Las cicatrices que la pandemia deja en un maltrecho cine español

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El mundo del cine no tiene respuestas. Todavía. Meses después del confinamiento domiciliario total que mantuvo las salas cerradas hasta bien entrado el verano, y tras medio año de restricción de aforo y de movimientos, exhibidores, distribuidores y productores pueden hacer cuentas de las pérdidas, pero no son capaces aún de apreciar la extensión total del daño. La esperanza: que cuando mejoren los números, los espectadores vuelvan al cine como lo hacían hasta marzo y que el 2020 haya sido solo un mal trago frente al que resistir. El miedo: que para cuando se pueda volver a la gran pantalla con normalidad, el público haya sustituido esa experiencia colectiva por otras más domésticas, y que —usando una analogía del periodista Juan Sanguino— las salas se conviertan en una reliquia minoritaria similar a las tiendas de discos.

Las cuentas: según datos de la consultora ComScore, este año la taquilla total se ha quedado en España en los 169,7 millones de euros y 28,2 millones de espectadores. Son 446 millones de euros menos que en 2019, cuando las cuentas subieron hasta los 615 millones de euros. En aquel momento, de hecho, la industria nacional reivindicaba su espacio: era la mejor cifra desde 2011 y la recaudación parecía haberse estabilizado definitivamente tras los años más duros de la crisis. En 2020, el cine español ha corrido una suerte parecida, aunque comparativamente haya salido mejor parado: el sector del cine nacional ha obtenido casi la mitad de los 94 millones de euros de 2019, saldando el año del coronavirus en 43 millones. Echar la vista a atrás produce cierta sensación de extrañeza: en aquel año, la industria se llevaba las manos a la cabeza por no haber podido alcanzar la barrera de los 100 millones de ejercicios anteriores.

“Aquí lo que pasa es que estamos un poco desesperados, todo el mundo, entonces tampoco tenemos esa capacidad para ver a largo plazo”. Lo dice Ramiro Ledo, responsable de los Dúplex Cinema de Ferrol, un proyecto independiente que reabrió la histórica sala del mismo nombre en 2019. Quiere decir Ledo que es difícil saber hasta dónde llegan las cicatrices del mundo del cine. No se alinea ni con quienes dicen que las salas están abocadas a desaparecer ni con quienes aseguran que cuando pase la pandemia todo volverá a su cauce. “Y es lógico que estemos desesperados, porque estamos en un escenario en el que no está normalizado nada, ningún acto cultural, y en el que de una semana a otra se pueden cambiar las restricciones de aforo o las actividades permitidas”. No es fácil hacer balance porque, aunque nos gustaría poder clausurar la pandemia con el fin de 2020, la realidad es que para el sector cultural no nos encontramos en el día después de la tormenta, sino en la tormenta misma.

De las salas a los contenidos

En estos meses, los focos han estado puestos en las salas de cine. No se han anunciado aún cierres permanentes de salas emblemáticas, pero desde el principio estuvo claro que ellas eran las más frágiles. Así lo reconocen las productoras, que volvieron a ponerse en marcha en cuanto pudieron reanudarse los rodajes, y las distribuidoras, esas empresas a menudo desconocidas por el público —pero extraordinariamente poderosas en las grandes ligas— que se encargan de llevar una película hasta la pantalla de exhibición, sea cual sea. Pero los cines no son un ente que exista en el vacío, y todos los eslabones de la cadena se han visto tocados. Lo dice Pilar Benito, directora general de Morena Films, firma tras películas como Todos lo saben o Campeones: “Yo creo que las cosas no van a estar tan mal como estamos ahora, pero esto sí que va a dejar cicatrices en toda la cadena de valor”. ¿Qué le da miedo? “Que en el futuro cambie cuál es la posición de la industria del cine”. Simplificando, si se seguirá considerando una actividad cultural —o un pasatiempo— en sí mismo, o si las películas serán una pata más de la oferta de las plataformas.

Puede que lo que les ocurra a los cines importe relativamente poco a los grandes estudios y distribuidoras —en las majors, van juntos— que han apostado decididamente por el estreno directo en plataformas, o a las plataformas mismas, que refuerzan cada vez más sus departamentos de producción. Soul, de Pixar, se ha estrenado en streaming, y Warner ya anunció que sus grandes estrenos de 2021 irán directos a HBO Max en Estados Unidos. Pero inquieta a los actores que están lejos de ese sistema. “Si como consecuencia de estos movimientos el modelo de los cines no es sostenible, claro que nos va a afectar”, dice Eduardo Escudero, de A Contracorriente, que ha llevado a las salas películas como El padre, Día de lluvia en Nueva York o Handia. “Que los puntos de venta, nuestros aliados, no estén abiertos, sería un desastre”. Escudero explica que la esperanza para las distribuidoras como esta podría ser que, con la retirada de los grandes estrenos comerciales en 2021, el cine independiente y el cine español tengan más espacio. Los resultados de 2020 le dan la razón en parte: mientras la taquilla total en España se ha reducido a casi un cuarto, el cine español ha perdido sólo la mitadsólo. Y en parte, los resultados también se la quitan: los grandes estrenos comerciales son un buen reclamo para llevar al espectador al cine.

