‘Un desastre es para siempre’ o cómo batir todos los récords de vergüenza ajena con una película

Virginia Gardner y Dylan Sprouse en 'Un desastre para siempre'

Una posible forma de empezar sería con el “porno para mamás”. Esta etiqueta cutre empezó a sobrevolar la conversación cultural a principios de la década pasada, gracias al fenómeno Cincuenta sombras de Grey y a sus múltiples capas de significado. El “porno para mamás” no solo refería a un erotismo suave, supuestamente ideado para timoratas mujeres de mediana edad, sino también a un cambio progresivo en la manufactura literaria dentro del capitalismo tardío —la autoedición, el ingente contenido de Internet como atajo para manufacturar best sellers— y a un inesperado desvío de los romances young adult. Cincuenta sombras de Grey era, originalmente, un fanfiction de Crepúsculo donde E.L. James había querido “corregir” la castidad con la que se relacionaban sus jóvenes personajes, vestigio del mormonismo que profesaba su autora Stephenie Meyer.

Cincuenta sombras de Grey fue la punta de lanza de una tendencia internacional, que desde luego permeó la industria cinematográfica —las películas de Dakota Johnson irrumpieron en pleno declive de la comedia romántica tradicional de Hollywood— pero sobre todo afectó al mercado literario, desbordado por novelas calenturientas surgidas de Internet. Wattpad fue la plataforma perfecta para propulsar fenómenos comerciales: la saga After, inaugurada en 2014, era asimismo un fanfic donde la autora Anna Renee Todd se imaginaba en los brazos de los integrantes de One Direction. De forma que, cuando este compendio de ficciones condujo a una novela algo más ambiciosa, La idea de tenerte —llevada al cine hace poco con Anne Hathaway—, Robinne Lee se viera obligada a negar que el personaje masculino estuviera inspirado en Harry Styles.

Al margen de la edad que tuvieran sus personajes —la bisoñez de Mi primer beso también sale de aquí—, el código fuente se mantuvo más o menos intacto. Las protagonistas eran mujeres (jóvenes o adultas) de a pie, álter egos indisimulados de las autoras, que encauzaban su deseo sexual a través de hombres apuestos sin inquietud por torcer unas determinadas dinámicas de género: los hombres eran misteriosos y posesivos, deseaban que alguien les “salvara”, y las mujeres solícitas corrían a ello. La pulsión machista es omnipresente, casi inevitable, y ya estaba tanto en Crepúsculo como en Cincuenta sombras de Grey y también en cierta novela que se publicó con semanas de diferencia a esta, en 2011. Maravilloso desastre, de Jamie McGuire. Un desastre es para siempre es la secuela de la película que inspiró el año pasado. Así es como llegamos aquí.

Pero hay otra posible forma de empezar, que deje de lado los ideales ultraderechistas de McGuire —hoy firme defensora de J.K. Rowling, porque el mapa young adult es así de pequeñito— e ilumine una genealogía alternativa para Un desastre es para siempre. Esta nos conduce a la figura de Roger Kumble, dramaturgo que dio lo suficiente que hablar con sus obras teatrales de los años 90 como para poder escribir y dirigir, en su debut al cine, una actualización de Las amistades peligrosas de Pierre Choderlos de Laclos. Crueles intenciones fue un éxito comercial, una película descaradamente icónica a fuerza de explotar el atractivo de sus intérpretes esculturales y bañarlos en la radiofórmula: ese clímax al ritmo de A Bittersweet Symphony trascendiendo el solemne interés de Laclos por la decadencia aristocrática. Kumble, ante todo, es un sinvergüenza.

Volvió a demostrarlo con La cosa más dulce, film de culto trash con Cameron Díaz. En los años siguientes se perdió un poco, a base de encargos y coqueteos con las series de televisión, hasta que sin venir a cuento Voltage Pictures le ofreció en 2019 dirigir After: En mil pedazos. La mencionada saga de Renee Todd daría pie a cinco películas. Kumble solo dirigió la segunda de ellas pero aprovechó la tesitura: pudo incorporar a Dylan Sprouse —famoso rostro del Disney Channel de los 2000 junto a su hermano gemelo Cole— para completar el correspondiente triángulo amoroso, y además la misma Voltage le ofreció dirigir posteriormente una adaptación de Maravilloso desastre. Kumble pudo asimismo escribirla y producirla, alumbrando una producción tan distinta de After y sucedáneos que forzosamente tenía que haber mediado una considerable libertad creativa.

Vista ahora Un desastre es para siempre, aún así, es lícito pensar que Kumble se cortó un poco. Maravilloso desastre recuperaba a Sprouse como “chico malo”, y le introducía en un romance con Virginia Gardner. Las peripecias de Travis y Abby retenían la ranciedad habitual de estas ficciones, solo que aquí de una forma especialmente descarada: aunque el romanticismo se acabara imponiendo, la trama progresaba a través de constantes chistes guarros y giros cada vez más absurdos, con Travis ejerciendo de luchador callejero y Abby huyendo de un pasado ludópata en Las Vegas para protagonizar eventualmente a una imposible intriga criminal. Lo cursi se terminaba imponiendo sin embargo, pero no es lo que ha pasado en Un desastre es para siempre. En este caso no ha habido ataduras, Kumble ha podido ser exactamente tan gañán como quería.

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A priori Un desastre es para siempre quiere alargar la saga del mismo modo que Voltage pudo hacer con After. Parte de otro libro escrito previamente por McGuire, pero las estrategias para ello son chocantes. Un desastre es para siempre descarta la necesidad de complicar el romance de Travis y Abby con terceros e incluso parte de la culminación de dicho romance: a causa de uno de sus irresponsables desfases, Travis y Abby se han casado. Así que la trama se ocupa de su luna de miel en México, quedando suspendida de tal manera que el guion de Kumble pueda simplemente regodearse en el imaginario asentado por la primera película: Travis es un patán celoso y controlador, Abby una chavala excitada perpetuamente tanto por el atractivo de su pareja como por el tamaño de su miembro (algo que el guion muestra una gran insistencia en enunciar). Son dos personas disfuncionales y tóxicas, definitivamente un “desastre”, y se meten en líos sin parar.

Descartada la necesidad de que estos líos orienten un relato convencional —Travis debe superar sus celos, pero como en un momento dado se pone a pegar a la gente de la playa solo porque su pareja está haciendo topless… pues no es un relato demasiado convincente—, Un desastre es para siempre puede fluir con su propia y desnortada brújula. El film hace estallar todos los encorsetamientos de la tradición literario-cinematográfica donde se ha originado, para invocar con su demolición una energía reaccionaria que llega a fascinar en ciertos tramos. La película es chunguísima: misoginia y racismo a raudales —tremendo el gerente mexicano que interpreta el Steven Bauer de Scarface—, cruzadas con un guion que más que malo es negligente, y una puesta en escena de derribo que no teme usar ominosas animaciones reminiscentes al Flash para aderezar chistes.

Tal grado de infamia alcanza Un desastre es para siempre que la etiqueta pasa de ser la de un híbrido chalado entre young adult y porno para mamás a acariciar, con perdón, el punk, y revelar con ello una inesperada catarsis industrial. Las tensiones del modelo productivo se subliman, el gamberrismo de Kumble da paso a un documentado ejercicio de esperpento, y Un desastre para siempre resulta al unísono simpática y horrible, lúcida e imbécil. Un artefacto, en fin, con el que asomarse en grada preferente a muchas de las contradicciones de nuestra época.

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