Cuando el campo mediático no es otra cosa –salvo honrosas excepciones– que mantras y lemas que rehuyen el análisis y sólo buscan manipular, no viene mal echar mano de la filosofía para pensar la realidad. En este caso de la de Hegel, gran pensador que situó en las transformaciones sociales el escenario de reconciliación del pensamiento humano con las cosas, el escenario, en una palabra, de la realización de la libertad humana.
¿Qué significó el 15M? Indudablemente un cuestionamiento de lo dado: “Lo llaman democracia y no lo es”, “No somos antisistema, el sistema es antinosotros”. De repente emerge la conciencia colectiva para recordarnos que el medio social en el que nos desenvolvemos no es un realidad objetiva inamovible sino obra y producto de todos nosotros, el sujeto. El 15M significó uno de esos extraños arrebatos de libertad en la historia.
Decía Hegel que lo fundamental del pensamiento es su labor negativa, la denuncia crítica de lo que es, de lo que hay, en cuanto que no coincide consigo mismo, con su esencia. No deja de ser también, el pensamiento, una labor emancipadora. El 15M, en su pretensión de universalidad, utilizó el término “pensamiento colectivo” para aludir a esa tarea negativa de demolición de lo dado, la cual se ejerció a través de sus múltiples asambleas y se recogió en sus infinitas actas. No se podía seguir con aquella farsa que la Constitución denominaba “Estado democrático y social de derecho”. Y aquel “si mismo” o esencia que se pretendía recuperar no era ninguna utopía fuera de la realidad sino la realidad de los mismos principios que ya recogía la Constitución: devolver a la ciudadanía su capacidad de decidir, restituir derechos, legislar conforme a las necesidades reales de la gente, etc.
Lo que se instaló entonces en nuestra sustancia social fue la negación, la impugnación del sistema. Y esta impugnación llegó para quedarse. Luego se quiso llevar la misma a la sustancia social y entonces surgió Podemos. Es decir que lo que se pretendía con esta herramienta política era introducir al nuevo sujeto en el todo social para que dicho todo terminara conformándose a él, es decir, para que se hiciera realidad.
Que Podemos, ahora Unidos Podemos, es la auténtica expresión política de la impugnación, la alternativa real, no es algo que yo defienda aquí sino que es algo que el propio sistema se encargó de dejar bien claro. O bien hemos asistido al más patente vacío informativo en los medios y en las encuestas, convirtiéndose así Podemos en ese otro innombrable que no está, que no existe; o bien hemos asistido a una negación persistente y aniquiladora tratando de llenar de contenido “positivo” –factual-, su impugnación (régimen de Venezuela fundamentalmente).
Hay que decir que cuando los mecanismos de la denegación están en marcha, como es obvio, también se ponen en marcha los mecanismos de la reacción. Pero lo que no puede llevar a cabo la reacción, en su afirmación positiva –factual- de lo dado, es sustraer la negación misma, negar que esté sucediendo. La transformación de la sociedad se ha puesto en marcha como consecuencia del propio carácter negativo de lo que se ha venido a llamar, en este caso, “régimen del 78”. Esta es una realidad emergente que no se puede parar y que tarde o temprano nos llevará a un nuevo estado de cosas. Cómo será este nuevo estado de cosas, su alcance y profundidad, es algo que está por ver.
¿Y qué luz arroja este análisis hegeliano de la situación actual de cara al estancamiento electoral en el que nos encontramos?
A las diferentes fuerzas políticas les corresponde situarse o bien en esta inercia transformadora o bien en la reacción. Hoy por hoy, Podemos es la expresión de la demanda de cambio que se liberó en 2011. No significa que siempre vaya a ser así, también puede caer en la trampa de las inercias partidistas y caer en ese tipo de dinámicas que bloquea a los partidos y los incomunica de los vectores sociales.
Afortunadamente, los antagonismos y las dinámicas internas, favorecen, hoy por hoy, la necesaria mutación que le permite aferrarse con fuerza a los postulados de la transformación real. Un último ejemplo ha sido la confluencia con IU, la cual, a través de su joven líder, ha sido capaz de superar las limitaciones de la propia estructura de partido, para asumir con conciencia el necesario devenir de los tiempos.
