Carlota Pereda lleva al cine 'La ermita' de los mitos y los traumas: "Todos llevamos un fantasma dentro"

Las ermitas son siempre lugares fascinantes y evocadores, rebosantes de leyendas y mitos del más allá. Puertas temporales entreabiertas por las historias cotidianas del más acá. Construcciones añejas, solitarias y alejadas en las que necesariamente pasan cosas. Algunas inexorables al paso del tiempo, otras poéticamente avejentadas. Cajas de sorpresas con un pasado encerrado dentro de sus corpulentos muros en permanente lucha para romper el ladrillo y alcanzar el presente. No hay ermita sin su memoria, sin su intriga, sin su suceso, sin su habladuría, sin su aventura, sin su cuento, sin su suceso más o menos paranormal.

Dentro cada ermita hay una película que pelea por salir. Esta, de la que estamos hablando, se titula precisa y sencillamente La ermita y parte de una famosa leyenda de Edimburgo que tiene lugar en el siglo XVII, cuando la peste arrasa con muerte las calles. La historia parte, concretamente, del Mary King's Close, un transitado callejón del viejo Edimburgo que quedó clausurado con familias enteras dentro tras la epidemia de peste. Reabierto al público hace unas décadas, se convirtió en una atracción turística por mantenerse intacto tres siglos después y comenzaron a surgir las historias sobre los fantasmas que lo habían habitado. Annie es una de las habitantes más conocidas de este callejón, una niña que 'descubierta' por una médium japonesa llamada Aiko Gibo que, visitando el lugar, sintió su presencia. Según el relato de Gibo, Annie fue una niña huérfana cuyo espíritu deambulaba desde hace siglos por el Mary King’s Close en busca de la muñeca que perdió y, por eso, desde entonces quienes pasan por allí dejan peluches que son donados cada poco tiempo a una asociación benéfica.

Fábula y realidad de la mano para viajar entre la bruma desde la Escocia de entonces hasta la actual Egiarreta, localidad navarra con una ermita con una leyenda idéntica y una tradición igual de curiosa. Allí encontramos a Emma (Maia Zaitegi), quien a sus ocho años, muñeca en mano, quiere aprender a comunicarse con el espíritu de una niña que lleva siglos atrapada en la ermita de su pueblo. Por eso, con una mezcla de inocencia, intuición y desesperación, Intenta convencer a Carol (Belén Rueda), una incrédula y falsa médium, para que le enseñe a hablar con fantasmas ya que, al mismo tiempo, su ayuda será el único camino para seguir unida a su madre enferma cuando ella muera.

"Partimos de la historia de una niña que estuvo encerrada por la peste, se muere y de repente se convierte en un motivo jocoso de llevar muñecas", apunta a infoLibre la directora Carlota Pereda, sobre este su segundo largometraje después de Cerdita, añadiendo: "Esa historia nos da un punto de partida para que nuestra protagonista quiera comunicarse con ella porque es el único fantasma niño que conoce y, por otra parte, lo trajimos a Navarra y Euskadi para jugar con todas estas fiestas populares que muchas veces parten de un motivo macabro y al final se convierten en una excusa para irse de choznas", añade divertida.

Es así como una historia fantástica y fantasmagórica baja a la realidad para oler a tierra, a vida y a muerte, convirtiéndose en una metáfora de la pérdida, el dolor y el trauma a través de las relaciones maternofiliales. Es por ello que, más allá de lo que pudiera ser una trama de género fantástico o de terror, la película "te hace reflexionar sobre la relación entre madres e hijas y las relaciones familiares en general", asegura a infoLibre Belén Rueda. "Ya nos ha pasado en algún pase que hay quien ha salido diciendo 'voy a llamar a mi madre porque la bronca del otro día no tenía ningún sentido', o 'hace mucho que no hablo con mi madre'. Te lleva a volver a pensar en determinadas cosas que sientes que te han hecho mucho daño y por eso las has mantenido años sin hablar, igual teniendo razón, pero que hay que hablarlas. Háblalas", reflexiona.

"Las historias de fantasmas son las historias de nuestros traumas. Vienen de los cuentos que se contaban junto al fuego y son, al final, historias que te enseñan a vivir", recalca Pereda, explicando que todos estos relatos en esencia hablan de la muerte, "de las personas que han quedado atrás y de no saber resolver esas mochilazas". "Por eso, esta película lleva al espectador a preguntarse cuál es su fantasma", plantea.

