Literatura

Las Conchitas Wurst de la literatura

Las Conchitas Wurst de la literatura

El triunfo de Conchita Wurst, ya perdonarán la frase hueca y manida, no ha dejado indiferente a nadie. Basta con repasar las reacciones de unos y otros.

Ésa que durante días fue presentada, por afán reduccionista o por pura vagancia, como "la mujer barbuda" (lo que pudo llevar a algún espectador no muy atento a pensar que Austria estaba representada por una fémina con problemas hormonales... o a recordar a Magdalena Ventura, la barbuda de los Abruzzos inmortalizada por Ribera) terminó su singladura eurovisiva proclamando que el suyo era el triunfo de "aquellos que creen en un futuro sin discriminación y basado en la tolerancia". Para entonces, Conchita había dejado de ser un fenómeno de feria (nunca lo fue) o una drag queen revoltosa: la suya había sido una performance plenamente política en el más improbable de los escenarios.

Y con su imagen en la cabeza, empezamos a buscar "parientes literarios" de Conchita...

A bote pronto

Cuando le pregunto, Javier Sáez, sociólogo y traductor, autor del ensayo Teoría queer y psicoanálisis y traductor de ensayos firmados por Judith Butler, Monique Wittig o Judith Halberstam, evoca a Herculine Barbin (1838-1868), definida al nacer como mujer y "convertida" después en varón, que dejó escrita su vida (Memorias de Herculine Adélaîde Barbin), y cuyo caso interesó tanto a Michel Foucault como a la mencionada Butler, y en la que hay que pensar cuando se lee la peripecia de Cal Stephanides, el protagonista inventado por Jeffrey Eugenides para Middlesex. Menciona también a Anarcoma, el personaje de Nazario, de la que Santi Valdés escribió que era un híbrido de Lauren Bacall y Humphrey Bogart que se prostituye en Las Ramblas.

Luego, me da dos pistas.

La primera me lleva a Turquía, tras los pasos del detective travesti creado por Mehmet Murat Somer y protagonista de la serie de novelas Hop-Ciki Yaya, expresión ésta que, al parecer, era utilizada en los años 70 del siglo XX para denominar sin acritud a los homosexuales. ¿Capricho literario? En realidad, un desafío: "En muchos países, no solo en Turquía, las personas transgénero se presentan de una forma que no me gusta —declaró el autor—. Son presentados como superficiales o sin valores morales. Mi objetivo en estas novelas es hacer lo que Almodóvar hace en el cine: transformar lo negativo en positivo".

La segunda pista me condujo a Chile, a los textos de Pedro Lemebel, quien hace algunos meses presentó Poco hombre, una recopilación de 20 años de crónicas del lado salvaje de la transición chilena y de su propia vida, como escribió un cronista, "tan elogiada literariamente pero, a la vez, marcada por la violencia de quienes temen que 'se homosexualice la vida' en Chile".

De Lemebel dijo Roberto Bolaño: "Travestido, militante, tercermundista, anarquista, mapuche de adopción, vilipendiado por un establishment que no soporta sus palabras certerasestablishment , memorioso hasta las lágrimas, no hay campo de batalla en donde Lemebel, fragilísimo, no haya combatido y perdido". Y el propio Lemebel dice de sí mismo: "más que una construcción literaria, mi escritura es una estrategia", al tiempo que se confiesa seguidor de la estela de Néstor Perlongher, que le lleva a "abogar por 'las homosexualidades' que están en cada uno o una de nosotros, nosotras".

Dejémonos llevar...

Pido a Alberto Mira, especialista en cine, autor de De Sodoma a Chueca (Egales) y profesor en la Oxford Brookes University, que piense en "Conchitas Wurst literarias", tanto personajes como autores. Le pido también que se deje llevar, porque Conchita es muchas Conchitas: la mujer barbuda, el cantante homosexual, la drag queen provocadora, la activista que reivindica...

Él, a cambio, me pide que no mezcle drag, travesti, transexual y homosexual, realidades tan distintas. Y luego entra en el juego: "Si hablamos de grandes provocadoras que hayan hecho bandera de cuestiones de género, pues sin duda Djuna Barnes, Lord Byron, Truman Capote, George Sand, Oscar Wilde (aunque es un caso complejo... y pagó un precio). Con menos cuestiones de género, Tristan Tzara, imagino. En España, Álvaro de Retana sería un gran ejemplo. Fue una de nuestras grandes Conchitas. Si te refieres, específicamente a travestis, Catalina Erauso, la monja alférez, que escribió sus memorias. Pero en general no sé si hay constancia de escritores/as que hayan hecho oficio del travestismo hasta recientemente. Así en plan provocador, el chileno Pedro Lemebel. A mí Manuel Puig me parece que fue la Conchita del Boom, pero es que los del Boom eran como eran. Y por supuesto nuestra gran Conchita del posfranquismo fue sin duda Terenci Moix".

