Toda la vida insistiendo a tus hijos que deben estudiar, que deben prepararse, que deben formarse. Diciéndoles que este esfuerzo será reconocido por la sociedad, puesto que lograran capacidad y mérito y serán recompensados por ello. Que esta recompensa y este reconocimiento son propios de esta sociedad igualitaria que fomenta, promueve y propicia la igualdad de oportunidades, puesto que éste es uno de los valores sobre los que se asientan las sociedades democráticas.
Toda la vida repitiendo a tus hijos que si hacen esto, podrán tener un trabajo alejado de la dureza de las cadenas de montaje, de los andamios, de las minas… Diciéndoles que así cambiarán el mono azul manchado de grasa por el cuello blanco con corbata. Explicándoles el relato del ascensor social, por el cual, a través de la formación, la preparación, el esfuerzo, el mérito y la capacidad podrán tener una vida mejor que la que tuvieron sus padres.
Toda la vida inculcando a tus hijos los valores de libertad, de igualdad, de solidaridad y de responsabilidad. Alentándoles a que defiendan la justicia y la que luchen contra las injusticias, puesto que la ley es igual para todos y nadie escapa de ella.
Toda la vida explicando a tus hijos que deben ser buenos ciudadanos. Empeñándote en explicarles que lo primero y más importante, es la defensa de los valores y las conquistas colectivas, frente al triunfo individual.
Toda la vida alentando a tus hijos a que no desfallezcan, a que sean constantes, a que perseveren, a que no se rindan, a pesar de que la lucha es dura y larga, y además, suele cansar y desesperar y muchas veces, decepcionar.
Y ahora resulta, que te enteras de que una Comisión de Movilidad Social del Reino Unido ha dicho en un informe sobre el sector financiero, que existe discriminación clasista. Y que esta discriminación afecta a los individuos que pertenecen a una clase social baja, y que se aprecia por su forma de expresarse, por su forma de comportarse y, también, por su forma de vestir. Y recurren al ejemplo del uso de los zapatos marrones, que al parecer demuestran tú pertenencia a la clase baja, para excluirte de cualquier opción a ocupar un trabajo entre las élites financieras.
Muchos incautos se sorprenderán a leer esta noticia. Todos esos incautos que han creído a pies juntillas en la igualdad de oportunidades, el mérito y la capacidad, se estarán echando las manos a la cabeza al comprobar que en nuestra sociedad siguen existiendo fronteras infranqueables entre las clases sociales. Que el ascensor social se detiene mucho antes de llegar al último piso. Que nunca entrarás a formar parte de las clases altas, de ese selecto club al que pertenece un porcentaje ínfimo de personas que son los dueños del mundo. Y que incluso, ni siquiera podrás entrar a formar parte de la élite de la plantilla de sus entidades financieras.
Muchos incautos se estarán echando las manos a la cabeza, al comprobar que aquellos partidos que les prometieron que con sus políticas, el Estado acompañaría a los ciudadanos, independientemente de su origen social, político o económico, desde la cuna a la tumba; y que les ofrecieron un Estado de bienestar como moneda de cambio frente al “paraíso socialista”, nos les contaron toda la verdad y que les ocultaron que habría mucha igualdad de oportunidades, pero que llegados hasta un punto, la clase poderosa, las familias poderosas, pondrían las cosas en claro y en su sitio y mantendrían acotado su espacio. Puesto que una cosa es que los pobres hayan cambiado el mono azul manchado de grasa por el cuello de camisa blanca, y otra cosa es que dejen de ser los asalariados que nunca dejarán de ser. Que aún sigue habiendo clases. Aunque, bien es cierto, puedes entrar a formar parte de la clase subalterna de los ricos, lo que ahora se llama “establishment”, más que por mérito o capacidad, por sagacidad a través de las puertas giratorias.
Muchos incautos se estarán echando las manos a la cabeza preguntándose cómo es posible que mientras que los partidos que defendieron el bienestar generalizado gobernaban, no legislaran para acabar con el poder y la capacidad para discriminar de los amos del poder, y cómo fue posible que en ese viaje, los responsables de estos partidos acabaran adoptando los usos y las costumbres, residiendo en los mismos barrios, almorzando o cenando en los mismos restaurantes y sentándose en los consejos de administración de los grandes emporios industriales, entidades financieras o empresas de servicios, de los que discriminan a los pobres por el color de sus zapatos.
Santiago Florín Rodríguez es socio de infoLibre
Toda la vida insistiendo a tus hijos que deben estudiar, que deben prepararse, que deben formarse. Diciéndoles que este esfuerzo será reconocido por la sociedad, puesto que lograran capacidad y mérito y serán recompensados por ello. Que esta recompensa y este reconocimiento son propios de esta sociedad igualitaria que fomenta, promueve y propicia la igualdad de oportunidades, puesto que éste es uno de los valores sobre los que se asientan las sociedades democráticas.