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Ana Belén, biografía de una artista incombustible

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infoLibre publica el prólogo de Ana Belén. Desde mi libertad (La Esfera de los Libros), escrito por Miguel Ángel Villena, editor de tintaLibre. La biografía de la actriz y cantante sale a la venta esta semana.

Ana Belén acaba de despojarse de la túnica ensangrentada de una Medea que ha asesinado a sus dos hijos y aparece sonriente y relajada en la puerta de artistas del Teatro Calderón de Valladolid. Abrigada con un chaquetón de plumas, enfundada en unos vaqueros y rodeado su cuello con una bufanda, la actriz atiende gustosa las peticiones de los admiradores que desean fotografiarse con ella. Desde que era una jovencita está más que acostumbrada a que le pidan autógrafos o le soliciten una foto. De hecho, no poder pasar desapercibida se incluye entre los peajes de su fama.

Después de dos horas de una auténtica paliza física y anímica encima del escenario, Ana confiesa que ha notado una buena sintonía con el público, un feeling especial que los intérpretes de teatro siempre perciben en el patio de butacas, tanto en las noches de éxito como en las funciones menos lucidas. Hace ya más de medio siglo que esta actriz y cantante, nacida María Pilar Cuesta Acosta en el popular barrio madrileño de Lavapiés, se sube a las tablas desde que fuera descubierta en un programa de Unión Radio allá por los años sesenta del siglo pasado. “Mírenla, es la hija de una portera y parece que su madre fuera la duquesa de Alba”, exclamó el famoso locutor Bobby Deglané por los micrófonos de Unión Radio.

Un viento helador se cuela por las calles de Valladolid cercanas al teatro tras una jornada fría y lluviosa de mediados de febrero mientras Ana evoca ante un grupo de amigos sus actuaciones musicales y teatrales en esta capital castellana que acaba de ovacionar de nuevo a Ana, en esta ocasión por su desgarrado papel en esta tragedia clásica dirigida por José Carlos Plaza en una versión de Vicente Molina Foix. “A su edad está guapísima”, comentan dos señoras maduras a la salida del teatro. Se trata de un comentario que podrían suscribir miles, millones de seguidores, hombres y mujeres, de esta artista que parece incombustible y que ha alcanzado ya la categoría de mito, el nivel de una estrella. El calificativo podría parecer exagerado, pero ¿cómo definir a una mujer que sigue interpretando papeles estelares en los teatros, llena pabellones y auditorios en sus giras musicales y está a punto de rodar a las órdenes de Fernando Trueba una segunda parte de La niña de tus ojosLa niña de tus ojos?

A propósito de la gran pantalla quizá sea el cine la faceta que más se le ha resistido en la última década a Ana Belén, aunque bien es cierto que su caso no resulta una excepción porque escasean los buenos papeles para las actrices maduras en la industria cinematográfica. Aquí o en el mismísimo Hollywood, como ya han denunciado con frecuencia algunas estrellas como Susan Sarandon. Así pues, ¿dónde están las claves que explican la pervivencia de una artista que nunca ha pasado de moda? ¿Cómo ha logrado fidelizar al público de su generación y, al mismo tiempo, ampliar el abanico de edad de sus fans, algunas de las cuales llevan su nombre artístico como nombre de pila? ¿Qué receta mágica aplica para mantenerse en plena forma, a sus 65 años recién cumplidos, y compaginar teatro, música y cine? ¿Cómo explicar sus discos grabados en la última década como Anatomía o A los hombres que amé o su espectáculo de teatro y música con la pianista Rosa Torres-Pardo? ¿Por qué ha triunfado esta mujer menuda y delgada, “poquita cosa, según ella misma”, tanto en España como en varios países latinoamericanos, como Argentina o México, donde sus numerosos seguidores obligan a colgar el cartel de no hay billetes cada vez que canta al otro lado del Atlántico, bien sola o en compañía de Víctor?

Más allá de los focos, la vida cotidiana de esta madrileña castiza, sus aficiones y sus costumbres, sus disciplinas y su actitud ante la vida y el mundo, ayudan a comprender la vigencia de una carrera artística que podría haberse malogrado en el altar de los juguetes rotos en que se convirtieron otros niños prodigio del franquismo como Joselito o Marisol. Pero Ana Belén siempre subraya, una y otra vez, que tuvo mucha suerte con la gente que se cruzó en su camino, desde aquel Miguel Narros que convenció a sus padres, allá por los lejanos años sesenta, para que se formara en una compañía teatral hasta llegar a esta función de Valladolid, en el invierno de 2016, con el Teatro Calderón lleno a rebosar, dirigida de nuevo por su inseparable José Carlos Plaza. Sin olvidar, por supuesto, a su familia y sus amigos, auténticos sostenes de su personalidad. Y con Víctor Manuel San José en primer plano, su pareja artística y sentimental desde 1972 y la otra cara de uno de los dúos más populares de la España de las últimas décadas. Un tándem que se ha revelado complementario en lo profesional y en lo personal.

