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Vasili Grossman sobre Lenin

Julián Lobete

En el centenario de la muerte de Lenin podemos recordar  a Vasili Grossman, escritor soviético fallecido hace sesenta años; o más bien es interesante recordar lo que el escritor dijo de Lenin y la Revolución rusa en su obra Todo fluye. Grossman fue corresponsal de guerra en la batalla de Stalingrado y el primer periodista del mundo en anunciar la existencia de los campos de concentración nazi al entrar con el ejército soviético en los campos de Majdanek y Treblinka. Sobre lo vivido en este último escribió el Infierno de Treblinka. Después de la segunda guerra mundial, el escritor sufrió  un período de ostracismo por parte de las autoridades soviéticas que requisaron el manuscrito de su principal novela, Vida y Destino.  

En Todo fluye, Grossman narra la vuelta a casa, tras treinta años de prisiones y campos de trabajo, de Iván Grigorievich, antiguo estudiante, y las reacciones que su vuelta provoca en sus delatores y familiares así como las del recién liberado ante la nueva realidad postestalinista. Iván anotaba también en un cuaderno escolar sus pensamientos sobre Lenin y Stalin. “Todas las victorias del Partido y del Estado estaban ligadas al nombre de Lenin, pero también Vladimir Ilich cargaba a sus espaldas con todas las crueldades cometidas en el país”. Permitan que transcriba algunos de esos pensamientos .

El hombre

“Los memorialistas afirman que siendo ya guía de la Revolución, fundador del Partido y jefe del gobierno soviético, continuaba siendo sencillo. No fumaba ni bebía, y en su vida injurió a nadie con palabras indecentes o blasfemias. Su tiempo libre era limpio, tenía placeres de estudiante : la música, el teatro, un libro, un paseo. Su vestimenta era siempre democrática, casi pobre”. Así comienza el relato de Iván sobre el Lenin hombre. La Revolución de Octubre seleccionó los rasgos de carácter de Vladimir Ilich que le eran útiles; los otros los rechazó, escribió Iván en su cuaderno de deportado.

El político

Delicado, dulce y amable en sus relaciones personales, Lenin también se distinguía por la falta de piedad, la dureza y la brutalidad para con sus adversarios políticos. Nunca admitió que éstos pudiesen tener razón, ni siquiera parcialmente o que él se había equivocado, resalta el autor de Vida y Destino. “Todas sus capacidades, su voluntad, su pasión estaban subordinadas a un único objetivo: hacerse con el poder… pero no buscó conquistar el poder para sí mismo. Ahí termina la simplicidad y comienza la complejidad”. Ni el Lenin divinizado ni el creado por sus enemigos son aceptables para Grossman, quien prefiere el Lenin más cercano a la realidad, un Lenin que no es fácil de comprender.

La historia rusa y la revolución

Los profetas del siglo XIX predijeron que en el futuro Rusia se pondría a la cabeza del desarrollo espiritual de los pueblos, no sólo de Europa sino del mundo. Hay que recordar a Gogol en Las Almas Muertas: "El pájaro troika es el alma rusa universal y panhumanista... Cuando ocupemos nuestro puesto natural entre los pueblos destinados a influir sobre la humanidad no sólo con tiranía sino también con las ideas... ¿No es así como tú, Rusia, corres ágil e inalcanzable como una troika? A tu paso los caminos humean, los puentes retumban”.

Sin embargo, la historia rusa tenía otras realidades, indica Grossman recordando a Chaadayev: “El hecho colosal de la esclavización gradual de nuestro campesinado no representa más que la consecuencia rigurosamente lógica de nuestra historia”. "El aplastamiento implacable de la personalidad, la subordinación servil de la persona al soberano y al Estado acompaña de forma obsesiva la historia milenaria de Rusia. Sí, y esos rasgos también los vieron y los reconocieron los profetas rusos", recuerda Grossman.

Parecía que en el siglo XIX, por fin, se había acercado ese tiempo anunciado por los profetas de Rusia, el tiempo en que tan receptiva y dispuesta a absorber las influencias espirituales de otras naciones, se disponía a influir sobre el mundo. Durante cien años, Rusia se impregnó de una idea de libertad importada del extranjero, el pensamiento de filósofos y pensadores de la libertad occidental. Y así fue como, fecundada por las ideas de la dignidad y la libertad del hombre se hizo la Revolución rusa.

Ante la joven Rusia liberada de las cadenas del zarismo desfilaron, como si se tratara de pretendientes, decenas, tal vez centenares de doctrinas revolucionarias, creencias, líderes del Partido, profecías, programas…Con qué pasión con qué avidez, con qué súplica los jefes del progreso ruso miraban la cara de la joven, relata un Grossman exaltado. La gran esclava detuvo su mirada, indagadora, dubitativa, sobre Lenin. Él fue el elegido.

La tragedia de Lenin

Lenin, piensa Grossman, tenía la sensación de que su inquebrantable poder dictatorial era el garante de la conservación de todo en lo que él creía, de todo lo que había aportado a su país. “Era feliz de tener aquel poder, que identificaba con la justicia de su propia fe; pero de repente vio con horror que la firmeza que utilizaba con la sumisa y dulce Rusia era el signo de su propia impotencia. Y cuanto más riguroso se hacía su avance, cuanto más pesada se hacía su mano, cuanto más se sometía Rusia a la violencia revolucionaria y científica, menor era su energía para luchar contra la fuerza verdaderamente satánica de los antiguos tiempos de servidumbre”.