Rueda, por su parte, subraya que en La ermita "los fantasmas están dentro de cada uno" de los personajes. "Me gustan las películas de género porque son realidades que existen en la cabeza de cada uno de nosotros, que los demás no entienden. Pero existen y tenemos emociones y sensaciones reales, incluso físicas, externas, de miedo o tristeza", argumenta, para acto seguido apostillar con cierto tono jocoso que también ocurre con el "amor platónico, que te hace pensar que eso realmente está ocurriendo y olvídate, porque te hace comportarte de una manera absurda". "Todos estos fantasmas cambian también tu comportamiento visible", remata.

"Yo creo que en general escuchamos poco", lamenta la actriz, quien reconoce cierta presencia de nuestros fantasmas en nuestro alrededor sin que sea, lógicamente, algo físico: "A veces puede no ser algo que veas con tus propios ojos, sino una emoción que tú sientas de alguien que quieres que ya no está aquí y ha sido una pérdida. Así, de alguna manera, si recuerdas algunas cosas que te dijo o determinadas vivencias que tuvieras, te puede hacer reconciliarte con esa persona con la que a lo mejor tienes un nudo como el de Carol con su madre. No tienes que verlo o sentirlo físicamente tal cual, sino pararte, pensarlo y eso, de alguna manera, si es comunicarte con un fantasma, es un fantasma que tú tienes en tu cabeza pero que te produce emociones de tristeza, de alegría, de rabia... Más que creer en fantasmas es creer en que una comunicación siempre vale mucho más que un rencor".

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En esta línea se expresa también Loreto Mauleón, que en la cinta interpreta a la madre de Emma, cuando afirma que "siempre ha sido más fácil creer en algo para vivir, porque te mantiene más vivo, con más esperanza". "Personalmente, yo no me considero creyente pero siempre nos han obligado al 'esto o esto y hay que elegir', pero hay veces que no", indica, mientras su compañero Josean Bengoetxea completa: "¿Cómo quieres darle tú sentido a las cosas a las que no le ves solución? Pues no sé, voy a creer en algo de ahí fuera. Para eso tenemos también ese bagaje de leyendas de tradición oral al margen de las religiones".

Como médium farsante en la ficción, Rueda concede que en muchas ocasiones las personas acuden a personajes como ella por "pura necesidad de saber qué pasó, si esa persona está bien". "Gente con una situación muy extrema de dolor, de pérdida, de negación, que recurre a esto para recibir algún tipo de respuesta. Una respuesta que está en nosotros realmente, aunque no eres capaz de verlo, de manera que si ese médium te dice que sigas con tu vida y que ese ser querido está bien, bendito esa", reflexiona, no sin aclarar que "también hay mucho manipulador", por lo que hay que ir con cuidado al meterse en este mundo tan "peligroso".

"Todos tenemos una historia, todos llevamos un fantasma dentro o algo que nos marca", tercia Pereda, quien recuerda además que todos estamos obligados a "convivir con nuestros miedos y no podemos huir de ellos", algo a lo que le da la vuelta al asegurar que, al mismo tiempo, nuestro temores también "nos empujan a vivir y nos avisan del peligro". "Cumplen una función", resalta. Y explica la elección de una niña de ocho años para llevar el peso de esta historia: "Porque los niños todavía no saben distinguir qué es verdad de qué es mentira, no tienen sensación del peligro y cuando tienen un objetivo claro siempre van a por él. Además, ver la vida a través de los ojos de la infancia siempre llama a la magia".

Las ermitas son siempre lugares fascinantes y evocadores, rebosantes de leyendas y mitos del más allá. Puertas temporales entreabiertas por las historias cotidianas del más acá. Construcciones añejas, solitarias y alejadas en las que necesariamente pasan cosas. Algunas inexorables al paso del tiempo, otras poéticamente avejentadas. Cajas de sorpresas con un pasado encerrado dentro de sus corpulentos muros en permanente lucha para romper el ladrillo y alcanzar el presente. No hay ermita sin su memoria, sin su intriga, sin su suceso, sin su habladuría, sin su aventura, sin su cuento, sin su suceso más o menos paranormal.

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