‘La vida padre’: Comedia con corazón pero sin gracia

Fotografía de la película "La vida padre".

La comedia española lleva unos cuantos años necesitando un buen revulsivo que renueve tendencias, tics y vicios. Desde Ocho apellidos vascos parece que no podemos escapar de ciertas cosas que se arrastran hasta La vida padre, que llega a los cines casi una década después pero parece cocinada en la misma olla, con los ingredientes sobrantes.

Me van a perdonar las metáforas facilonas para hablar de esta película ambientada en el mundo de la cocina. El protagonista es Mikel, un chef de éxito de Bilbao interpretado por Enric Auquer, una de las miradas más potentes del cine español reciente junto con la de Nacho Sánchez. Mikel tiene un restaurante de nouvelle cuisine, cocina fusión, o en cristiano, una pijada con la que los bilbaínos se sienten bastante estafados cuando van a probar el sitio de moda. Todo le va bien a Mikel, a punto de conseguir su tercera estrella Michelin, hasta que aparece de la nada Juan (Karra Elejalde), su padre, chef original del restaurante al que consideraban muerto desde 1990. Juan no recuerda quién es ni sabe dónde está. Por suerte, una doctora intentará ayudarle mientras se postula como pretendiente del hijo. 

La vida padre es una mezcla de la saga Ocho apellidos, Ratatouille y Pesadilla en la cocina. Bienintencionada y formulaica, no aporta nada nuevo ni lo pretende: está llena de chistes ya oídos y escenas ya vistas (el baile en la discoteca, el karaoke en la ducha), y en todo momento sabes que el chico conseguirá a la chica, el restaurante saldrá adelante y todos serán felices. Precisamente por eso, puede que para algunos paladares funcione como un plato de lentejas hecho por la abuela. A otros nos gustan las lentejas con vinagre.

Las mejores comedias son las que no se olvidan de la compasión que tiene que haber detrás del chiste. Podríamos decir que La vida padre es consciente de eso, pues el guion de Joaquín Oristrell consigue dibujar un puñado de personajes humanos y vulnerables. En el centro de la película está la bonita historia de un hombre que descubre que sigue necesitando a su padre, su cariño y su validación. Además, la dirección de Joaquín Mazón es elegante y correcta, y la fotografía de Ángel Iguácel lo reviste todo de un estado de humor sensible y nostálgico. 

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Es precisamente la comedia lo que falla. El humor de los chistes está tan pasado que tiene un regusto ácido, a las interpretaciones, a excepción de la de Elejalde, les falta sal, y no hay ningún control de los tiempos cómicos. El tópico del personaje que descubre con recelo e incredulidad todas las modernidades recuerda a cientos de títulos desde E.T., el extraterrestre (citada explícitamente en la película, quizá para evidenciar el homenaje) a 7 vidas (fantástica sit-com que ha envejecido mal por culpa de su protagonista). Tampoco funciona la historia de amor, en parte por una absoluta falta de química entre Auquer y Megan Montaner, pero sobre todo porque las subtramas están directamente crudas.

Lo mejor que se puede decir de La vida padre es que es una película digna: un plato comestible, aunque bastante soso. Es mejor que muchas otras comedias estrenadas en los últimos años, aunque no llega a tener el encanto y la gracia de, por ejemplo, la reciente Voy a pasármelo bien. Se disfrutan las postales de Bilbao, la dimensión culinaria y las pullas contra la gentrificación (“-Sigue siendo un ‘mercao’. -Pues no huele a ‘mercao’”).

Mikel se ve obligado a aprender que su cocina es una cosa sobrepreciada y ambiciosa en la técnica, pero sin sabor ni sustancia. La película se podría aplicar esa misma lección.

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