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El cineasta que encontró, perdonó y filmó al guerrillero de las FARC que secuestró durante 600 días a su madre
Comprender lo que está sucediendo en Colombia no es una tarea sencilla. Lo que empezó como la respuesta a una reforma tributaria que cargaba aún más las tintas en la clase trabajadora se ha convertido en un estallido social que el Gobierno de Iván Duque solo es capaz de contrarrestar con violencia.
Del otro lado, un documental de Iván Guarnizo que se estrena este sábado 5 de junio en la Sección Oficial del Festival de Málaga, ofrece de forma indirecta una mirada que puede ayudar a entender el camino hasta aquí. La película sigue el viaje de Iván y su hermano Papeto por intentar dar con alguno de los antiguos miembros de las FARC que secuestró a su madre. Beatriz Echevarry estuvo 603 días cautiva en la selva colombiana.
Sin embargo, el diario que sus captores le permitieron escribir reveló una compleja relación de cariño y respeto mutuo entre Beatriz y Güérima, el exguerrillero que quedó a cargo de ella durante aquellos meses. La aspiración de comprender este vínculo es el centro del viaje físico, emocional y cinematográfico que emprende Iván Guarnizo en Del otro lado. La siguiente conversación es un intento por describirlo y por discutir si es posible extrapolar esta forma de cicatrizar heridas a toda la sociedad colombiana.
PREGUNTA: Percibo Del otro lado a la vez como un viaje emocional y como un trayecto de raciocinio. Es emocional porque es una forma de honrar la memoria de tu madre y porque está cargado de sentimientos a flor de piel. Pero es al mismo tiempo un intento por comprender racionalmente el cariño que tu madre llegó a desarrollar por quien la tuvo retenida casi dos años. ¿Cómo fue manejar todas estas contradicciones a lo largo del documental?Del otro lado
RESPUESTA: Digamos que de eso se trataba, de ese viaje emocional pero también mental. Me fui dejando llevar por lo que iba descubriendo y por lo que yo mismo me iba preguntando. Cada cosa que descubría era un reto emocional y al mismo tiempo un reto intelectual. Tenía que pensar en términos emocionales, pero también en términos cinematográficos cómo retratar todo lo que iba sucediendo. Una de las cosas más difíciles fue imaginar cómo podía mostrar algo que yo mismo estaba viviendo y que todavía tenía que procesar. A veces ganabas la emoción y otras ganaba el raciocinio.
Es el viaje emocional más importante que he hecho en mi vida. El viaje físico en el que me adentré en la selva junto con mi hermano se convirtió en un viaje de proporciones épicas para mi vida, lo cambió todo.
P: A lo largo del documental tu familia y tú os topáis con todo tipo de dificultades a la hora de dar con las personas que secuestraron a tu madre. ¿Temiste que acabase resultando imposible? ¿Habrías sacado la película sin el encuentro con Güérima, el guerrillero que cuidó de ella durante el cautiverio?
R: No sé si podría no haberse hecho, pero sí hubo un momento en el que estuve a punto de soltar la toalla en la búsqueda de alguien implicado en el cautiverio de mi mamá. Cuando ya llevabas dos años buscando insistentemente y no hacía más que encontrarme callejones sin salida (la cosa en Colombia se estaba poniendo bastante oscura con los continuos asesinatos de excombatientes), me empecé a preguntar si tenía que hacer una película sobre el fracaso mismo de la paz. Sobre no poder dar la mano y caminar hacia ese otro lado. Pero antes de hacer esa película sobre el fracaso tenía que reponerme del fracaso mismo de no haber encontrado a Güérima ni a ninguno de los captores.
Esto me duró un par de meses, hasta que ocurrió algo realmente muy cinematográfico. El día en que comenté esta idea de que se convirtiese en una película sobre el fracaso con la coguionista por la mañana, por la tarde recibí el teléfono de Güérima y pudimos hablar. En el momento en que solté, de alguna manera el universo se acomodó y me dejó seguir.
