Cultura
La cultura abre el debate sobre la historia colonial española en un país con miedo a su propio pasado
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El vídeo está filmado en color, pero tiene la textura y los tonos amarillentos de los años sesenta o setenta. En él, una niña blanca toca la pandereta ataviada con algún tipo de traje regional que quizás al espectador pueda resultarle familiar. Corte. Abajo, en la calle, una multitud de hombres y mujeres negros baila unas danzas que quizás al espectador puedan no resultarles familiares. Corte. ¿Qué está pasando aquí? Lo que está pasando es el colonialismo español, encarnado en las vivencias de una familia española instalada en Guinea. Esta secuencia forma parte del documental Memorias de ultramar, estrenado el 28 de marzo por Filmoteca Española y construido a partir de 10 colecciones de vídeos caseros tomados en los últimos territorios de dominio español, como Guinea, el Sáhara, Tánger o el Protectorado marroquí entre la década de los cuarenta y 1975. Su estreno coincide con dos exposiciones: en el Museo Reina Sofía, Trilogía marroquí muestra el arte contemporáneo del país vecino entre 1950 y 2020; en la sede madrileña del Instituto Cervantes, Na linia secreto del horizonte recupera el legado hispanofilipino. En un país poco dispuesto a revisar su historia colonial reciente, la coincidencia parece llevar su propio mensaje.
“Marruecos es un país que está a 14 kilómetros de España pero del que no conocemos prácticamente nada”, dice Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía, en la presentación a medios de esta exposición. Y no es que esté solo a 14 kilómetros, también está a 45 años: si la dictadura franquista reconoció la independencia Marroquí en 1956, que puso fin al Protectorado español, Ifni seguiría siendo provincia española hasta 1969, y España no abandonaría el Sáhara hasta 1976. La exposición revela cómo las huellas de la colonización española se filtran en la cultura marroquí: la llamada Escuela de Tetuán, formada por artistas como Ahmed Amrani o Mohamed Chabâa, estuvo marcada por la educación hispana de la antigua capital del protectorado, y muchos de sus integrantes se formaron en instituciones españolas. “Es significativo que no se haya hecho una exposición como esta hasta ahora”, dice Borja-Villel. “Ellos sí que nos están mirando, pero nosotros no les estamos viendo en absoluto”. La muestra, en la que se ha trabajado durante cinco años, recoge 250 obras y ocupa buena parte de la planta del museo. Es, en sí misma, un gesto simbólico de peso sobre la relación cultural con Marruecos. Sin embargo, la muestra apenas recoge esa historia común: en las primeras salas se hace referencia al Protectorado y se recogen fotos de la firma por la que España reconocía la independencia marroquí. Apenas hay huellas del Sáhara, y cuando se habla de colonización tiene mucho más peso la huella francesa.
Algo distinto sucede en Na linia secreto del horizonte, que se centra justamente en la herencia hispana en Filipinas a partir de los fondos del Instituto Cervantes de Manila, que conserva algunas rarezas. En la muestra se pueden consultar ejemplares del Philippines Free Press, periódico bilingüe en inglés y español, gramáticas hispano-tagalas de principios de siglo o traducciones del Quijote al tagalo de los años cuarenta. Aunque la Revolución filipina y la guerra hispano-estadounidense pusieron fin a la ocupación española en 1898, la biblioteca del centro conserva diccionarios español-tagalo de los sesenta impresos en Madrid, e incluso algunas ediciones bilingües publicadas en los años noventa y dos mil. La exposición no niega, por tanto, el pasado colonial español, pero tampoco lo problematiza, centrándose en la celebración de la cultura hispana en las islas. Pero la relación con el español, idioma colonizador, en un territorio colonizado es problemática. “La lengua española constituyó una fuente de emancipación y una herramienta de comunicación entre las regiones multilingües del país”, se lee en una cartela, “durante un tiempo de protesta, de propaganda, de revolución y de guerra por la independencia”. Efectivamente, el castellano era el idioma de la administración y de la academia, y por lo tanto también el de las élites que acabarían reclamando la autonomía del país. Pero el español era también el idioma en el que escribía José Rizal, autor de referencia y héroe nacional, antes de que las autoridades coloniales españolas le ajusticiaran por sedición.
