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Nacionalcapitalismo

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Jesús Pichel Martín

Desde sus orígenes, hace ya tres siglos, el liberalismo económico-político ha tenido como objetivos prioritarios la reducción del Estado al mínimo imprescindible (política exterior, sistema judicial, seguridad y defensa, tal como lo especifican hoy los minarquistas) y la desregulación política de las relaciones económicas, que se entienden como asuntos privados entre particulares y se autorregulan obedeciendo las leyes del mercado y las cláusulas de los contratos. Por eso siempre han abominado del proteccionismo, de la planificación económica y de toda forma de intervención del Estado.

Dominando los resortes del poder político y los recursos del poder económico (si acaso no son lo mismo), el liberalismo se ha ido adaptando a las distintas situaciones históricas imponiendo fórmulas para mantener su poder (desde el esclavismo y la explotación colonial, hasta el neoliberalismo thatcheriano). De ahí el poder continuado de las grandes potencias económicas históricas (Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, etc.).

Cuando en 2001 se empezó a hablar de las economías emergentes, (los BRIC, Brasil, Rusia, India y China), que crecían a un ritmo sorprendente, no imaginaron estas grandes potencias que sólo quince años más tarde, midiendo el tamaño de las economías en paridad según el poder de compra, China desbancaría a los Estados Unidos y sería la primera potencia mundial (aunque en términos de PIB Estados Unidos sigue siendo la primera potencia), o que India ocuparía la tercera posición. Según las previsiones del FMI para 2017 las diez mayores economías (medidas en paridad) son, en ese orden, China, Estados Unidos, India, Japón, Alemania, Rusia, Indonesia, Brasil, Reino Unido y Francia. O lo que es lo mismo: aquellos BRIC ya están en el grupo de cabeza.

Probablemente estos datos (aunque no sólo ellos) ayudan a entender por qué el neoliberalismo de las grandes potencias históricas se está transformando en nacionalcapitalismo: un capitalismo nacionalista, proteccionista, intervencionista que pide aranceles para frenar la expansión de esas economías (que han emergido precisamente aplicando la codicia de las recetas neoliberales) y que reniega de la deslocalización de las empresas reivindicando la producción nacional y el empleo para sus nacionales. La ideología del brexit, el America FirstFirst de Trump, las proclamas de la derecha ultranacionalista europea para salir del euro y volver a la moneda y al banco nacionales (coincidiendo en esto con algunos partidos de izquierda, aunque por motivos muy distintos), etc. son ejemplos de esta nueva cara del neoliberalismo: lo que exigían suprimir a los demás mientras dominaban la economía mundial, lo reclaman sin pudor para sí ahora que el dominio empieza a ser de otros.

La moraleja es que este nacionalcapitalismo de las potencias históricas no es una política que busque la mejora de las condiciones laborales de los ciudadanos ni mucho menos el bienestar social, sino su estrategia populista para recuperar la posición de dominio que han perdido (mientras la izquierda sigue buscándose a sí misma y mirando cómo pasa la historia por delante de sus ojos desconcertados). ________________

Jesús Pichel Martín es socio de infoLibre

Desde sus orígenes, hace ya tres siglos, el liberalismo económico-político ha tenido como objetivos prioritarios la reducción del Estado al mínimo imprescindible (política exterior, sistema judicial, seguridad y defensa, tal como lo especifican hoy los minarquistas) y la desregulación política de las relaciones económicas, que se entienden como asuntos privados entre particulares y se autorregulan obedeciendo las leyes del mercado y las cláusulas de los contratos. Por eso siempre han abominado del proteccionismo, de la planificación económica y de toda forma de intervención del Estado.

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