La deshonestidad del lenguaje político

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¡Fascista! ¡Comunista! ¡Dictador!

El aire parlamentario se nos ha llenado de palabras como piedras que, a fuerza de repetidas, pierden su significado. Se diría que la lengua no sirve para definir conceptos y transmitir ideas, sino sólo para influir sobre las cosas.

¡Traidor! ¡Tránsfuga! ¡Unionista!

En ocasiones, obedece a una forma de hacer política teorizada por Ernesto Laclau, para quien los significantes vacíos son capitales en política porque posibilitan la construcción de estructuras hegemónicas. Es decir, su presencia es condición sine qua non para la hegemonía porque cuando un "significante" no tiene "significado" puedes dotarlo del contenido que más te convenga.

Pero mucho antes de que el pensador argentino popularizara su teoría, en 1907, Elizabeth Severance y Margaret Floy Washburn definieron, en The American Journal of Psychology, el fenómeno por el cual la repetición ininterrumpida de una palabra conduce a la sensación de que la palabra ha perdido su significado. Y lo llamaron saciedad (también saturación) semántica. "Si miras continuamente una palabra (alternativamente, la escuchas una y otra vez), el significante y el significado finalmente parecen desmoronarse ―escribió casi un siglo después, en 2005, David McNeill en Gesture and Thought―. El objetivo del ejercicio no es alterar la visión o la audición, sino interrumpir la organización interna del signo... Continúas viendo las letras, pero ya no forman la palabra; como tal, se ha desvanecido".

Esta pérdida del significado (sentido) por parte del significante (entidad que se percibe a través de los sentidos), oculta un drama que ha preocupado a muchos. "Si algo sabemos los escritores —decía Julio Cortázar— es que las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres o los caballos. Hay palabras que, a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad".

Pero ya en el siglo V antes de Cristo, Tucídides dejó escrito que "cuando las palabras pierden su significado habitual, cuando se distorsionan para obligarlas a decir lo que interesa a cada uno de los contendientes en el espacio público, desaparece ya el fundamento sobre el que construir un mundo común conocido y sustentar la convivencia". Y antes incluso, Confucio lo resumió de forma certera: "Cuando las palabras pierden su significado, la gente pierde su libertad".

Una cita más, que nos permite abrir el campo: "Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo". El aforismo lo acuñó Ludwig Wittgenstein y en la opinión experta del Catedrático de Filosofía Jaime Nubiola encierra una gran verdad: "Las palabras no están asociadas mágicamente con las cosas, sino que significan lo que significan porque las usamos como las usamos. Por este motivo no aciertan quienes piensan ingenuamente que cambiando las palabras se cambia el mundo, pero sí podemos decir que, cuidando nuestras palabras, nuestra forma de expresión, cambiamos nosotros mismos, nos hacemos —al menos un poco— mejores personas. Por eso las palabras son tan importantes."

Las palabras y las cosas

Aníbal Martín es traductor científico (árabe, ruso, inglés) y acaba de publicar un capricho: Adunia. Colección de relatos etimológicos. Las etimologías nos fascinan por dos motivos fundamentales: el primero, "porque a poco que abres la puerta de los orígenes de las palabras te das cuenta de que conducen a lugares insospechados; que no son objetos aislados en los diccionarios, sino que llevan las marcas de quienes las utilizaron y modificaron y que, por lo tanto, conocer sus orígenes es conocer los nuestros"; el segundo, menos metafísico, es "la curiosidad; es un campo, el de la etimología, que se presta a la narración detectivesca y despierta ese instinto tan humano de querer saber más. ‘¿Y tú de quién eres, hija?’, se preguntan los vecinos del pueblo, en un contexto, y los etimólogos, en otro".

Explica Martín que las palabras tienen una doble faceta, la utilitaria (sincrónica) y la etimológica (diacrónica). "Se pueden usar de una manera completamente eficaz sin conocer sus orígenes, pero ese desconocimiento nos hace vulnerables cuando se utilizan para manipular, cuando deliberadamente alguien trata de pervertir su significado." Conocer los orígenes, asegura, es una herramienta más para luchar contra la deformación intencionada de los conceptos.

