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El bendito orden de Maruja Mallo

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Corría el año 1989, o quizás el 1990. El comisario y crítico de arte Juan Pérez de Ayala preparaba el primero de sus muchos proyectos en torno a Maruja Mallo, sobre la que ha realizado gran parte de su investigación. La pintora llevaba ya seis años ingresada en la clínica geriátrica en la que permanecería hasta su muerte en 1995 a los 93 años. Y allí estaba Emilio, el hermano más cercano a la artista —y eran 14—, con "dos grandes cuadernos de cuero negro, con remates en cuero marrón y remaches metálicos de tornillos largos dorados", según el recuerdo de Ayala. Lo que guardaban era "un tesoro": el archivo de la autora, realizado minuciosamente por ella misma a lo largo de décadas.

Gracias a él, la galería Guillermo de Osma de Madrid inaugura el jueves (y hasta el 10 de noviembre) una muestra de 40 óleos, dibujos, bocetos y algunas piezas del archivo, varios de ellos inéditos. Titulada Maruja Mallo. Orden y creación, la exposición pretende ser un ejercicio de "investigación y estudio" para reivindicar el trabajo de la artista más allá de su personaje público. La "muestra de gabinete", en las pequeñas salas de esta histórica galería madrileña que se mantiene en un discreto primero izquierda del barrio de Salamanca, sirve también para anunciar un proyecto deseado por estudiosos y familiares de la artista —sus sobrinos Elena y Antonio Martín Conde participan tanto en él como en la muestra—: el catálogo razonado de su obra, en el que Ayala y De Osma llevan trabajando 15 años. Se tratará de un inventario y un estudio exhaustivo de su producción, de la que parte permanece aún en paradero desconocido, que será publicado a finales de 2018. 

Hasta ahora, consideran, Maruja Mallo ha estado a la sombra de Maruja Mallo. Pérez de Ayala llega a decir que su figura pública ha acabado por "eclipsar su valor como pintora". Primero, por su aspecto, que la hizo destacar en la movida madrileña —ya es decir— y le ganó la admiración de los modernos con sus ojos pintados de azul eléctrico, su rabillo interminable, su inmenso abrigo de pieles. Mallo parecía lo que era: una mujer libre e irredenta. Porque luego estaba su agenda de amigos y amoríos: Lorca, Dalí, Alberti, Buñuel, Miguel Hernández... Pero casi todos la olvidarían en sus memorias —Alberti llegó a disculparse por omitir en La arboleda perdida la relación entre ellos— y en su relato de aquellos felices años veinte y treinta que vivieron juntos antes de la muerte y el exilio. 

 

Retrato de Maruja Mallo. / GALERÍA GUILLERMO DE OSMA

Y estaba su peculiar relato de la época, que repetía con las mismas anécdotas calculadas cuando se le requería. Como aquella en la que Margarita Manso, Lorca, Dalí y ella decidieron a principios de los años veinte pasearse por la Puerta del Sol con la cabeza descubierta, en contra de los usos de la época. La performance daría lugar al sinsombrerismo, un vago movimiento de revuelta juvenil que la cineasta y escritora Tània Balló recuperó para bautizar a las olvidadas mujeres de la Generación del 27, conocidas ya como las sinsombrero. Entre ellas, Balló considera a Mallo como "la mujer más original, moderna y transgresora de la España de los años veinte y treinta".

"Queríamos olvidarnos de la Maruja pública y centrarnos en por qué Maruja es tan buena pintora, por qué es tan importante", dice el galerista. Ayala es aún más contundente: "Maruja Mallo es una de las grandes artistas españolas del siglo XX, incluidos hombres y mujeres". Las obras expuestas, sobre todo los cuadernos, los estudios anatómicos y los esbozos para sus Máscaras —una serie menos conocida que otras como La religión del trabajo, a la que pertenece el que es quizás su cuadro más conocido, Sorpresa del trigo—, dan fe de un trabajo meticuloso, guiado por la investigación y la precisión matemática. Esto explica, dicen los comisarios, la "poca obra" que produjo la artista. Esta es, de hecho, una exposición compuesta en gran medida de préstamos y archivo, sin vocación comercial. 