P: En su secuestro, tu madre escribió un detallado diario que pudo llevarse con ella cuando fue liberada. Podríamos decir que ese diario es el primer guion que tuvo la película, un mapa con el que comenzar a orientarse. ¿Volvías mucho a él durante el proceso de grabación y el montaje?
R: El diario definitivamente fue una especie de columna vertebral. Uno de los trabajos más complicados que hice junto con la coguionista, Nuria Polo, fue la edición emocional e intelectual del diario. Durante el viaje que hicimos primero a la selva y luego a la montaña leí el diario y fui descubriendo las relaciones y vivencias de mi mamá durante el secuestro.
Cuando tuvimos que montar la película, de 603 días recopilados terminamos seleccionando no sé si siete o diez días en total. Los formatos de diario no son tan concisos como a uno le gustara, ya que uno muchas veces escribe lo primero que le pasa por la cabeza. Poder transmitir lo que uno siente la primera vez que leo el diario de verdad es complicado y requería un trabajo de edición. Pero el diario nos acompañó siempre y hasta el último minuto estuvieron entrando y saliendo partes del diario. Incluso me planteé incluirlo íntegramente, pero iba a ser insoportable para el espectador.
Fue para mí la mejor clave para entender mi mamá. Contrastarlo con los lugares donde ella estuvo y con el encuentro con Güérima fue lo que siempre me daba lo que mi mamá podría estar pensando. Me transmitía emociones directas que ella había vivido.
P: El diario es uno más de los objetos cargados de significado que aparecen a lo largo de la película. Puede que el más inolvidable sea esa aguja de croché creada a partir del plomo de balas fundidas. Hay una relación entre lo material, lo simbólico y lo emocional poderosísima. ¿Qué implican estos objetos para ti?
R: La aguja de ganchillo me parece de un poder simbólico muy potente. Cuando lo leí por primera vez en el diario, cuando la tuve en la mano y me di cuenta de que Güérima la había creado fundiendo sus balas para transformar un objeto de muerte en un objeto para crear vida, me di cuenta de que en ese momento habían empezado a tejer la paz de alguna manera. Es un objeto increíblemente potente que representa la reconciliación.
También hay un momento donde menciono el abanico de mi madre. Durante el secuestro, tanto Güérima como su primo Julio [cautivo junto a Beatriz] se lo arreglan varias veces. Yo siempre veía ese abanico como su piel, que iba reparándose de una situación muy complicada. Ese abanico quedó muy maltratado, pero cogió una solera muy potente por todo lo que vivió. Igual que mi mamá.
P: El encuentro con Güérima sin duda el clímax emocional de la película. ¿Cómo fue combinar tu enorme implicación personal con el hecho de estar realizando una pieza documental? Pienso, por ejemplo, en que la película se va a negro en cuanto Güérima pide que paréis la filmación porque está emocionándose.
R: Es lo más difícil que he hecho en mi vida. No habría sido posible sin el equipo que tuve alrededor. Sin el director de fotografía que es Carlos Villaoslada, que me entiende sin que tenga que decir nada. Él y Nuria Polo hicieron una cosa muy importante: ayudarme a tener la distancia necesaria sin que se volviera fría. Me permitían perderme en la emoción cuando era necesario, como ese momento que mencionas. Carlos entendió que tenía que cortar sin que yo le dijera nada. Me dejó a mí vivir ese instante como personaje. En el momento de ese corte yo estaba también con la garganta hecha un nudo.
Pero había momentos donde yo tenía que decir “está bien, vamos a poner otra vez la cámara y volver a empezar a hablar con Güérima”. Él en ese momento no quería ser grabado, pero le dije que eso era lo más importante que podía hacer y decir por mi mamá porque es lo que define la relación entre los dos. Mi equipo me proporcionó el espacio para sentir emocionalmente lo que estaba sintiendo, y con ello poder decir después que había que seguir filmando y seguir hablando.
También fue posible por supuesto gracias a Güérima, que me permitió que le pusiese la cámara en un primer plano que da pie a un momento tan espacial. Creo que es el lugar al que lleva toda la película. Emocionalmente fue muy potente para mí, y creo que para la película también lo es.