¿Y el PSOE?
Debemos decir antes que nos hallamos sumidos de nuevo en ese la acostumbrada distorsión que los medios introducen en el debate público. El actual impasse de la política de nuestro país sirve para que la reacción desplace la indignación de los últimos años hacia una clase política incapaz de ponerse de acuerdo. Parece dar igual el contenido del acuerdo, lo importante es que haya gobierno, como sea. De nuevo se trata de diluir, en esa pretendida nivelación de todos los partidos y sus intereses, la fuerza de la negación y de la libertad. La reducción de Unidos Podemos a uno más de los partidos en liza ha sido un tanto importante que se ha apuntado la reacción conservadora.
Toda la terminología que nos regalan los medios y los políticos en las últimas semanas: el bloqueo del PSOE al PP, el veto mutuo de Podemos y Ciudadanos, etc., esconden el auténtico bloqueo, el bloqueo real a un gobierno que ponga en peligro el estatus quo de determinados intereses financieros, empresariales y políticos. Bloqueo disimulado, que pretende esconderse en el juego de pactos e intereses, como si volviéramos al escenario habitual de los años anteriores.
Sin entrar en un análisis exhaustivo del papel del Partido Socialista en este bloqueo fundamental a la auténtica fuerza del cambio, parece pues que su opción más realista no es la de “liderar las fuerzas del cambio” sino sumarse a una tendencia que está ahí, que ni es suya ni tampoco, en último término, de Unidos Podemos, sino de la sociedad, y que por mucho que quiera esconderse desbordará una y otra vez el campo ideológico. Desde luego, las bases socialistas verían con buenos ojos dicha incorporación, pero la tendencia hoy por hoy, tanto de la cúpula como de numerosos líderes es la de recuperar una silueta definida que le permita al partido resaltar sobre el fondo político de las fuerzas antagónicas. De nuevo los intereses del partido por encima de todo. Tarea, por otro lado, inútil en cuanto artificiosa y sorda a la sensibilidad social.
También el veto que el PSOE hizo en su momento, muy presionado por la reacción, después del 20D, a los partidos nacionalistas coincide con el veto general a la “negación”. El bloqueo no tiene que ver, sin más, con la defensa de la Constitución frente a los secesionistas, sino que más bien es la excusa para no conformar un bloque “radical” que podría hacer peligrar el stablishment actual.
Respecto a Ciudadanos, debemos recordar que dicha fuerza crece y se fortalece en el clamor del cambio y de la regeneración Sin embargo, su pretendida regeneración es apariencia. La reacción puede disfrazarse también de “negación”, puede hacernos creer que está en la corriente renovadora cuando lo que tenemos delante no deja de ser un pobre ejercicio de gatopardismo.
¿Y en base a qué situamos a Ciudadanos al otro lado? Indudablemente en base a la ideología neoliberal que constituye el nucleo duro de su programa. Tal como quedó claro desde los primeros momentos de la revuelta quincemayesca, “esta crisis no la pagamos”, la impugnación del sistema no sólo afecta a los aspectos participativos y de transparencia, también a una economía cada vez más alejada de las decisiones de los ciudadanos, que a cada oscilación va devorando derechos y necesidades humanas y sumiendo a la humanidad en un estado de indefensión sin precedentes.
En resumen, la esfera ideológica nos habla de cuatro organizaciones políticas importantes y de bloqueos mutuos pero desde una perspectiva hegeliana no es difícil atisbar los antagonismos reales. La crisis ha desvelado la negatividad de nuestro sistema y ha liberado desde sí mismo una poderosa fuerza de cambio. El asunto no es baladí porque lo que está en juego, como tantas veces en la historia, es la emancipación humana.
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Óscar Dulce Recio es socio de infoLibre
Cuando el campo mediático no es otra cosa –salvo honrosas excepciones– que mantras y lemas que rehuyen el análisis y sólo buscan manipular, no viene mal echar mano de la filosofía para pensar la realidad. En este caso de la de Hegel, gran pensador que situó en las transformaciones sociales el escenario de reconciliación del pensamiento humano con las cosas, el escenario, en una palabra, de la realización de la libertad humana.