Es la tercera que organiza la galería. La primera, en 1992, tenía una voluntad antológica y recogía obras de entre los años veinte y los ochenta. Sería el prólogo, de hecho, para la primera gran exposición de Mallo en España, celebrada en Santiago de Compostela en 1993. La segunda, en 2002, se centraba en sus Naturalezas vivas —ahora se muestran de nuevo tres de ellas— y elaboraba ya un catálogo sobre la serie. Después llegarían las muestras de 2009 en Vigo —Mallo era gallega, aunque nunca vivió allí— y, recientemente, la del pasado junio en el Museo Provincial de Lugo. En esta tercera de la galería De Osma tienen especial importancia sus dibujos, que "ella guardaba celosamente", según los comisarios, y que han sido restaurados para la ocasión.

 

Mensaje del mar (1937), de Maruja Mallo, parte de su serie La religión del trabajo. / GALERÍA GUILLERMO DE OSMA

Han salido del archivo, ese "pozo sin fondo" que Pérez de Ayala no se cansa de admirar: "Mira que está estudiada y analizada, pero queda mucho por hacer". Porque, es cierto, Mallo es quizás la menos olvidada de entre las olvidadas sinsombrero. De ello dan fe aquellos cuadernos de la artista, uno dedicado a "España 1928-1936" y otro a su periplo americano, de Buenos Aires a Nueva York, su visita a París y sus últimos años en Argentina antes de su regreso en los años sesenta. "Desde la primera exposición en 1928, ves en la bibliografía que todo el mundo escribió sobre ella". En 1932, gracias a una beca que obtiene para formarse en París, consigue organizar una exposición individual en la capital europea del arte, del mismo modo que expondría en Nueva York a partir de los años cuarenta. Su estancia en Argentina sería igualmente exitosa: su sobrino asegura que su larga estancia en la clínica privada en la que moriría se pagó íntegramente con el capital que trajo de Buenos Aires. 

"Por la mañana me despertaron los tiros..."

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Es por eso que Antonio Martín Conde no es tan duro como los comisarios con el personaje público de su tía: "Cuando llega al exilio, con un verdadero plan de marketingmarketing establecido, fue capaz de moverse en Argentina con un nivel de reconocimiento al que otros no llegaron ni de lejos. A su vuelta, se encuentra con una España que la ha olvidado y es capaz, con su edad, de recuperar todo su prestigio". De ello da muestra que de las 22 obras suyas que aparecen en el registro del Museo Reina Sofía, solo una ha sido comprada tras su muerte —aunque ella se quejó amargamente, dicen sus sobrinos, de haberlas vendido demasiado baratas—.

De su frenética vida social en esa España que acabaría por acogerla entre aplausos da cuenta en una carta a Luisa Sofovich, escritora y viuda de Ramón Gómez de la Serna, en 1966: "La actividad social es atroz". Nochebuena con caviar y los Medinaceli, fin de año en el Hilton, Reyes de cacería y mariscos. La misiva se publica en el catálogo de la muestra junto a otra dirigida a la escritora Gabriela Mistral y varias enviadas al escultor Jorge Oteiza. En estas últimas hay menos crónica social y más vida creativa, y se reconoce a esa mujer metódica y estudiosa de la que hablan sus familiares. Igual que se plantaba en casa de su sobrino para ver un documental que pasaban en televisión y que le resultaba interesante, o en casa de su sobrina para consultar la enciclopedia, dejó documentado cada pequeño paso de su carrera. Para suerte de los investigadores. 

 

Corría el año 1989, o quizás el 1990. El comisario y crítico de arte Juan Pérez de Ayala preparaba el primero de sus muchos proyectos en torno a Maruja Mallo, sobre la que ha realizado gran parte de su investigación. La pintora llevaba ya seis años ingresada en la clínica geriátrica en la que permanecería hasta su muerte en 1995 a los 93 años. Y allí estaba Emilio, el hermano más cercano a la artista —y eran 14—, con "dos grandes cuadernos de cuero negro, con remates en cuero marrón y remaches metálicos de tornillos largos dorados", según el recuerdo de Ayala. Lo que guardaban era "un tesoro": el archivo de la autora, realizado minuciosamente por ella misma a lo largo de décadas.

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