P: Es una escena que ejemplifica el papel central que tuvo la violencia en la sociedad colombiana y una posible vía para dejarla atrás. ¿Cómo estás viviendo la dramática situación de tu país, donde la violencia, muy especialmente la ejercida desde el Estado, ha vuelto a ocupar un papel central?
R: Hay tanto que decir… La situación que se está viviendo en Colombia tiene varios orígenes. Es muy doloroso primero vivirla desde España. Hace unos días se cumplió un mes de paro y de represión increíble.
Creo que los Acuerdos de Paz que se firmaron en 2016 con las FARC han permitido que la gente salga a protestar en Colombia como nunca lo había hecho. Antes de que se firmaran los Acuerdos, la marcha social y la manifestación estaba muy vilipendiada por el Estado. Cualquiera que se manifestaba era tildado de guerrillero. Por ello muy pocas veces las manifestaciones tenían tanta fuerza, aunque por ejemplo hubo importantes manifestaciones estudiantiles en 2011, pero eran muy esporádicas. Desde la firma de los Acuerdos, se le ha caído un poco la careta al Estado. Siempre habían utilizado esta estigmatización de la protesta social para echarle la culpa de todo a las FARC. Cuando deja de existir, empieza a salir más gente a la calle.
Eso se combina con un año de pandemia y de brutal crisis económica en donde la gente empieza a pasar hambre. A este Gobierno indolente se le ocurre presentar una reforma tributaria que iba a perjudicar a los más pobres cuando la gente llevaba días o semanas sin comer. Ahora la protesta se ha convertido en un estallido social incontrolable en muchos sentidos. No se trata de que el Gobierno dé unas cuantas prebendas, se está pidiendo un cambio mucho más grande, un cambio como yo nunca había visto en Colombia.
Papeto Guarnizo y su hijo.
P: ¿Crees que una solución basada en la comprensión, la aceptación o el perdón es extrapolable al conjunto de la sociedad colombiana?
R: No soy quién para decirle a las víctimas cómo tienen que resolver sus dolores, pero sí puedo decir que fue la manera en que yo los resolví. Creo firmemente en la utilidad de mirar a los ojos a las personas que te han podido hacer daño, que ellos te conozcan y decirles lo que pasó, pero también escuchar sus dolores.
El director de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, el padre Francisco de Roux, dijo que si en Colombia tuviésemos que hacer un minuto de silencio por cada víctima de la guerra del Estado colombiano estaríamos 16 años en silencio. En Colombia hay más de ocho millones de víctima, somos más de un 25% de la población. Todos hemos sufrido de alguna manera. Sentarse y escuchar activamente a la persona delante de uno, y que se esa persona te escuche, podría resolver muchas cosas. Pero también entiendo que hay heridas muy profundas que no son tan fáciles de sanar. Esto puede ser un paso importante, pero no sé si es el único.
¿Y si no todos los cinéfilos huelen a tabaco y alcohol?
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P: Para terminar, me interesan muchos los momentos familiares previos a que tu hermano y tú emprendáis la búsqueda. Pienso en la atención que prestas a tu sobrino. ¿Ves en su generación la esperanza de construir otra Colombia?
R: Me gusta mucho que saques esa parte, mi otra escena favorita de la película junto al encuentro con Güérima. La conversación que tienen mi hermano y mi sobrino en la hamaca es muy importante porque hablar con nuestros hijos, contarles nuestros dolores y que ellos entiendan Colombia de una manera más profunda puede dar lugar a una juventud diferente.
En muchos muchachos que ahora tienen 18, 19 o 20 años y están en las manifestaciones luchando por una Colombia distinta y que no son violentos siento algo de esperanzo, creo que son una gran muestra de dignidad. Mi sobrino en esa secuencia es un ejemplo de esa dignidad. Obviamente tiene miedo por el viaje que va a emprender su papá, pero también quiere comprender más profundamente a su país, a un país tan complejo.