‘La voluntaria’, una incómoda mirada a la crisis de los refugiados con una arrolladora Carmen Machi
Nely Reguera forma parte de esa nueva generación de directoras que ya nos ha dado varias alegrías este año (Alcarràs y Cinco lobitos). Nuevas, que no necesariamente jóvenes: dice mucho de la industria, por mucho que hablemos de una explosión de voces femeninas, que una mujer de 43 años esté estrenando solo su segunda película. Hubo un periodo de siete años entre su aplaudido cortometraje Pablo y su debut en el largo, María (y los demás), y, a pesar de las buenas críticas y algunas nominaciones en los Goya, han tenido que pasar seis años más para que podamos ver esta La voluntaria.
Presentada a competición en el último Festival de Málaga (en el que Cinco lobitos no dejó premios libres para casi ninguna otra película), La voluntaria es la historia de Marisa (Carmen Machi), una mujer que se ofrece a colaborar con una ONG prestando su ayuda en un campo de refugiados en Grecia. En cierto sentido parece ser la señal de que esa generación de directoras de la que tanto hablamos está entrando en una etapa de madurez en la que las historias empiezan a ser más diversas y a dejar atrás lo íntimo, lo familiar y lo autobiográfico.
Que no es necesariamente bueno en sí mismo. María (y los demás) lanzaba una mirada llena de ironía y autoconsciencia a la insatisfacción de una generación, cercana en espíritu (que no en estilo ni geografía) al mumblecore estadounidense que tuvo entre sus mayores exponentes películas como Frances Ha de Noah Baumbach y series como Girls de Lena Dunham (protagonizadas ambas por mujeres que tenían mucho en común con la María que interpretaba magistralmente Bárbara Lennie). En ciertos aspectos aquella era una película más redonda, estimulante y, desde luego, divertida, que La voluntaria.
Reguera vuelve a repetir con sus coguionistas Eduard Sola y Valentina Viso para escribir una historia más seria y concisa (tanto en sus temas como en sus personajes: la coralidad desaparece para dejar paso a un relato centrado y limitado a un único punto de vista, el de Marisa). Pero claro, ese “no lugar” donde se desarrolla la acción, el campo de refugiados, no se presta al humor, aunque algunos puedan confundir la naturalidad y la llaneza de Machi por una dimensión cómica que aquí no está por ninguna parte.
Uno puede medio sonreír cuando reconoce a su madre, y a cualquier madre, en esa señora obcecada en sus costumbres, pero la sonrisa será en todo momento amarga, porque La voluntaria es ante todo el retrato de una mujer sola, desesperada por encontrar una función a su vida como jubilada tras haberla dedicado siempre a cuidar a otros, en casa y en el trabajo. La interpretación de Carmen Machi es, para sorpresa de nadie, arrolladoramente humana y emocionante, como es capaz de estar incluso en las comedias más supuestamente formulaicas y comerciales (su papel en Amor de madre de Netflix es igualmente una interesante exploración de la figura de una mujer de mediana edad ignorada, menospreciada e insatisfecha).
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Lo que hace que La voluntaria no sea tan redonda o tan potente como la anterior de Reguera u otras dirigidas por sus coetáneas es que hay dos películas en ella, y ninguna de las dos acaba siendo totalmente satisfactoria. Por un lado está esa fábula personal de una mujer sola, que, tan desesperada como equivocada, intenta adoptar a un niño huérfano, saltándose todos los procedimientos y poniendo en peligro tanto al niño como a sí misma. Por otra, hay una mirada sociopolítica de fondo a la problemática de los refugiados que pone de manifiesto tanto la ineficiencia de la Unión Europea ante esta crisis humanitaria como la frustración de las ONG, grupos que intentan ayudar pero corren el riesgo de atascarse con sus propias contradicciones y lentas estructuras burocráticas.
En lo formal, Reguera opta por la sencillez y prima ante todo la claridad y la mirada directa a una Carmen Machi que está en el centro del relato, tanto narrativa como visualmente. Sencillez y claridad, quizá, como cebo para engatusar al espectador. Porque una vez que estamos dentro, La voluntaria plantea cuestiones muy incómodas y se niega a dar respuestas fáciles. No hay blancos y negros en el choque entre dos generaciones que quieren ayudar y luchar contra la injusticia, cada una a su manera; ni en esa jubilada subestimada y motivo de risa que tiene décadas de trabajo a sus espaldas y podría ponerles caras, nombres y apellidos a los culpables de la mala gestión pública y la precariedad que ha surgido de ella; ni en la imagen de unos refugiados que afrontan con estoicismo y resignación años de pobreza, falta de vivienda, trabajo y educación.
Y desde luego no hay salidas cómodas en las decisiones que toma Marisa, una mujer europea que supuestamente quiere ayudar pero está motivada en todo momento por la culpa, la soledad, la falta de amor y la búsqueda de algo que ha perdido, y acaba utilizando a un niño sirio como si fuera un perrito del que se puede encariñar, ponerle un collar y sacarlo a pasear. En eso acierta de lleno Nely Reguera con esta segunda película: el mejor cine social hay que hacerlo desde lo más intrínsecamente personal.