Dice Cecília Borràs –madre de Miquel, un chico de 19 años que decidió acabar con todo hace ya casi siete, y presidenta de Després del Suïcidi Associació de Supervivents (DSAS)– : "El suicidio es una muerte inesperada, un '¿por qué?' que te persigue toda la vida”. Todos somos susceptibles –así lo creemos–, de apagar el interruptor de la existencia, empujados por reveses del destino que son capaces de agitar las neuronas poniéndolas en nuestra contra. No estoy capacitada para analizar las razones que empujan a una persona –me preocupan mucho los adolescentes– a tomar una decisión tan tajante, dolorosa y traumática, teniendo en cuenta, desde luego, que todo es respetable. Pero sí lo estoy para hablar sobre las víctimas que quedan aquí: madres, padres, amigos, compañeros y compañeras sentimentales, hijos, abuelos, primos y nietos… Gente que en el mejor de los casos recibirá la ayuda de expertos y el cariño del resto a los que las claves de este asunto nos quedan grandes.
Encajar el fallecimiento de los seres queridos por causas naturales conlleva la delicada tarea de seguir sin ellos, pese al dolor y al enfado que eso supone. Muchos son los cambios que se originan en nuestro interior urbano, claras revelaciones del organismo que hacen tambalear los cimientos del edificio emocional, dejándonos al borde de un barranco sin quitamiedos y minado de tristeza. Sin embargo, nada tienen que ver estos matices cuando el desencadenante ha sido por suicidio. Entonces, y porque es inevitable, uno piensa qué ha podido hacer mal. Dónde ha fallado, o en qué momento ha bajado la guardia para no darse cuenta de que las cosas en casa no andaban bien… Culparse a sí mismo es un acto tan humano como lo es llorar al ausente –indistintamente de lo que ponga en el certificado de defunción–. Pero los tabúes cotidianos, con los aspersores del rechazo funcionando al cien por cien, nos dan material más que suficiente para la especulación barata.
¿Qué es lo que podemos aportar nosotros como sociedad para que el suicidio disminuya? No caigamos en la utopía; individualmente no tenemos herramientas para hacerlo. Pero, como decía al principio, ¿qué ocurre con las familias rotas? –al margen, claro está, de la ayuda del personal especializado en la materia–; ¿cuál es el papel que nosotros podemos desempeñar? Para empezar, desimaginar las horas previas al suceso y centrarnos en que las víctimas vivas necesitan apoyo para enfrentarse a la realidad, y al momento desgarrador de entrar en el dormitorio buscando respuestas entre los objetos personales. Nada será como antes, porque el paisaje que verán ahora estará mucho más enturbiado, las calles aparecerán más vacías y el género de los mercados mucho más empobrecido. Pero lo que sí tendríamos que transmitirles es que nada es blanco o negro, alegre o triste, transparente o empañado, arriba o abajo, a tiempo o a destiempo, joven o viejo… Nada lo es porque, en todo y entre medias, lo que fluye es la vida montada en su gran cascarón de belleza.
Mayte Mejía es socia de infoLibre
Dice Cecília Borràs –madre de Miquel, un chico de 19 años que decidió acabar con todo hace ya casi siete, y presidenta de Després del Suïcidi Associació de Supervivents (DSAS)– : "El suicidio es una muerte inesperada, un '¿por qué?' que te persigue toda la vida”. Todos somos susceptibles –así lo creemos–, de apagar el interruptor de la existencia, empujados por reveses del destino que son capaces de agitar las neuronas poniéndolas en nuestra contra. No estoy capacitada para analizar las razones que empujan a una persona –me preocupan mucho los adolescentes– a tomar una decisión tan tajante, dolorosa y traumática, teniendo en cuenta, desde luego, que todo es respetable. Pero sí lo estoy para hablar sobre las víctimas que quedan aquí: madres, padres, amigos, compañeros y compañeras sentimentales, hijos, abuelos, primos y nietos… Gente que en el mejor de los casos recibirá la ayuda de expertos y el cariño del resto a los que las claves de este asunto nos quedan grandes.