Luego, en un plano completamente distinto, el origen de las palabras da muchas pistas sobre la historia (por ejemplo, la toponimia): "Desconsiderarlo es prescindir de un punto de vista más sobre el mundo que puede ayudar a dilucidar acontecimientos pasados".

Le pregunto por todas esas cosas, acciones, emociones que vemos, emprendemos y sentimos en nuestro vivir cada día cuyos nombres no sabemos. ¿Qué sucede cuando no somos capaces de nombrar el mundo que nos rodea?

"Que generalizamos unas veces, frivolizamos otras… Y en ámbitos concretos como la política, que describimos el mundo en términos maniqueos. La riqueza léxica se traduce en matices, esos matices tan necesarios, por ejemplo, para llegar a acuerdos, para pactar. El problema no es tanto que se olvide el nombre de una profesión que ha desaparecido, el problema es que olvidemos los nombres de lo que aún existe".

Curiosamente, en estos tiempos de reseteado de palabras, cuando tanto se lamenta la pobreza del vocabulario de los más jóvenes, hay actividades que se sirven del lenguaje y lo exprimen hasta el último monema. Pienso en los freestylersfreestylers, que se enfrentan en peleas de gallos con picotazos improvisados crestado por un dominio inhabitual del lenguaje.

"Un buen vocabulario enriquece muchísimo el freestyle, en mi caso en concreto y en el de algunos que conozco, leemos mucho; al final, eso ayuda a tener vocabulario en el día a día y no solo a la hora de improvisar". Es Héctor Herranz Cuesta, Eude, autor de Hola, humano. "Para mí, las palabras son una milésima parte de una imagen", dice acogiéndose al comodín del refrán. Y más allá de las frases acuñadas: "Son nuestro mayor valor, algo tan conciso y a la vez tan interpretativo, algo necesario y nuestra mejor forma de comunicación y creación. La palabra lo es todo".

Eude, en la vida y en su actividad profesional, necesita de la palabra concreta para definir la acción, la situación o el momento determinado. Le interesa encontrar, pues, el vocablo preciso y también detectar esos que existen en otros idiomas, pero de los que aquí carecemos. "Hace unos años, y por pura curiosidad, empecé a investigar el origen de las palabras, y era súper interesante, descubrir palabras raras, que se usan poco… Sé que a la gente le encanta, aunque luego no tengan un uso práctico".

Nominar para cambiar el mundo

Se atribuye a Huxley la aseveración de que "cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje". Y el catedrático de Gramática Histórica Eugenio de Bustos sostenía que "el lenguaje político, como todo lenguaje, no es inocente. Intenta siempre, de alguna manera, mover al oyente en una dirección determinada, manipular nuestra conciencia".

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De ahí la proliferación, en la jerga política, de las vacuidades y los eufemismos. Por citar a un clásico, George Orwell, con su recurso permanente al doble pensamiento o a la neolengua, los políticos nos pueden convencer de que "la guerra es paz, la libertad es la esclavitud, y la ignorancia es la fuerza". "En nuestra época, el lenguaje y los escritos políticos son ante todo una defensa de lo indefendible", escribió Orwell en 1946 (La política y el idioma inglés). El gran enemigo del lenguaje claro, aseguraba, es la falta de sinceridad.

Leemos: "El término fascismo hoy no tiene ningún significado excepto en cuanto significa ‘algo no deseable’. Las palabras democracia, socialismo, libertad, patriótico, realista, justicia tienen varios significados diferentes que no se pueden reconciliar entre sí. En el caso de una palabra como democracia, no sólo no hay una definición aceptada, sino que el esfuerzo por encontrarle una choca con la oposición de todos los bandos. Se piensa casi universalmente que cuando llamamos democrático a un país lo estamos elogiando; por ello, los defensores de cualquier tipo de régimen pretenden que es una democracia, y temen que tengan que dejar de usar esa palabra si se le da un significado. A menudo se emplean palabras de este tipo en forma deliberadamente deshonesta".

¿Podemos colegir de esto que bastaría con cambiar las palabras para cambiar la realidad? No, dice Jaime Nubiola. Pero "ser más sinceros, comprensivos y respetuosos en el lenguaje que empleamos con las demás personas es algo que nos hace mejores, no simplemente la sustitución de unos términos por otros".

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