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El silencio cómplice nos mata

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Fernando Pérez Martínez

En el Perú se juzga desganadamente la esterilización forzosa que dictó, por la socorrida ley del trágala, el emperador Fujimori hace 30 años en la década de los 90 del pasado siglo. Requisitos ser india o indio, habitar regiones remotas con subversión política, y naturalmente ser pobre y vulnerable al atropello estatal.

El mundo civilizado lleva tragando este crimen de lesa humanidad alrededor de treinta años y no se le hace bola, deglute con eficacia manteniendo mendazmente en la inopia a sus respectivos pueblos “civilizadísimos, cultísimos y sofisticadísimos”, envueltos en delicadas esencias de fake new, el perfume que no llega a ahogar el hedor de los horrores a los que se sometió y se continúa sometiendo a cientos de miles de personas, en su gran mayoría mujeres, a las que el mundo desarrollado, feminista y remilgado que habitamos en occidente da la espalda. Este crimen, cometido contra 300.000 seres humanos de las características enumeradas arriba, es contemplado con absoluta indolencia, mientras nuestros noticieros centran su interés en temas cruciales como si procesionará “el cachorro” en la SS, o si se celebrará el día de la mujer trabajadora con manifestación o con virtualidad, y otros temas de “álgido interés”, naturalmente de mayor importancia y enjundia que el apuntado.

El pasado 1 de marzo la audiencia del tribunal competente abrió la sesión en Perú ante el desinterés mundial y las preocupantes muestras de que el atropello sangrante con centenares de miles de jóvenes víctimas se consume bajo la apariencia de legalidad al darle carpetazo con el rigor teatral de togas y puñetas. Sólo alguna dignísima excepción al silencio decretado, como el trabajo de eldiario.es, de El País o de infoLibre en la prensa nacional, dieron noticia de la barbarie a culminar.

La ONU, el jefe de los católicos y sus mil ojos en todos los países del subcontinente americano, Amnesty International, la Federación de asociaciones contra la ablación, todo aquél que aspira a ser alguien en el mundo de la protección de los derechos de la mujer, o de la protección de las personas frente a los abusos criminales de los políticos venales… están aludidos en esta merienda caníbal que se quiere consumar en los tribunales.

Si para algo sirven, aquí tienen una causa sangrante y a unos criminales que se hacen fuertes en el Estado peruano, donde la manada criolla próxima al gobierno acude a exclusivos vacunaderos clandestinos a espaldas de las leyes y de la población, por supuesto, y casi ningún país o institución a los que debiera importarles por tener algún ascendiente moral o coercitivo sobre esa roñosa jerarquía gubernamental y jurisdiccional levanta la voz, sino que callan cómplices ante el arrasamiento de los DDHH y el triunfo de la maldad.

¿Con qué cara nos mirarán para señalar la senda que la humanidad deberá financiar con sus caudales y su propia sangre, los próximos años?

La maldad sí que existe

La maldad sí que existe

¿No se puede tratar a los seres humanos como si fueran ganado, o sí?

Al menos una pancarta, este 8 de marzo, aunque sea virtual debería acordarse de tantos cientos de miles de mujeres peruanas que pasaron por las manos de este Menguele andino, que desde su silla de ruedas destripa en la sombra el Perú, con nuestro silencio cómplice y atronador. Justicia y reparación debemos a las víctimas de la esterilización forzada de las mujeres violadas en sus derechos. Este crimen no se ha podido cometer sin el conocimiento de las autoridades internacionales y sin el silencio cómplice de la Conferencia Episcopal de la Iglesia católica peruana.

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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