Tal vez Ana Belén nunca haya pasado de moda porque nunca ha estado de moda y no es un juego de palabras. Esta actriz y cantante ha elegido en general muy bien sus proyectos artísticos, aunque también ha cometido errores y sufrido patinazos; ha guardado bajo mil candados su vida privada, alejada del mercadeo de tantos y tantos famosos; ha comparecido ante la prensa sólo cuando ha sido estrictamente necesario; ha mostrado una profesionalidad que no le discuten ni sus más recalcitrantes enemigos; y, en suma, ha observado un respeto sagrado por el público. Todavía más, se trata de una mujer que ha sabido decir no a muchas propuestas que no acababan de convencerla para intentar seguir una línea coherente en su carrera. El escritor Vicente Molina Foix, que conoce muy bien a la artista, lo resume de una manera muy rotunda: “Ana tiene mucho talento y todo lo que hace, lo hace bien”. Así se convirtió en una de las mujeres más deseadas y envidiadas del país, en una cantante de multitudes y en una actriz clave para entender el teatro y el cine españoles durante décadas. Desde su libertad, desde una independencia radical, ha alcanzado una intensa madurez, llena de actividad artística y de proyectos de futuro.

Por si fuera poco, ha mantenido contra viento y marea una actitud de compromiso cívico que no ha decaído con el paso del tiempo y que lleva a Ana Belén con frecuencia a las manifestaciones en defensa de la cultura o de los derechos ciudadanos. Desde aquellas huelgas de finales del franquismo para reclamar la función única en el teatro y el descanso semanal hasta las recientes movilizaciones contra los recortes en la cultura o contra el IVA del 21% la artista madrileña ha salido siempre a la calle. Muy atenta a la realidad que la rodea, con unas dotes de observación y una capacidad de rebeldía aprendidas en la modesta portería de Lavapiés donde creció, Ana ha sabido renovarse, estar al día y conectar con las generaciones más jóvenes. Sin duda alguna, en esa conexión con el mundo real también han influido sus hijos, David (nacido en 1976) y Marina (1983), ya que ambos han seguido la senda de los padres y se dedican al espectáculo: el primero, como músico, y la segunda, como actriz. No podrían entenderse tampoco los triunfos artísticos de Ana sin la presencia de compañeros y amigos en una larga lista en la que se incluyen nombres como los ya citados Narros y Plaza junto a referencias de la música, el cine, el teatro o el periodismo como Chico Buarque, Pablo Milanés, Joan Manuel Serrat, María Dolores Pradera, Concha Velasco, Manuel Gutiérrez Aragón, Loles León, Joaquín Sabina, Manuel Gómez Pereira, Iñaki Gabilondo, Mercedes Milá, Miguel Ríos, Pastora Vega, Juan Echanove y tantos y tantos que componen un friso de lo mejor de la cultura española y latina de las últimas décadas.

Pero junto a las facetas más públicas, la vida privada de la mujer que aparece tras el mito pasa por la disciplina y por el cuidado de su cuerpo y de su voz que son, en definitiva, sus instrumentos de trabajo. Desde hace décadas acude al gimnasio y a la piscina con frecuencia, no fuma apenas y sólo bebe caipirinha o daiquiri en celebraciones especiales. Pero, además del cuerpo, la artista intenta mantener vivo el espíritu y estar al día de las novedades en cine, en teatro o en música. Gran aficionada al cine clásico (“siempre enciendo la tele por el canal TCM”) y espectadora habitual de teatro, su hijo David, pianista y compositor, ayuda mucho a su madre a la hora de una orientación sobre las nuevas tendencias en un sector tan cambiante como la música. Aunque tanto David como Marina barajaron otras opciones profesionales en su adolescencia, ambos se encaminaron más tarde por el mundo del espectáculo en cuanto enfilaron la veintena.

David, padre ya de dos hijos de siete y dos años, estudió música desde bien pequeño y se ha dedicado profesionalmente a ella, en muchas ocasiones acompañando a Víctor y/o a Ana. A propósito de David y Marina, la defensa de la privacidad de sus hijos fue una de las grandes batallas de la famosa pareja Ana Belén/Víctor Manuel hasta el punto de que tuvieron serios conflictos con varios paparazzi por invadir la intimidad de los chicos. Esa misma actitud intenta mantener la familia San José-Cuesta con sus dos nietos, Olivia y León. En ese sentido, Ana confiesa que ha vivido con mucha alegría su nueva etapa como abuela, no oculta que malcría a veces a sus nietos y declara que no vive con especial angustia el paso del tiempo.

