Cultura
La "cantonalización" de la novela negra española
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“La gente es igual en todas partes”, solía decir Miss Jane Marple, vecina de St. Mary Mead y protagonista de algunas novelas de Agatha Christie. De ahí su habilidad detectivesca: nada de lo que veía en otros lugares podía sorprenderle. Me acordé de la perspicaz anciana cuando planteé el tema que aquí me trae, la cantonalización de la literatura negra española, consecuencia imprevista del desarrollo del estado autonómico… O no.
“La mirada de un escritor de novela negra gana mucho cuando mira a la condición humana desde lo cotidiano, desde el territorio ‘chico’. Pero, además, un escritor es alguien que vive en el lenguaje y una distinta forma de vivir una lengua es una distinta forma de entender el mundo, con lo cual, en el caso de este país, al español que se habla en diferentes comunidades españolas, habríamos de sumar la literatura en catalán, en euskera, en gallego...” Si ahora el fenómeno es más evidente es porque, en las últimas décadas, el favor del público (y, por tanto, el de los grandes grupos) “ha normalizado el hecho de que nuestras historias se ambienten en lo que los madrileños llaman ‘provincias’”.
De provincias, concretamente de la provincia de Zaragoza, es Florián Falomir, detective maño creado por Juan Bolea, que vive en Zaragoza (autor y personaje lo hacen) aunque su último trabajo (el del personaje), La noche azul, transcurre a la orilla del Mediterráneo. Ambientar una novela en un sitio y no en otro, dice Bolea, “básicamente, responde al sentimiento de comodidad o de seguridad que el autor obtiene al utilizar una ciudad o un territorio que le es bien conocido”. Tesis que apoya Ibon Martín: “En mi caso la elección del escenario no es fruto del azar. Conozco bien Euskadi y su idiosincrasia; lo siento mío, es mi tierra, donde nací y donde he crecido. Me siento cómodo localizando mis novelas aquí. Tengo la impresión de que este grado de cercanía con el lugar me permite sacarle todo el jugo a personajes y paisajes, algo que probablemente no ocurriría si ubicara mis historias en otro lugar”.
No obstante, Bolea presta más atención a la trama que a su ambientación espacial, “factor que, en mi manera de novelar el género policíaco, no es especialmente relevante, salvo en alguna descripción pertinente a complementar al lector. En general, aquel investigador, detective o policía que nos pretende enseñar cómo se vive en Manchester, en Atenas o en Valladolid no me merece especial interés, salvo que sea de verdad brillante en su trabajo”. Y en esto coincide con María Oruña. “Las historias son más grandes que nosotros, que la ambientación o ubicación que pretendamos darles, que deben estar a su servicio”, asegura la autora de El bosque de los cuatro vientos, sabedora de que las buenas historias “no solo se guardan en ambientes urbanos y degradados, sino que en las localizaciones rurales y más pequeñas suceden cosas insólitas, que también suponen un reflejo social y costumbrista, un misterio a desvelar, una denuncia que escribir”.
Por no hablar, como destaca Susana Rodríguez Lezaun, de que antes los escritores se trasladaban a Madrid o Barcelona para desarrollar su carrera, convirtiendo esas ciudades en protagonistas. “El hecho de que los autores podamos ahora vivir y trabajar en casi cualquier lugar del mundo ha colaborado en la descentralización de la novela negra. Ciertamente, veo más motivos económicos que sentimentales en esta realidad”.
El hecho diferencial
En una ocasión, la sevillana Susana Martín Gijón se confesó sorprendida de que no hubiera más novela negra ambientada en su ciudad, que además del patrimonio, la gastronomía y el sentido del humor, presenta las diferencias sociales que pide el género.
La última novela de Ravelo, Un tío con una bolsa en la cabeza, es un prontuario de la corrupción insular. “Siempre hay algo de delincuencia organizada, pero las Islas, para esta, es lugar de paso o lugar de blanqueo. En cuanto a la delincuencia común, no es de alta intensidad y nuestros choricillos y traficantes locales son más bien pobres diablos chapuceros. Pero es muy fácil utilizarlos como excusa narrativa para hablar del delito de cuello blanco, el delito económico, frecuentemente relacionado con la política. Ese es mi asunto, y en Canarias tengo un filón inagotable”.
Aunque si hablamos de tráficos, habrá que viajar al extremo noroccidental de la península. “Por lo general, no creo en un tipo delictivo concreto para una zona; los crímenes suelen obedecer más a cuestiones de oportunidad que a un estilo criminal propio ―apunta Orduña―. Sin embargo, sí creo que la pertenencia del autor a una zona geográfica concreta puede vestir sus textos de determinado tipo de humor, de una ambientación más o menos oscura, más o menos sobria.”
Todo ello, con limitaciones. Bolea asegura que su Falomir “sería igual en cualquier otro escenario porque a sus cincuenta años ya es un personaje muy hecho”. Ha sido agente de inteligencia, tiene formación diplomática y militar y, sobre todo, instinto para resolver los casos. “Su condición de aragonés bastante más cercano a Buñuel que a Paco Martínez Soria no es una característica esencial de su personalidad, pero lo acerca al lector por su tipo de humor y su libre y amplio entendimiento.”
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Su última novela, Bajo la piel, está protagonizada por una policía aragonesa, Marcela Pieldelobo, que trabaja en Pamplona y se refugia en Zugarramurdi. Hablando con su creadora pensé en la vasca Dolores Redondo, cuyos libros han revitalizado el Baztán y forzado la recuperación de los txantxigorri.txantxigorri Ravelo sabe de qué hablamos. “En Las Palmas había, antes del confinamiento, varias rutas con la Serie Eladio Monroy y otras novelas. Incluso una en bici, con la temática de La última tumba, lo cual me hace mucha gracia, porque yo no sé montar en bicicleta”.
Novelas que crean turismo, fiestas turísticas que inspiran novelas. Porque sí, “lo negro está por todas partes ―asegura Martín―, no hay mayor enemigo que el odio, y las fiestas, por lo que suponen de exaltación de los sentimientos son un buen reflejo de ello.” La fiesta del Alarde, a la que nos lleva en La hora de las gaviotas, es un buen ejemplo. “Raro es el pueblo que logra escapar, pero hay lugares en los que esos fervores se desbordan. Hondarribia es uno de ellos”.
En cualquier caso, Bolea lo sabe, al final “solo calan, o solo quedan, aquellas obras que reúnen calidad en todos sus aspectos. Con un apoyo mayor y con un recuerdo más perdurable, ciertamente, allá donde el escenario ha sido objeto de un notable tratamiento literario, caso de las novelas de Plinio”. Cuyo autor, Francisco García Pavón, declaró: “En las novelas policíacas, que la crítica ha dicho que tienen la virtud de haber españolizado el género, tengo dos satisfacciones: la de haber creado el tipo del detective provinciano y español y la de haber popularizado a Tomelloso, mi pueblo”. ¿Hay algo más importante que eso?