Música

La comunión de Paco Ibáñez

Paco Ibáñez en concierto.

Paco Ibáñez se había propuesto demostrar que las cuatro lenguas del Estado español “viven en armonía”. Y se había propuesto demostrarlo en Madrid, capital del reino, con tres fechas (del 6 al 8 de mayo) en el Teatro Apolo, bajo el título de Palabras con alas. Se había cargado, para ello, con cuatro razones: los cuatro poetas que le acompañaban en el escenario durante la primera mitad del concierto, Joan Margarit, Luis García Montero, Bernardo Atxaga y Antonio García Teijeiro. O, más bien, del recital, palabra con la que solía anunciarse el músico en los antros que le acogieron durante los comienzos de su carrera. Ya sea porque cayó en desuso esa denominación, ya sea porque lo hizo el carácter litúrgico del evento, lo cierto es que los recitales pasaron a ser conciertos. El sábado, durante dos horas, Paco Ibáñez recuperó el recital y la liturgia.

La idea de unión —desde la diferencia, desde el respeto— estaba presente desde el planteamiento mismo del espectáculo, en el que, durante la primera parte, los escritores iban leyendo poemas en su lengua materna, a los que el músico respondía con una canción en el mismo idioma. Así, si García Montero leía sus versos “La poesía”, “Huerta de San Vicente” o “Democracia” —con esta introducción: “Estamos todavía en lucha para dignificar lo que algunos llaman democracia y que está en su boca cargada de carencias”—, Ibáñez respondía con la “Balada del que nunca fue a Granada”, de Alberti. Si Bernardo Atxaga leía sus obras en “lengua vasca”, ante la perplejidad y la atención de un público poco acostumbrado a escucharla, el músico cantaba en el idioma de su caserío de infancia a Cesare Pavese traducido al euskera. Lo mismo con Teijeiro, del que Ibáñez ha musicalizado varios poemas. Y Margarit, que lanzó "Llibertat" –también lo leyó en el acto de infoLibre a favor de la libertad de expresión esa mañana—y "Casa de misericordia" y se vio respondido con “Barques de paper”, con versos de Salvador Espriu.

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Pero la comunión tenía también un carácter religioso, místico. Quizás por el raro ascetismo del músico, ataviado siempre del mismo color negro, con la misma guitarra, en un escenario desprovisto de artificios ni iluminación elaborada. Quizás por la capacidad del cantautor para convocar la memoria emocional, los ritos sentimentales, de varias generaciones desde los años setenta. Él mismo lo dijo al final de la primera parte, cuando invitó a los poetas y al público a entonar “Andaluces de Jaén”: “Quiero que la cantéis como una oración, pero que se oiga”. Se oyó bien al repleto teatro Nuevo Apolo, y los aplausos encendidos fueron el amén de esa misa laica. Un ritual que llegaba hasta la infancia —la propia, la de los hijos, la de los nietos— con los aires de “Érase una vez”, o a la juventud con la siempre emocionante “Palabras para Julia”. Con esa canción, quizás como con ninguna otra, es capaz Paco Ibáñez de ejercer de punto de encuentro –sacerdotal o chamánico— de la catarsis emocional de esos miles de personas que le siguen aún, a sus 82 años, y que la conocen desde un lugar que trasciende incluso la memoria.

La suya es también una comunión de común, de comunidad. La unión del pueblo frente a la competencia y el individualismo de “Me lo decía mi abuelito”, en la que José Agustín Goitysolo respondía con olvido a los malos consejos de familia: “La tierra toda, el sol y el mar, / son para aquellos que han sabido / sentarse sobre los demás”. Ibáñez continúa esa resistencia recordando la vigencia de una canción “aparentemente inocente, pero muy acertada teniendo en cuenta la actualidad”. Y lo hace también a través de Georges Brassens (“el más grande trovador que ha parido la humanidad”) y su “La mala reputación”. Frente a la extraña moral del mundo, que les resulta ajena, ambos cantautores proponen “su propia fe”. Una fe, y este es otro elemento de unión, inequívocamente de izquierdas. Como la de su público, que se arrancó en varias tandas de aplausos cuando el músico entonó “Guitarra en duelo mayor”, de Nicolás Guillén —más conocida como "Soldadito boliviano"—, dedicado al “héroe” Che Guevara. Y que pidió insistentemente “A galopar”, tema que Ibáñez fue reacio a cantar durante una época para evitar que se convirtiera “en un divertimento”.

En cualquier caso, es evidente que Paco Ibáñez sigue en comunión con su público, que le ha seguido durante parte de su carrera —la edad media en el teatro podría superar los 50— y que no le tiene en cuenta la pérdida de potencia vocal (cosas de la edad), más que compensada con calidez, humor y trayectoria. Precisamente, porque es un público que parece comulgar con el mensaje de Celaya en “La poesía es un arma cargada de futuro”, un poema de difícil musicalización y que el cantautor considera cada vez más “fundamental”: “No es una poesía gota a gota pensada. / No es un bello producto. No es un fruto perfecto./ Es algo como el aire que todos respiramos / y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos”.

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