Bajo una mirada superficial, a muchos les daba la impresión de un creciente progreso, de que se estaba produciendo un acercamiento a Occidente, pero mientras que el crecimiento de Occidente estaba fecundado por el crecimiento de la libertad, el crecimiento de Rusia estaba fecundado por el crecimiento de la esclavitud. Toda la historia de Rusia obligó a Lenin a conservar la maldición de Rusia, el vínculo entre desarrollo y esclavitud. Los únicos verdaderos revolucionarios son los que atentaron contra los fundamentos de la vieja Rusia, contra su alma esclava, piensa Vasili Grossman.

La intolerancia de Lenin, su perseverancia, su implacabilidad hacia todos aquellos que pensaban diferente a él, su desprecio por la libertad, el fanatismo de su fe, la crueldad para con sus enemigos, todo aquello que le dio la victoria, había nacido y se había forjado en los abismos milenarios de la esclavitud rusa, de la no libertad rusa. Por eso, el triunfo de Lenin sirvió a la no libertad. La victoria de Lenin acabó siendo su derrota. Pero la tragedia de Lenin no fue sólo una tragedia rusa, fue una tragedia mundial .

Ni el Lenin divinizado ni el creado por sus enemigos son aceptables para Grossman, quien prefiere el Lenin más cercano a la realidad, un Lenin que no es fácil de comprender

El leninismo no murió con Stalin

El poder conquistado por Lenin no se escapó de las manos del Partido a la muerte de este. Sus camaradas, sus compañeros de lucha y sus discípulos continuaron su obra. La dictadura del Partido que Lenin había instaurado perduró después de su muerte, al igual que perduraron los ejércitos, la Cheká, las organizaciones para la eliminación del analfabetismo, y las universidades obreras. Pero no fue ni a Troski, ni a Bujarin, Rikov, o Zinoviev a quienes el destino asignó la tarea de expresar la verdadera naturaleza, la esencia secreta de Lenin. Stalin parecía construir a su propia imagen y semejanza el Estado fundado por Lenin, pero era la imagen de Stalin la que estaba hecha a semejanza del Estado y precisamente por eso se convirtió en el amo.

El autor de Todo Fluye caracteriza así el sistema estalinista: “un sistema en el que la ley es sólo un instrumento de la arbitrariedad, y la arbitrariedad es la ley; un sistema que hunde sus raíces milenarias en la servidumbre, que transformó a los mujiks en esclavos…Un sistema que transformó en esclavos a aquellos que reinaban sobre los mujiks; un sistema estatal que limita por un lado con el Asia pérfida, vengativa, hipócrita y cruel y por otro con la Europa ilustrada, democrática, mercantil y sobornable”.

El postestalinismo

En opinión de Grossman, después de la muerte de Stalin, su obra no murió, de la misma manera que no había muerto en su momento la obra de Lenin. El Estado sin libertad, dice, ha entrado en su tercera fase (Vasili Grossman escribe Todo Fluye a finales de los 50 y principios de los 60 del siglo pasado). “Lenin lo fundó, Stalin lo construyó y ahora en la tercera fase se ha puesto en marcha, como dicen los constructores. Cierto que quedan muchas cosas por acabar, pero no es necesario recurrir continuamente a los métodos destructivos del anterior jefe de obra, el viejo dueño”.

Esta nueva realidad hace preguntarse a Grossman sobre el futuro de la Unión Soviética: “ ¿Qué ocurrirá más adelante? ¿Los cimientos son verdaderamente inquebrantables? ¿Tiene razón Hegel? ¿De veras todo lo que es real es racional? ¿Es real lo inhumano? ¿Es racional? Y se responde: “ Por enormes que sean los rascacielos y potentes los cañones, por ilimitado que sea el poder del Estado e imponentes los imperios, todo eso no es más que humo y niebla que desaparecerá. Lo que permanece, se desarrolla y vive es sólo una verdadera fuerza que consiste en una sola cosa: la libertad. Vivir significa ser un hombre libre. No todo lo real es racional. Todo lo que es inhumano es absurdo e inútil”.

La ley de la violencia perpetua

El optimismo de Ivan Gregorievich sobre el avance hacia la libertad se ve dolorosamente puesto en duda por otro compañero de celda, Aleksei Samóilovich, quien cada vez que Iván vuelve de un interrogatorio con su fe en la desaparición de lo inhumano intacta, le argumenta: “¿Para qué defender la libertad? Ha pasado el tiempo en el que la gente veía en ella la ley y la razón del progreso; pero ahora todo está claro: no hay progreso histórico, la historia es un proceso molecular, el hombre es siempre idéntico, no hay nada que hacer, no hay desarrollo. Pero existe una ley sencilla: la ley de la conservación de la violencia, sencilla como la ley de la conservación de la energía. La violencia es eterna; por mucho que se haga por destruirla no desaparece, no disminuye, sólo se transforma”.

Aleksei Smóilovich insiste: "Usted está equivocado, no lo ha entendido, no lo ha visto con claridad. La historia de los hombres no está en la carrera de la troika sino en el caos, en el eterno paso de una violencia a otra". Iván tiene que reconocer que no es la troika de Gogol, sino la otra la que firma las sentencias de pena capital, pero acostado en su litera, medio muerto, exclama: “Siento que en mí sólo queda viva mi fe: la historia de los hombres es la historia de la libertad, de la más pequeña a la más grande, la historia de toda la vida, desde la ameba al género humano, es la historia de la libertad, es el paso de una libertad menor a una libertad mayor; que la vida en sí misma es libertad. Esa me da fuerzas, palpo la preciosa, espléndida, luminosa idea escondida entre mis andrajos carcelarios. Todo lo que es inhumano es absurdo e inútil”. 

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Julián Lobete es socio de infoLibre.

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