Jason Statham es ‘A Working Man’ en otro tontísimo divertimento a mayor gloria de su carisma

Jason Statham en 'A Working Man'.

La estancia en el ejército marcó de forma indeleble a David Ayer. Él es el primero en admitirlo, aunque sus películas ya han sido lo bastante obvias a este respecto desde que su experiencia como submarinista moldeó el primer guion que le rodaron, U-571. Más tarde, cuando Training Day ya había dado a conocer su firma, el debut de Ayer tras las cámaras se centraba directamente en un militar veterano que quería rehacer su vida en Los Ángeles. Vidas al límite poseía tal ferocidad, estaba embargada por tanto dolor, que era difícil no percibir una sed autobiográfica en el retrato de Christian Bale. En su trastorno de estrés postraumático, en su incapacidad para la vida civil.

La modulación del carácter a través de la guerra es una preocupación recurrente en el cine de Ayer, de forma que la única película que ha hecho hasta ahora con capacidad de abrirse paso en el Hollywood de prestigio —sin que eso implique que sea buena— es la sombría Corazones de acero. Ayer quiso reflejar con la tripulación de este tanque en medio de la Segunda Guerra Mundial un estado de ánimo despiadado, entre el shock y la enajenación violenta, como peripecia fundacional para el carácter de cada personaje que le hubiera interesado jamás. Esto se extiende incluso a su gran blockbuster, el que muy posiblemente le haya partido la carrera en dos. Escuadrón suicida.

De alguna forma, el estrepitoso fracaso de Escuadrón suicida demostró que la reinserción no era posible. Una decepción semejante a la que sentía Bale en Vidas al límite cuando le ponían trabas a la opción de canalizar su agresividad respetablemente —esto es, a través de los cuerpos de seguridad del estado—, que en el caso de Ayer venía a constatar que la gran industria no estaba hecha para tipos como él. O igual esta es solo la historia que se cuenta a sí mismo, la que garantizó que fundara su propia productora en 2018 (Cedar Park) para alumbrar producciones a su gusto, de bajo presupuesto y convicciones que le encajaran. Así es como David Ayer encontró a Jason Statham.

Jason Statham tiene las palabras “reinserción fallida” escritas en la cara. Su rostro esculpido en hormigón aclara que ha tenido un pasado violento, que le ha dejado traumatizado, pero que quiere dejar atrás en pos de ser un ciudadano honrado. Un pasado que volverá puntualmente si alguien le fastidia a él o a alguno de sus seres queridos, y frente al cual él resultará poseer las habilidades apropiadas para reaccionar. La impronta cultural y mediática de Statham tiene, pues, el potencial de sublimar las preocupaciones autorales de Ayer, despojándolas de cualquier pretensión de solemnidad que pueda legitimar la élite de turno. Es capaz de reducirlas a su esencia, de dar con imágenes mucho más honestas y viscerales. Puede precipitar cosas como A Working Man.

A Working Man supone la segunda vez consecutiva que Ayer trabaja con Statham, tras el estreno de Beekeeper el año pasado. A Working Man tiene sus peculiaridades —es un guion de Sylvester Stallone, ahí es nada, y adapta unas novelas del mismo Chuck Dixon que en el mundo de los cómics es célebre por sus contribuciones a The Punisher—; ninguna de las cuales disimula un planteamiento muy similar a Beekeeper y una pretensión de engrosar ordenadamente la ristra de películas donde Statham se pone a repartir guantazos tras unos instantes de ligerísima duda. Porque claro. Su personaje, Levon, es un experto combatiente, algo que ha querido dejar atrás para reciclarse como albañil. Y sin embargo, en algún punto, habrá que volver a la acción.

La excusa aquí es que han secuestrado a la hija de sus empleadores, con quienes Statham tiene una relación tan familiar que ahoga cualquier pretensión de beligerancia proletaria que pudiera insinuar el título —también aquí similarmente a Beekeeper, donde Statham luchaba por… su casera—, y motivarán la previsible sucesión de enfrentamientos violentos. Siendo el argumento tan felizmente simple cabe aparcar de entrada cualquier reserva por si Statham se ha metido en una superproducción demasiado grande para brillar como sabe —ni rastro, por suerte, del atropello intolerable que fue el díptico de Megalodón—, y volver a preguntarse por el diálogo que establece el actor británico con un director que hasta hace no mucho parecía por encima de estas movidas.

Es fácil, entonces, retrotraernos a la relación de Statham con Guy Ritchie, que fue quien le descubrió y con quien ha seguido trabajando a menudo desde entonces: en películas mejores o peores, pero que siempre surgían de una delicada combinación de intuiciones estéticas. Ritchie no ha sido menos Ritchie por trabajar con Statham —quizá porque el estilo de Ritchie se construyó a partir de Statham— si bien no se puede decir lo mismo de Ayer, con una propuesta cinematográfica que terminó de confirmarse como totalmente banal en el momento en que llegó Statham y la devoró por completo sin traicionar ningún elemento sustancial de la misma. A Working Man es, en efecto, una película de Jason Statham. Hay que leerla como tal, juzgar sus méritos a partir de ahí.

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¿Es una buena película de Jason Statham, entonces? Mayormente sí. De hecho, sus puntos más flojos son en buena parte responsabilidad de Ayer. Las escenas de acción adolecen de sosería y están montadas con sumo descuido. Problema este, el del montaje, enfatizado por un guion que se complica innecesariamente la vida. Aunque es de agradecer el amplio abanico de personajes ridículos que se tiene que ir cepillando Statham —todos, por supuesto, mafiosos rusos—, el modo en que Levon se acerca a ellos expone a pasajes ortopédicos, cuando no incomprensibles. Que, además, expanden la duración a casi dos horas, por lo menos una hora más de lo que precisa.

Da la sensación de que David Ayer está trabajando nuevamente para DC, y hay tanto ruido como para que a A Working Man se le escape entre los dedos la contundencia que merece el carisma de Statham. Es un trabajo bastante menos equilibrado en ese sentido que Beekeeper —donde la dupla se beneficiaba de un punto de partida algo más imaginativo; esto es, más idiota—, si bien atina finalmente a ser satisfactorio gracias a la interiorización genuina del tipo de película que debe ser. Esto es: una obra que no solo celebre a Statham sino que además brinde nuevas citas y ejecuciones para engrandecer su mitología, a la vez que se las apaña para sintetizarla con acierto.

Hacia el final de A Working Man Statham, en medio de un tiroteo, observa a un enemigo y dice “vamos a matar a este tío”. Y acto seguido procede a matarlo. Tan sencillo como eso. Es lo que define al working man, al currante que es Statham esté en la película en la que esté, y a una carrera con unos principios mucho más sólidos que los que nunca hayan guiado a David Ayer.

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