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Miguel de Unamuno y Atilano Coco

Severiano Delgado Cruz

No pensaba hablar, pero se me ha citado y debo hacerlo. En infoLibre se publicaba, el 19 de mayo de 2018, un artículo de Ángel Lozano Heras sobre el acto del 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, en cuyos comentarios soy mencionado y se alude a mi investigación Arqueología de un mito, publicada hace unos días en academia.edu.

Mi investigación, realmente, no trata de la mayor o menor importancia del acto del paraninfo, sino que se centra en demostrar –creo que con suficiente fuerza– que aquel acto no transcurrió como lo imaginó Luis Portillo en 1941, en un relato, Unamuno’s Last Lecture, que fue más tarde recogido por Hugh Thomas y por Ricardo de la Cierva, hasta llegar a convertirse en el relato canónico del suceso, sino más bien transcurrió de la manera en que lo recoge Emilio Salcedo en su Vida de don Miguel. Podría parecer un debate entre historiadores acerca de unos detalles ínfimos, si Unamuno dijo: “Venceréis pero no convenceréis” o “Vencer no es convencer”, lo cual no tiene ninguna importancia, pero en realidad la cosa tiene más enjundia.

Según Luis Portillo, el acto del paraninfo consistió básicamente en un discurso de Millán Astray atacando duramente a Cataluña y al País Vasco, a los que consideraba cánceres que el ejército y el fascismo debían extirpar, terminando por gritar: “¡Muera la inteligencia!”. Ante semejante ataque, Unamuno alzó la voz para decir que “estamos en el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote”, etc. Todo el acto, por tanto, queda reducido a un duelo verbal entre Unamuno y Millán, entre el bien y el mal, entre el ángel y el diablo. Una vez más, como suele ocurrir cuando se habla de Unamuno, Salamanca es un mero decorado y los salmantinos meros extras y comparsas. Pero si nos fijamos en Salamanca y en los salmantinos, si les damos la importancia que merecen, el acto del paraninfo se ve de otra manera. Es de sobra conocido que Unamuno tomó notas durante el acto en el sobre de una carta de Enriqueta Carbonell, esposa de Atilano Coco, pastor anglicano encarcelado (este asunto, por cierto, lo conozco bien, porque en 2007 publiqué una breve biografía de Atilano Coco en la obra colectiva Testimonio de voces olvidadas). Durante el verano de 1936, las patrullas irregulares de falangistas y derechistas, bajo el control de la guardia civil y de las autoridades militares, recorrieron los pueblos de Salamanca para detener y ejecutar extrajudicialmente a cientos de personas inocentes, miembros de gestoras municipales, dirigentes sindicales de las casas del pueblo, maestros, personas destacadas de los partidos republicanos… Los primeros en caer asesinados fueron Casto Prieto Carrasco, alcalde de Salamanca y catedrático de Anatomía, y José Andrés y Manso, abogado, maestro, diputado socialista. Ambos fueron detenidos el 19 de julio, sacados de la cárcel el 28 de julio y asesinados en el encinar de La Orbada, dejando sus cadáveres tirados en la cuneta. En octubre ya habían sido fusiladas más de 20 personas por sentencia de consejo de guerra, en una provincia donde la resistencia al golpe militar había sido muy débil, donde no se habían producido violencias durante todo el período republicano. La prisión provincial estaba atestada con cientos de presos que multiplicaban en varias veces la capacidad prevista. Por toda Salamanca se había extendido el miedo a la detención, a la multa, a la desaparición, a la llegada súbita de los matarifes falangistas que actuaban con la más completa impunidad.

La carta de la esposa de Atilano Coco era la más fiel recordación del miedo en el que se hallaba sumida Salamanca. Por eso Unamuno habló en el paraninfo sobre la guerra internacional que se estaba ventilando en España para defender la civilización occidental cristiana y con ella la independencia nacional, pero aquella era una guerra incivil; añadió que una cosa es vencer y otra convencer, una cosa es conquistar y otra convertir, que no se oían sino voces de odio, odio a la inteligencia, y no se oía ninguna voz de compasión; censuró la fiereza y brutalidad de las mujeres, con la salvedad de que en la zona roja iban a combatir al frente armadas de fusiles y las mujeres salmantinas iban a ver los fusilamientos llevando al cuello crucifijos, negó la idea de la anti-España, que solo servía para sembrar el odio entre españoles, defendió la españolidad de los catalanes y los vascos, y sostuvo que el imperio español no se basaba en la raza, sino en la lengua española, como José Rizal, ejemplo de la brutalidad agresiva e incivil de los militares. Al llegar a este punto fue donde Millán Astray estalló en un ataque de ira y gritó: “¡Muera la intelectualidad traidora!”, desencadenando un tumulto. Pero a la salida, como se puede ver en la fotos, Millán, Unamuno y el obispo se despidieron con toda formalidad, mientras los falangistas cantaban el Cara al sol y Carmen Polo, acompañada por Millán, era llevada en el coche oficial hasta el cuartel general, regresando Unamuno a pie a su casa de la calle Bordadores.

Si seguimos el relato de Portillo, Unamuno fue destituido de sus cargos de alcalde honorario y rector vitalicio por su respuesta a Millán Astray, cuyos ataques a Cataluña y Vasconia serían el principal motivo de la intervención del rector. Pero si nos atenemos a lo realmente sucedido, podemos asegurar que Unamuno fue destituido de sus cargos por haber denunciado abiertamente la represión sangrienta en la que se hallaba sumida Salamanca, al igual que las ideas de odio y de anti-España que emanaban de los sublevados, poniendo así en evidencia a quienes desde los poderes e instituciones locales, tanto los tradicionales como los emergentes, se habían puesto, de buen grado o por miedo, a disposición del alto mando. Fueron sobre todo los concejales del Ayuntamiento y los claustrales de la Universidad quienes, para congraciarse con el poder que todo lo podía, también irritado por las palabras de Unamuno, decidieron quitarse de encima a un hombre molesto e imprevisible cuya permanencia al frente de la Universidad podría traerles más mal que bien. Es lícito pensar que solo el prestigio internacional de Unamuno le libró de males mayores.

En cuanto a la carta de Enriqueta Carbonell tan mencionada por todos, no está de más recordar que, mientras ese papel está conservado con todo miramiento en la Casa Museo Unamuno, como debe ser, los restos de Atilano Coco yacen en algún lugar indeterminado del campo salmantino desde el 9 de diciembre de 1936, cuando fue sacado de la cárcel de Salamanca y asesinado por un piquete a las órdenes de las autoridades militares. Se ha dedicado mucho más esfuerzo a estudiar las palabras escritas por Unamuno en la carta de la esposa de Atilano Coco, que a encontrar los restos del protagonista de la carta. Esto es así, entre otras cosas, porque el Gobierno de Mariano Rajoy ha dedicado cero euros a la aplicación de la Ley de la Memoria Histórica. Y quienes intentan recuperar los restos de todas estas víctimas del franquismo que yacen en el campo, y dignificar su memoria, son a menudo menospreciados, insultados y agraviados. De modo que homenajes a Unamuno sí, pero a Atilano Coco también. ____________

Severiano Delgado Cruz es socio de infoLibre

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