Una posición incómoda
“Queríamos entrar en confrontación con el discurso colonial oficial”, lanza Alberto Berzosa, director y comisario de Memorias de ultramar junto a Carmen Bellas. Abundaban las imágenes sobre la presencia institucional española en las últimas colonias, pero la perspectiva que buscaba era distinta. Con el apoyo de Filmoteca Española, y de sus homólogas de distintas comunidades autónomas, lanzaron hace un año un primer llamamiento para que cada institución revisara sus fondos a la caza de colecciones que pudieran servirles. Pero los creadores llegaron pronto a la conclusión de que allí no había material suficiente: ya en plena pandemia, extendieron la búsqueda a particulares, a conocidos de conocidos de conocidos, a los descendientes de antiguos colonos. Recibieron finalmente 20 colecciones, de las cuales seleccionaron una decena, cinco de Guinea, una de Tánger, dos del Sáhara y una del Protectorado. “La pregunta que nos lanzan esas imágenes es cómo gestionamos como españoles esa memoria, cómo hablar de esa alteridad desde la distancia”. Porque las cintas que componen Memorias de ultramar son complejas. Se ve en ella la admiración por el paisaje y la sorpresa ante una cultura que se considera exótica; la ternura del hogar y la familia y la desigualdad con los vecinos nativos.
Tráiler MEMORIAS DE ULTRAMAR (Carmen Bellas y Alberto Berzosa, 2021) from Filmoteca Española on Vimeo.
La posición de España es incómoda. En Marruecos, la tensión con Francia eclipsa la relación con España, pero las huellas hispanas en Tánger y el conflicto saharaui son testigos de un pasado común. Las cintas caseras de Memorias de ultramar evidencian este pedazo de historia olvidada, y lo hacen desde lo íntimo, desde unas vidas marcadas por ese encuentro, pero no ocultan la inevitable jerarquía que se establece entre el colono y el colonizado. La propia historia del español en Filipinas pone en evidencia lo difícil que es tratar estos temas: con la llegada de los estadounidenses, el español impuesto por los antiguos invasores pasa a reivindicarse como esencia de la cultura filipina, aunque la mayor parte de la población desconociera el idioma. Y, pese a que el español será luego defendido y hablado solo por los descendientes de los españoles, a menudo de clase alta, aún resiste el chabacano, lengua criolla del tagalo y el español, un idioma considerado vulgar que hoy se reivindica como patrimonio del pueblo. A las puertas de la exposición, recibe al visitante una grabación en este idioma, en la que Ralf Roldán, cónsul de la Embajada de Filipinas en España, lee un poema de Francis C. Macansantos, que escribió durante años en inglés hasta que se decidió a hacerlo en su primera lengua, el chabacano. “Hende mas nicisita man biaja / para sinti con hondura”, lee Roldán. En español: “No necesitamos viajar / para sentir con hondura”.
Annual, militarismo y pasados coloniales
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Una historia que aún no es historia
Younes Rahmoun es de Tetuán y prefiere hablar en español que en francés. Aprendió el dariya (árabe marroquí) de su madre y el español de la tele, igual que su padre lo estudió en la escuela. “Tenemos una herencia española, pero no solo de la época colonial, sino también de los moriscos andaluces”, reivindica en la sala de Trilogía marroquí dedicada a su obra, interesada en la comunión con el territorio y en la comprensión del sentido de la vida humana a través de la naturaleza. Desde que empezó su carrera, a principios de los dos mil, ve una constante entre los europeos: “Se asocia el arte magrebí a la artesanía, hay una parte de desprecio”. Además, los artistas se encuentran con la intermediación impuesta del Gobierno, explica, de manera que a menudo solo se dan a conocer los creadores seleccionados y promocionados por el Ministerio de Cultura, que deja de lado al underground. Sí cree que los 14 kilómetros que separan Marruecos de España parecen muchos más: “Este año hace un siglo de Annual. El conflicto siempre va a estar ahí, pero yo creo que puede haber una relación que no sea de guerra ni de colonialismo. No sé de quién es la culpa de que no nos conozcamos”.
Tampoco lo saben Carmen Bellas y Alberto Berzosa, pero tienen sus teorías. “Las imágenes que tenemos de las colonias viene del NO-DO”, dice ella. “No lo consideramos algo cercano, no lo hemos integrado y falta muchísimo trabajo que hacer”. Lo mismo dice su compañero. Este es el tercer documental de una serie de Filmoteca dedicada a los archivos fílmicos caseros; los primeros dos episodios estuvieron dedicados a la Transición y al exilio. “Esos momentos históricos están incorporados de manera natural a nuestra identidad, hay un consenso. Pero lo que tiene que ver con las colonias, sobre todo en África, está mucho menos explorado”, apunta Berzosa. Quizás, dice, porque “aún no es historia”: el conflicto del Sáhara está abierto, mientras que las relaciones con Marruecos —los lazos con su monarquía y el rechazo a su migración— y Guinea Ecuatorial —la concesión de la nacionalidad a los nacidos en la antigua Guinea española— aún están por resolver. Decía Carmen Bellas que queda muchísimo trabajo: su parte, dice, es rescatar estos archivos y ponerlos en valor. Un pequeño paso para un largo camino.