que se encuentran.
El siguiente paso, utilizando los medios de comunicación, es convencerlo de que en cualquier momento puede morir víctima de un atentado. Sus verdugos se identificarán con individuos tan explotados como él mismo, pero a los que puede identificar como los otros –extranjeros, ciudadanos de otras razas o credos-. A éstos se les hace responsables de su pérdida de trabajo, de la necesidad de control sobre él mismo, de la reducción o eliminación de sus derechos. Poco importa que la probabilidad de morir en atentado sea inferior a la de morir por otras causas en la sociedad actual. Se ha producido el paso al terror, la interiorización del control se ha alcanzado. Tenemos al ciudadano que no actúa por miedo, que presencia la injusticia sin denunciarla o reprobarla, el perfecto ciudadano de la sociedad totalitaria. ___________________
Natividad Pérez es socia de infoLibre
La situación ideal para un sistema totalitario es no tener que ejercer violencia sobre los ciudadanos de forma constante para imponer sus deseos, contrarios a los intereses comunes. Por dos razones fundamentales. Primero, el ejercicio permanente de la violencia supone un enorme gasto material y humano, lo que reduce los beneficios de la minoría que sostiene el propio sistema. En segundo lugar porque la violencia se autoalimenta de forma exponencial y escapa del control del que la pone en marcha, llegando a producir daños en los que la generaron.