Dicen que las mejores películas son las que al acabar dejan más preguntas que respuestas. Eso es lo que hace sin duda alguna Camera Café, la película, adaptación cinematográfica de la serie de televisión que Telecinco emitió entre 2005 y 2009. Cuando se acaba la hora y media de metraje de esta extraña comedia vienen a la mente preguntas como “¿Qué acabo de ver?”, o “¿Por qué?”.
Para quien no viera ni un solo episodio de Camera café, no tiene sentido alguno que siga leyendo este texto. Que huya ahora mientras tiene la oportunidad. Para el resto, poco hay que explicar: la serie se basaba en una sucesión de tiras cómicas protagonizadas por los empleados de una empresa que se reunían alrededor de una máquina de café para procrastinar (aunque en los 2000 este palabro no estaba tan extendido como ahora). Era, como toda obra humorística que triunfa en España, una sucesión de tópicos y estereotipos mejor o peor delineados y más o menos caricaturizados, del jefe vago a la mujer eternamente enfadada, pasando por un cuarentón enmadrado y un informático solterón.
La adaptación al cine del formato, en su origen más cercano al (micro)teatro y al sketch de gala televisiva, corre a cargo de Ernesto Sevilla, que debuta como director de cine pero ya había hecho sus pinitos dirigiendo sketches en La hora chanante (y derivados) y más tarde episodios de Capítulo 0 en Movistar Plus+ y El vecino en Netflix. El propio Sevilla firma el guion junto a su compañero chanante Joaquín Reyes (que también repite interpretando al informático) y Miguel Esteban. Este es el autor de una de las mejores comedias televisivas escritas en la última década en nuestro país, El fin de la comedia, y también estaba detrás de guiones de Capítulo 0 y El vecino.
Es decir: lo que podría haber sido un producto prefabricado y hecho para sacar los cuartos al respetable (o, por usar metáforas que vienen al caso, un vaso de café aguachirri de máquina), en realidad es un proyecto en el que un grupo de amigos han volcado mimo e ilusión.
Para alejarse lo más posible del constreñido y estático punto de vista de la serie, Sevilla echa mano de todos los recursos disponibles hasta alcanzar el histrionismo estilístico más extremo. Mucho movimiento de cámara, desenfoques, grandes angulares para llenar el plano, filtros y juegos de luces que tiñen muchas escenas con uno u otro color. El resultado es aturdidor y taquicárdico y, junto con un diseño sonoro basado en tirar una taza de café sobre la mesa de mezclas y ver qué sale, queda claro que Camera Café, la película bebe de las mismas fuentes que el Javier Fesser de El milagro de P. Tinto y La gran aventura de Mortadelo y Filemón: el tebeo de Ibáñez y los dibujos animados. Lo que en realidad es una decisión muy arriesgada que denota intención y autoría por parte del director.
Todo en esta película parece ser un constante “¿A que no hay huevos?”. Empezando por el nombre de la empresa creada para gestionar la producción, Café para muy cafeteros A.I.E., que es la vez un chiste y una declaración de intenciones. Uno de los gags está protagonizado por Albert Rivera (con una animación digital que ríete tú de Lucasfilm), confirmando que el expresidente de Ciudadanos ha pasado de flamante promesa de la nueva política española a bufón del reino en tiempo récord. El product placement de marcas como Mahou o Delta está introducido de formas tan explícitas y descaradas que solo se puede aplaudir la honestidad. Hay un cameo de Ibai seguido de un cameo de Karina, y ambos demuestran por qué se dedican a otras cosas que no son la interpretación. Y realmente hay algunos momentos muy inspirados, como un viaje psicodélico que juega con la idea de los multiversos y hace uso de la animación. O un número musical que es, como mínimo, mejor que la mayoría de los números musicales que había en la reciente pero ya olvidada Explota explota.
En sus peores momentos, Cámera Café, la película es una experiencia absolutamente insoportable; en los mejores, es un capítulo de The Office puesto de metanfetaminas. Lo cual también puede ser una experiencia insoportable según el espectador.
Ver más‘Código Emperador’: alguien tiene que hacerlo
Todo ello se sostiene, si es que lo hace, gracias a Arturo Valls. Productor y propulsor del proyecto, el showman tiene el encanto y la vulnerabilidad exactos para sacar adelante este protagonista que es el punto exacto en el que se conectan Steve Martin y Torrente. Igual que su personaje en otra comedia reciente interesante e inclasificable, Los del túnel, Jesús Quesada es un tipo extremadamente irritante en el que Valls imprime un aire de perdedor que evita que caiga en lo insoportable.
El resto del reparto cumple. Ana Milán hace de Ana Milán, ese papel que tan bien le sale siempre (¿y por qué iba a intentar otra cosa si funciona?). Están muy graciosos Esperanza Pedreño y, sobre todo, Javier Botet, ya reconfirmado como un imprescindible en la comedia española actual. Carlos Chamarro, Carolina Cerezuela, Marta Belenguer, Alex O’Doherty, Manuel Galiana y Esperanza Elipe tienen sus pequeños momentos. Ingrid García-Jonsson está mejor que en Explota explota.
Poco a poco Cámera Café, la película va triplicando su apuesta y volviéndose más loca escena a escena. Cuando llega el tercer acto no sé si ya he desarrollado síndrome de Estocolmo o es que Sevilla y compañía se han guardado los mejores gags para el final. ¿Es una buena película o todo lo contrario? Otra pregunta que, me temo, se queda sin respuesta. Y creo que eso es bueno.
Dicen que las mejores películas son las que al acabar dejan más preguntas que respuestas. Eso es lo que hace sin duda alguna Camera Café, la película, adaptación cinematográfica de la serie de televisión que Telecinco emitió entre 2005 y 2009. Cuando se acaba la hora y media de metraje de esta extraña comedia vienen a la mente preguntas como “¿Qué acabo de ver?”, o “¿Por qué?”.