La diversidad, en peligro

A Pilar Benito le preocupa cómo afectarán estos cambios a los contenidos, a las películas que se producen. Porque quién recibe el dinero y cuánto afecta a la diversidad. Cuando una película va directa a estrenarse en plataformas, explica la productora, es normalmente porque “se hace un originals”: Netflix, HBO, Amazon Prime o quien sea adquiere los derechos exclusivos de emisión. “Eso afecta a la salud de nuestra empresa, porque pierdes la posibilidad de escalar los ingresos”, dice. ¿Esto qué quiere decir? En el sistema tradicional de estreno en cines, la productora obtiene financiación de diversas formas: primero, de la taquilla, que aumenta según el número de espectadores; pero luego, si la cosa va bien, también de las ventas internacionales; y por último de las licencias de televisión. Con el estreno exclusivo online, se obtiene una especie de tarifa plana: la plataforma paga una licencia, independientemente de que la vean un espectador o dos millones, porque no suele haber primas por visionados. Pilar Benito se queja, además, de que estas son muy opacas sobre el número de espectadores que tienen, y facilitan pocas a veces a las productoras cifras exactas.

A menos financiación, advierte, menos diversidad. Porque lo que tiene claro es que hoy por hoy muchas películas no son sostenibles sólo con el modelo de estreno en plataformas. Y si las productoras no cuentan con un pilar de financiación como son las salas, dependerán mucho más bien de las ayudas públicas, bien del apoyo de TVE, bien del sostén de las privadas. “El fondo del ICAA [el Instituto de la Cinematografía y las Artes Audiovisuales, que otorga las ayudas directas al cine] se ha demostrado insuficiente. Las dos privadas [Mediaset y Atresmedia] quieren hacer un determinado tipo de contenido que es el que luego les funciona a nivel taquilla y emisión, y el resto de contenido que ha dado más diversidad pasa por TVE, pero los fondos son limitados”. Con este panorama, que ya venía así de la era pre-covid, y con la taquilla en mínimos, ¿qué tipo de películas podrán salir adelante? “Lo que me preocupa no es tanto que tras la pandemia no se pueda alcanzar la ambición económica de los proyectos, que también”, zanja Benito, “sino que esto va a dejar cicatrices en la famosa diversidad cultural”.

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Un combo peligroso

Volvamos a los cines, porque Ramiro Ledo señala un factor que no suele mencionarse. Para las salas, cuenta, la crisis de 2008 fue la tormenta perfecta: se cortó el consumo cultural justo en el momento en que estas abordaban un gran proyecto de actualización tecnológica, el abandono de la bobina por la proyección digital. Muchas no aguantaron la presión. Ahora puede suceder lo mismo: “Hay que tener en cuenta que la vida útil de las máquinas está entre los 7 y los 10 años, es decir, que se juntan los cierres por la situación sanitaria y un escenario de segunda actualización tecnológica”. El exhibidor cree que el apoyo de la administración española a aquella primera actualización fue escaso, y no confía mucho en que nadie esté pensando en la segunda. Pero, para ser justos, sí reconoce la labor del ICAA, que ha tramitado de manera urgente las ayudas frente al covid-19, de forma que las salas las están recibiendo ya desde finales de noviembre. A Numax (sociedad tras los Dúplex) se le han concedido 8.000 euros, pero son 236 salas las beneficiadas, con ayudas de hasta 1,4 millones para las grandes cadenas. “Esta es una causa directa de que muchos cines sigamos abiertos. El 90% de los cines independientes estábamos absolutamente dependientes de este apoyo, pero hay que decir que cubría hasta el 31 de diciembre”.

¿Y el futuro? Ramiro Ledo cree que la situación exigirá un mayor esfuerzo por parte de los exhibidores, que tendrán que trabajar para fidelizar al público y para seguir siendo la experiencia “casi terapéutica” que eran. “Quienes se dejen llevar por la inercia”, advierte, “lo tendrán más difícil”. Aparte de eso, se atreve a dar pocos pronósticos: “Va a haber cines que vayan a cerrar seguramente a principios de año si la situación sigue así, lo que no está muy claro es si va a ser de forma definitiva. Hay un momento que va a ser clave, que será el segundo semestre del 2021, cuando se podrán ver los efectos de las campañas sanitarias de vacunación”. En eso, la industria del cine no está sola, desde luego. Pero aquí también se mira con esperanza a la vacuna.

El mundo del cine no tiene respuestas. Todavía. Meses después del confinamiento domiciliario total que mantuvo las salas cerradas hasta bien entrado el verano, y tras medio año de restricción de aforo y de movimientos, exhibidores, distribuidores y productores pueden hacer cuentas de las pérdidas, pero no son capaces aún de apreciar la extensión total del daño. La esperanza: que cuando mejoren los números, los espectadores vuelvan al cine como lo hacían hasta marzo y que el 2020 haya sido solo un mal trago frente al que resistir. El miedo: que para cuando se pueda volver a la gran pantalla con normalidad, el público haya sustituido esa experiencia colectiva por otras más domésticas, y que —usando una analogía del periodista Juan Sanguino— las salas se conviertan en una reliquia minoritaria similar a las tiendas de discos.

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