Hip hop combativo en irlandés: 'Kneecap' es la versión politizada del '8 millas' de Eminen
¿Cómo de arrogante hay que ser para impulsar un biopic de Hollywood centrado en tu propia vida y protagonizado por ti mismo? Seguramente muy arrogante, y aunque es justo lo que Madonna está intentando hacer hoy —sumando que también dirigiría la película susodicha, si le dejan—, el caso de 8 millas tenía la particularidad extra de que Eminem apenas llevaba siendo famoso tres años. Como parte de una campaña promocional ridículamente efectiva 8 millas resultó por último un éxito de crítica y público en 2002, compitió en los Oscar, e hizo historia en un género tan hollywoodiense como el biopic musical, que nunca hasta ahora había lidiado con tal descaro y megalomanía. Quizá tuvo que ver que Eminem, además de rapero, fuera blanco.
Normalmente el rap canónico transita un precario equilibrio entre la denuncia de unas determinadas circunstancias sociales y una exaltación machirula del yo. Eminem fue el primero en aprovecharlo para vender su marca con la complicidad de Hollywood, haciendo lo propio 50 Cent tres años después con Get Rich or Die Tryin’. Aunque él no tuviera ni la mitad de éxito, 8 millas se mantendría como un desvío significativo en el biopic musical contemporáneo, no tan drástico como parece. Y es que lo que caracteriza al género en la actualidad es el absoluto control de la narrativa, ya sea por parte de los familiares de la criatura ilustre o por la criatura ilustre en sí, cuidando de que la película no se aparte de las las críticas y del relato mediático preferido.
Entendiendo esto y volviendo al rap, no hay tanta diferencia entre 8 millas y Straight Outta Compton. Los integrantes originales de NWA no protagonizaban este último film, pero los que seguían vivos ejercían de productores —Ice Cube era incluso interpretado por O’Shea Jackson Jr., hijo del mismo Ice Cube—, y a fin de cuentas se vendía otro panfleto rigurosamente construido, que reducía las reclamaciones originarias del grupo al hedónico “la vida es solo zorras y dinero”... con énfasis en el dinero. Aún así, asumir este tipo de jugarretas dentro del habitual rodillo mediático del pop debería ser insuficiente si estamos hablando de rap, de una cultura forzosamente callejera y reivindicativa. Debería haber alguna contradicción, un malestar pendiendo de las imágenes.
¿Lo había en 8 millas, en Straight Outta Compton? Quizá, solo que con un cariz melancólico escasamente emancipador. Los protagonistas salían de las calles para suscribir un relato de triunfo individualista, firmemente acotado por las convenciones del biopic. Prácticamente no quedaba otra porque, cuando el enfoque se reduce al ascensor social, todo está abonado para que el capital alivie la tensión de clase a través de sellos y números 1. Eminem y los NWA olvidaban las razones de su precario origen y se limitaban a luchar por sí mismos. Es lo que les diferencia de Kneecap, un trío de Irlanda del Norte famoso por rapear en una mezcla de inglés e irlandés. El asunto idiomático es por lo que luchan, lo que les define. Y lo que define su biopic estilo 8 millas.
Como Eminem a la hora de protagonizar la película de Curtis Hanson, Kneecap lleva siendo famoso muy poco tiempo, apenas un lustro. Lo forman Mo Chara, Móglaí Bap y DJ Próvaí, interpretándose a sí mismos en una película que dirige Rich Peppiatt, habitual responsable de sus videoclips. Todo queda en casa hasta el punto de que Kneecap podría entenderse como un elaborado complemento a la salida de su segundo elepé, Fine Art, publicado este mismo verano. Y aún así —aunque no sea descabellado reducir su entidad al autobombo—, la película posee un valor ausente en los biopics anteriores, por integrar un proyecto político concreto. A través de las letras y el idioma, Kneecap aboga por la autodeterminación lingüística de Irlanda del Norte. Lo hace desde una documentada conciencia histórica, a rebufo de los Troubles y del pasado del IRA.
Uno de los actores profesionales de la película es Michael Fassbender, y está encargado de interpretar al padre de uno de los miembros: un exmilitante del IRA que fingió su muerte y se halla en el exilio, remitiendo al Bobby Sands que el mismo Fassbender interpretara para Hunger. Durante uno de los flashbacks de Kneecap, el personaje de Fassbender propone a Mo Chara y Móglaí Bap que la próxima vez que vean un western, se imaginen la trama desde el punto de vista de los indios. Años después, ambos raperos sostienen que los traumas históricos forman parte de su ADN, y su discurso cala en quien será DJ Próvaí. Los tres, en definitiva, se descubren como los últimos en una cadena de injusticias sociopolíticas, experimentando una toma de conciencia que utilizará su idioma materno en pos de la independencia irlandesa y en contra del dominio británico.
‘Un desastre es para siempre’ o cómo batir todos los récords de vergüenza ajena con una película
Ver más
Los presupuestos de Kneecap son, sí, cristalinos. La sutileza está tan ausente como en las letras del grupo homónimo, prefiriendo los exabruptos como puntales de una obra con mucho de panfletario pero también, sin duda alguna, mucho de honestidad. Algo meritorio por cuanto su encaje en las ligas del biopic, replicando parte de su estructura y puntos climáticos, arroja en ocasiones cierta sensación ortopédica. Ocurre que el guion de Kneecap está atiborrado de subtramas y personajes secundarios sobrevolando la génesis del grupo. En general dichas subtramas buscan reforzar las aristas del proyecto político —la pareja de DJ Próvaí como activista republicana que persigue los mismos objetivos por otros medios, el citado personaje de Fassbender, el ligue inglés de Mo Chara—, pero a fuerza de acumularse algunas no cuajan, y producen un ruido innecesario.
El mejor ejemplo es la inspectora que interpreta Josie Walker, carismática pero finalmente perdida en un argumento enrevesado sin necesidad, que a veces no advierte la sencilla potencia de lo que late en su interior. Son las menos de las veces, por suerte. Contagiada por la rabia del trío, Kneecap tiene un desarrollo eléctrico, donde Peppiatt muestra gran intuición a la hora de asimilar referentes cercanos. Su ritmo ágil, abundante en digresiones y caprichos visuales, remite al Danny Boyle de Trainspotting. Al tiempo que su ligereza de fondo, bañando a los personajes en una suerte de humildad obrera que tampoco se da mayor importancia, recuerda a cuando Alan Parker orquestó en la vecina Dublín una película tan encantadora como Los Commitments.
Sumando todos estos aciertos al énfasis depositado en las rimas de Kneecap —cada set pièce musical es arrebatadora—, la película de Peppiatt se consolida como gran adición a un nuevo canon alternativo del biopic musical. Uno donde marida felizmente con la producción española —en torno a Segundo premio y La estrella azul— al separar la música de los individuos para asentarla en las ideas, los espacios y las vivencias colectivas. Definitivamente, la arrogancia rapera no era suficiente.