Detengámonos en dos referencias. La primera, Álvaro de Retana, de quien hace ahora 10 años Odisea Editorial recuperó sus dos novelas emblemáticas: Las “locas” de postín y A Sodoma en tren botijo, con una introducción de Luis Antonio de Villena, quien ya había publicado un biografía del autor titulada El ángel de la frivolidad y su máscara oculta (Pre-Textos). Villena habla de Retana como de un adelantado a su tiempo: "En esa idea de retratar la vida real de un grupo de gays que viven como tales, Retana fue un pionero. Se desmarca diciendo que él no tiene nada que ver con esa vida espantosa pero cuando lees la novela te das cuenta de que por supuesto tiene que ver, porque lo cuenta con total naturalidad, sin censura alguna".

La segunda, Catalina Erauso, la Monja Alférez, una de tantas mujeres que tuvieron que travestirse para salir adelante en un mundo de hombres. Es un caso más frecuente de lo que pudiera parecer. Otro nombre: el de Enriqueta Faber, de la que escribió (Travestismo, documentos e historia) James J. Pancrazzio. Faber asumió la identidad de hombre para estudiar cirugía en París, ingresó luego en el ejército napoleónico como médico-cirujano, fue hecha prisionera en España y escapo después a Cuba, donde llegó a contraer matrimonio con una dama cubana.

Una habitación propia

De paso, podemos traer a colación a todas esas escritoras que tuvieron que adoptar seudónimos masculinos para publicar en paz, por citar sólo a unas pocas: Mary Ann Evans se convirtió en George Eliot, Armandine Dupin en George Sand, Karen Blixen en Isak Denissen... ¿Y a la inversa? El argelino Mohammed Moulessehoul, quien tras haber publicado un puñado de obras con su nombre real eligió un seudónimo femenimo, Yasmina Khadra, para evitar la autocensura y garantizarse una cierta seguridad.

Le pregunto también a Mira si los drags, los travestis, tienen su espacio en la literatura universal. "Lo de 'su lugar' —me dice— es algo ambiguo. Como personajes en el siglo XX, tienen cierto lugar. Lo que pasa es que "escribir" en drag no es tan fácil como "hacer de" drag (por eso el tema quizá da más de sí en el cine). Pero varias cosas que igual matizan o igual complican. El teatro inglés isabelino y jacobino se hacía en plan dragdrag: todos los personajes femeninos los hacían mozalbetes. El juego de disfraces de comedias como Como gustéis o Noche de reyes no es casual. Hay drags en la obra de Puig. Pero igual tu pregunta era más literal. ¿Autores que fueran travestis o drags? Hasta recientemente poco, y canónicos a mí no se me ocurren más que gente como Harvey Fierstein (que es borderline porque hace teatro). Como personajes hay algo. En Angels in America, por ejemplo. En el musical Rent. En varios musicales, claro, como La Cage Aux Folles. La voz más drag que conozco en castellano es la de Eduardo Mendicutti. Aunque Pombo también ha escrito en primera persona con personaje de mujer, lo cual es, si lo piensas, un poco drag."

Para saber, para entender

Los ecos de Conchita no se apagarán tan fácilmente. Y no me refiero a las notas de su canción ganadora, sino a la fuerza de su reivindicación.

La certeza de que el prejuicio es fruto de la ignorancia ha llevado al diario británico The Guardian a elaborar una lista (abierta, un work in progress en el que solicita la colaboración de los lectores) con los mejores libros LGBT para niños, adolescentes y jóvenes adultos, aquellos que desafían la homofobia y la discriminación sexual. Aquí mismo lo escribimos hace un tiempo: la homofobia se cura leyendo.

Preguntamos a nuestros interlocutores. ¿Qué libro tenemos que leer? Son muchos, sí, pero si fuera uno solo... "Uno siempre va a ser incompleto —apunta, con toda justicia, Mira—, pero... Mother Camp, de Esther Newton fue a la vez fascinante y pionero. Ella trabajaba sobre los shows de drags en Estados Unidos en los sesenta y los setentadrags, es un ensayo sociológico y la primera vez que el tema se tomó en serio."

La homofobia se cura leyendo

La homofobia se cura leyendo

Otro importante: El género en disputa, de Judith Butler, obra fundadora de la teoría queer y emblema de los estudios de género, una lúcida crítica a la idea esencialista de que las identidades de género son inmutables y encuentran su arraigo en la naturaleza, en el cuerpo o en una heterosexualidad normativa y obligatoria.

Por fin, Javier Sáez propone una de cuya traducción es responsable: Masculinidad femenina, de Judith Halberstam, "un buen ensayo de cómo las mujeres han sido masculinas, muchas mujeres de muchas maneras, más allá de los estereotipos. Si alguien quiere un recorrido del travestismo como era en el siglo XIX, en el XX, las diversas formas de vivir la masculinidad, por mujeres, me parece muy importante".

Hay materia: a estudiar.

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