El nazismo y sus barbaries son un pozo cinematográfico y bibliográfico sin fondo. El acontecimiento dramático de nuestra época es sin duda el marco en el que estos se insertaron, la Segunda Guerra Mundial. En el cine, cuando creímos que el ascenso de Hitler, la guerra relámpago, la resistencia, el Holocausto y la liberación saturaban ya a los espectadores, aparecieron películas como La lista de Schlinder, Salvar al soldado Ryan, La delgada línea roja y, más recientemente, Expiación, magistral adaptación de la novela de Ian McEwan, que renovaron el interés por su calidad y verismo. También la televisión nos dio una obra maestra, la serie Hermanos de sangre (2001), cuyas escenas en las que los soldados liberan los campos emocionan como si también nosotros nos hubiéramos enterado en ese instante de la existencia de la Solución Final.
En literatura ha sucedido algo similar. A las indagaciones de Antony Beevor y otros historiadores se sumaron títulos que volvieron a despertar un interés genuino en un público más amplio. Así sucedió con Las benévolas, extensa novela de Jonathan Littell, o con HHhH, novela-crónica de Laurent Binet sobre el asesinato en Praga a manos de milicianos del número dos de las SS nazis, Reinhard Heydrich. Las reediciones de las obras de Curzio Malaparte o el aumento de las biografías y memorias de personajes protagonistas o sufridores de la época, confirman el interés. La Segunda Guerra Mundial, el nazismo, el Holocausto, no pasan de moda. No pueden pasar de moda.
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La editorial Confluencias rescata ahora uno de los testimonios más entrañables de los judíos que estuvieron en los campos de exterminio y sobrevivieron para contarlo. La vida de Rubino Romeo Salmonì, un obrero judío de Roma, inspiró a Roberto Benigni su conocida película La vida es bella. El director italiano la conoció a través de este conciso libro, que el autor escribió a partir de sus recuerdos pasados muchos años de terminada la guerra, en distintas etapas, como una suerte de exorcismo para conjurar los peores recuerdos de su paso por Auschwitz, la muerte de sus dos hermanos y, en definitiva, la mala conciencia por haber sobrevivido a tantos cadáveres.
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Pero el libro de Romeo Salmoni (que sale a la venta esta semana y del que infoLibre publica un adelanto) no es una letanía, ni una reflexión sobre el hombre tras Auschwitz como las de Adorno o Primo Levi. Es una narración cronológica, sencilla y directa de sus vivencias, contadas sin ínfulas retóricas, y con gran poder evocador. Al final vemos un cuadro completo del horror con pinceladas breves y, muchas veces, inocentes. “Durante el mes que pasé en cuarentena hice de todo: de cantante a recoger cadáveres: pobre gente, qué poco pesaban… lívidos, flacos, piel y huesos; prácticamente sólo quedaba la estructura ósea… ¿Quién podría decir a quién pertenecían aquellos míseros restos? A judíos, seguro”, o, “Pobre del que no se diese cuenta de que estaba a un paso de la destrucción física y moral. Había sido magistrado de la Corte Penal de Berlín y ahora me pedía una cuchara. Lo enseñé a sorber la bazofia”.
Desde la infancia con estrecheces en Roma hasta su fuga de los campos en los días previos a la derrota Alemana, pasando por las numerosas detenciones que sufrió a partir de 1938 en la Italia mussoliniana más cercana a Hitler y su internamiento en Auschwitz en 1943, He derrotado a Hitler es una autobiografía minimalista y eficaz, narrada también con un propósito de celebración, además de conjuraHe derrotado a Hitler. Especialmente entrañable es su relación con el judío enamorado Josef, que murió pocos días antes de la liberación, y en quien Roberto Benigni se inspiró para el personaje que protagonizaba en su película. “Birkenau me había robado mi bondad, mi dignidad, mi sonrisa, pero no la piedad por quienes sufrían; buscaba la palabra adecuada para aplacar el sufrimiento de Josef que, día tras día, lo hacía caer en una gran desesperación por la falta total de noticias de su adorada Selina…”
Al finalizar la guerra, Romeo Salmonì volvió a Roma, a regentar un negocio de ruedas y cojinetes en Via Cavour, donde trabajaría hasta cumplir más de ochenta años. Volvió a visitar el símbolo del horror en varias ocasiones, porque, como afirma, “nunca se abandona por completo Auschwitz”, porque el campo “había doblado, pero no roto”, su cuerpo. Como buen tendero que llevaba la contabilidad de su negocio, terminó este libro con un escueto: “esto es cuanto debo decir humildemente acerca de qué cosa fue para mí el campo de exterminio de Auschwitz”.
El nazismo y sus barbaries son un pozo cinematográfico y bibliográfico sin fondo. El acontecimiento dramático de nuestra época es sin duda el marco en el que estos se insertaron, la Segunda Guerra Mundial. En el cine, cuando creímos que el ascenso de Hitler, la guerra relámpago, la resistencia, el Holocausto y la liberación saturaban ya a los espectadores, aparecieron películas como La lista de Schlinder, Salvar al soldado Ryan, La delgada línea roja y, más recientemente, Expiación, magistral adaptación de la novela de Ian McEwan, que renovaron el interés por su calidad y verismo. También la televisión nos dio una obra maestra, la serie Hermanos de sangre (2001), cuyas escenas en las que los soldados liberan los campos emocionan como si también nosotros nos hubiéramos enterado en ese instante de la existencia de la Solución Final.