Estas reflexiones de la artista vienen también al hilo de las muertes recientes de sus padres y de su inevitable sentimiento de orfandad al desaparecer los progenitores y al margen de las edades de los hijos. La artista ha traspasado, por tanto, ese ciclo vital inexorable que se cierra cuando fallecen los mayores y, al mismo tiempo, se emancipan las nuevas generaciones. “Ya no queda nadie por arriba”, gesticula de una forma muy gráfica la cantante al señalar que ahora son su generación y ella misma las que están en primera línea. Muy unida a sus padres que fueron siempre un apoyo fundamental en su vida y en su carrera, Ana ha sufrido dos golpes muy duros en el último lustro. Tres, en realidad, si se considera la muerte del director teatral Miguel Narros, una suerte de padre espiritual para ella y que falleció, apenas unas semanas antes que su madre, a comienzos del verano de 2013. Unos tres años antes, en 2010, se había marchado Fermín Cuesta, cocinero en el hotel Palace durante mucho tiempo y el fan número uno de su hija, después de una larga y muy dolorosa enfermedad.

El padre de Ana siempre fue uno de sus principales palmeros, un hombre embelesado por las cualidades y el talento de su hija desde que la acompañaba a los estudios de Unión Radio, en la Gran Vía madrileña, cuando ella apenas era una chiquilla. Por el contrario, Pilar Acosta fue el contrapunto de la tierra, del realismo pragmático, de una modestia orgullosa aprendida en una portería de la calle del Oso, en el Madrid gris y pobre de las décadas de los cuarenta y cincuenta. “Cuando algunas veces me subía a una nube, allí estaba mi madre para bajarme al suelo”, suele confesar la artista al recordar a su madre. Pilar Acosta murió de un modo muy dulce, mientras veía la televisión, a los 90 años. Por todo ello, Ana no puede quejarse, ni se queja por descontado, de haber disfrutado largo tiempo de sus padres que vivían en un chalé cercano al de ella en el distrito madrileño de Prosperidad. Siempre en segundo plano, lejos de los focos y de los periodistas, Ana tuvo especial empeño en que sus padres mantuvieran su derecho a la intimidad y solamente en contadas ocasiones aparecieron en los medios de comunicación.

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Ha almorzado con el resto de la compañía de Medea y después se ha retirado un rato a descansar al hotel de Valladolid donde se aloja. A eso de las seis de la tarde, un par de horas antes del comienzo de la función, se ha encaminado hacia el Teatro Calderón, en pleno centro de la ciudad, para maquillarse, peinarse y vestirse. Ha tenido también que ensayar brevemente algunas escenas con la pareja vallisoletana de niños que interpretan, sin palabras, a los hijos de Medea. Cuando ya faltan muy pocos minutos para subir al escenario, Ana se encierra en su camerino para concentrarse en su personaje. Cada actor y cada actriz emplean técnicas, trucos o métodos distintos para ponerse en situación. Así las cosas, algunos necesitan un tiempo amplio de introspección y concentración y están influidos por manías de todo tipo. Otros, en cambio, pueden pasar sin transiciones desde su vida cotidiana a encarnar un personaje, ya sea cómico o trágico. En cualquier caso resulta asombroso. O sencillamente responde a la magia del teatro que un intérprete sea capaz de meterse en la piel de un personaje durante un par de horas, absolutamente ajeno a los vaivenes de su vida real. Algunos incluso han llegado a subirse a las tablas el mismo día de la muerte de un familiar muy cercano o de su pareja.

Pero la función en Valladolid ya ha terminado y Ana departe ahora sonriente con un grupo de amigos y con compañeros del elenco. No va a tardar mucho en retirarse a su hotel porque está agotada y mañana, domingo, toca función de nuevo. No puede permitirse resfriarse ni perder voz ni amanecer cansada. Alguien comenta que el Teatro Calderón estará también abarrotado al día siguiente. De hecho, las entradas para las tres representaciones en Valladolid se agotaron hace semanas, a los pocos días de ponerse a la venta. Ana Belén sigue, pues, llenando teatros en España con una función o en América Latina con la gira musical del pasado abril. Entretanto, ha viajado a Budapest para rodar algunas escenas de La reina de España, la secuela de La niña de tus ojos que está filmando Fernando Trueba.

Acaba de cumplir 65 años, pero una artista como ella no incluye la palabra jubilación en su diccionario mientras las fuerzas, la ilusión y los proyectos la acompañen. Ella aspira a envejecer como la cantante María Dolores Pradera o como la actriz Katherine Hepburn. Esas metas se marca una Ana Belén que sabe, desde que era una niña, que una artista siempre debe ser ambiciosa y nunca debe conformarse. “Por encima de todo yo soy una curranta”, comenta con frecuencia a modo de resumen de su carrera. Una curranta con talento, belleza y compromiso con el público, un público que nunca la ha abandonado a lo largo de más de medio siglo. Por algo será.

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